Una de las más cautivadoras iglesias
que he visto, ha sido Santa Cristina de Lena, en las afueras de Oviedo.
Llegamos allí una mañana temprano de septiembre, cuando aún los perros de los
contornos no se atrevían ni a ladrar. La pequeña cuesta que sube hasta la
iglesia estaba húmeda por el rocío y las hierbecillas brillaban tímidas al sol
incipiente. En lo alto de la pequeña loma, como una ofrenda, se hallaba el
pequeño edificio, oteando los páramos de alrededor, en la certeza milenaria de
que siempre habrá alguien que la visite, sea cual sea la razón para hacerlo.
Mas, ¡cuál no fue mi disgusto al verla cerrada! A pesar de que sabíamos el
horario oficial de apertura, allí estaba bien trancada la puerta diminuta. Sin
embargo, al lado, sobre el césped, había una serie de objetos dando señas de
que en un par de horas se celebraría una boda, pero era un tiempo excesivo con
el que no contábamos.
Fue
de esos momentos en los que crees que poniendo todas las energías para
que algo suceda, podrá realizarse… ¡pues así mismo ocurrió! No había pasado ni
media hora (ya nos sabíamos los contrafuertes, los ventanucos, las cornisas), cuando apareció la sacristana, llave en mano,
para ultimar los detalles de la ceremonia, mientras andaba pensando que en un
sitio así, también me casaría yo sin
pensármelo mucho. Abrió la puerta y pudimos entrar en el espacio estrecho y
sombrío, con más de once o doce siglos de historia.
Considerada una de las obras más
importantes del prerrománico asturiano –como San Julián de los Prados, Santa
María del Naranco y san Miguel de Lillo, que también tuvimos ocasión de
visitar- , no se sabe con certeza su fecha de edificación, pudiendo ser de
origen visigodo (s. VII/VIII), aunque con más certeza de la época de Ordoño I
(850-866). Lo cierto es que tiene un valor enorme, por lo que fue declarada
Patrimonio de la Humanidad en 1985.
Según la web Arteguía: Lo primero que
llama la atención de Santa Cristina de Lena es la absoluta y perfecta simetría
de sus volúmenes cúbicos exteriores, los cuales, unidos a los contrafuertes
prismáticos que articulan sus muros exteriores, justifican al cien por cien el
popular apelativo de "la iglesia de las esquinas", con la que es
conocida.
Estando dentro, te rodea una serenidad especial; el silencio
del lugar, el colorido gris de la piedra, la escasa luz que entra por los
ventanillos estrechos…todo contribuye a que nos invada una atmósfera profundamente
espiritual. Tiene esta iglesia varias peculiaridades que había leído antes de
verla y que llaman mucho la atención, como el iconostasio con preciosas
celosías, la tribuna, la cancela con motivos visigodos, una simetría perfecta, el
ábside cuadrangular.
Nos fuimos de allí plenos de gozo, valió la pena el
desplazamiento y la espera, fue como entrar en un pequeño cofre, aislado en una
colina, dispuesto con humildad para disfrutarlo sin algarabías, con un millar
de años bajo el tejado y otro millar de historias escritas entre sus piedras.
Texto y fotos, Virgi
11 mayo 2017
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