Con este fisco de invierno que tenemos, mucho veruje, sí, pero el
Teide no trinca nieve ni pa’ trás. Parece que el tiempo, torrontudo, se empeña en trancarse allá arriba y ni una sorimba cae. Aprovechando el solajero, los verdinos se echan en la tosca, sollamada por la calufa. Los mujos, resequidos, son como finchos menudos sobre las piedras. Y las canarinas, al borde de la laurisilva, firringallitas, sin casi colores.
Entre los troncos asoma un quíquere y detrás, una purriada de gallinas. Una de ellas, algo pureta, picotea unas quineguas medio podridas y las otras, golosas, se lanzan sobre las trebinas.
Sobre la liña, una camisa llenita de lamparones de cuando al dueño le dio un fatuto y cayó redondo al suelo. Los palitroques del ciruelero forman un pequeño goro donde bala el baifo, empericosado en el majano. Me paseo por el veril del caidero buscando lascas de obsidiana pero no jallo ninguna. Me da magua no encontrarlas, otra vez será.
El sol sigue, camocho, en lo alto del cielo. Ni posma ni agüilla, nada. A ver si se le vira el buche de una vez y nos enchumba a todos, nieve, hielo, lluvia, granizo.
¡Aymería! Atoletados nos quedaríamos
Fotos Virgi