lunes, 31 de mayo de 2010

Nácar

Es muy leve el rumor de las caracolas. Allí, colgadas, a merced de la brisa marina, oscilan tenuemente, como un péndulo tímido del reloj que nunca fue.


El espejo calla, no hablará de los reflejos vistos, de las tardes de sal, ni del alba oscura y sedienta. Entre uno y otras se ha establecido un pacto de silencio.


Mas llevan ellas el susurro de las olas en la piel, y llaman a la muchacha que las espera, lejos, en la roca.



No podrá oír el murmullo tenue de las caracolas, en su nácar grabó el océano lo que aún no conoce.



Fotos, Virgi


jueves, 27 de mayo de 2010

Repetición



Diez, eran diez los polígonos al sol.
Blancos, ordenados, algodonosos.
Colgando sobre los canales de Venecia, con los gatos lejos y las palomas cerca.
Diez, ocho se ven. Dos se esconden.
Todos se columpian sobre góndolas y turistas, entre Campo Santa Margherita y Rialto.
Diez hexágonos irregulares, limpios y pudorosos, se ventilan,
reflejándose sobre las aguas verdes de la laguna.
Yo los veo y los cuento.
¿Diez hermanas? ¿Diez primas? ¿Diez huérfanas? ¿Diez monjas?
¿Diez jóvenes con ropas anticuadas?
¿Dieci ragazze nude?
¿O sólo una dama que hace la colada cada diez días?
Imposible saberlo. La ventana está cerrada, la cortina echada.
Las matemáticas saben de decenas, de líneas poligonales abiertas y cerradas, de planos y dimensiones. Pero de bragas al sol en la República Serenísima no me cuentan nada. Así que yo le doy al clic! y me traigo diez níveos polígonos.
Ellos seguirán sombreando los ladrillos húmedos y sufridos de la ciudad, yo haré números y cábalas con ellos, pero nunca sabré a quien pertenecían.


(tenía ganas de volver sobre alguna entrada anterior
y he escogido ésta, de hace un año)

sábado, 22 de mayo de 2010

Leer, leer, leer ( VIII)


Leí hace un par de meses una novela preciosa y original de una japonesa, Hiromi Kawakami, “El cielo es azul, la tierra blanca”. Me cautivó la relación entre una mujer sin rumbo y su profesor de juventud. Pasé luego a “Álbum familiar”, puzzle demoledor sobre una familia destrozada, donde la protagonista intenta recomponerlo con valentía, mientras la autora, Renate Dorrestein, nos lleva adelante y atrás, sorteando tristezas, golpes, incomprensiones, muertes. Ya había degustado la poesía centelleante de Mariel Manrique en “La constelación de Andrómeda”, hermosas plumas de un pájaro que vuela en este mundo virtual, abanicando con ellas las estrellas y los mares.

Saltando de uno a otro, en paralelo a veces, otras oblicuamente, me enredé en otras alas, “Las alas de mi padre”, de la italiana Malena Agus, sensible, tierna, fantástica, quizás como la propia Cerdeña donde se desarrolla la historia.

Sonreí y me asombré con los “Diez cuentos mal contados”, certero Miguel Baquero que me regaló su libro de pantalla a pantalla. Seguí con la magia de “El beso de la sirena”, de Andrea Camilleri, fábula de un Ulises apegado a la tierra y enamorado de una mujer misteriosa.

Empiezo ahora “Almas grises”, de Philippe Claudel, pero antes leo por enésima vez, a mi adorado “Bartleby”, hijo inconformista de Melville, ser único donde los haya y en cuya unicidad todos nos reflejamos alguna vez. Y lo retomo a la par que abro “Historia de la literatura portátil”, de E. Vila-Matas, no en vano lo único que había leído de él era “Bartleby & cía.”

Y al llegar aquí, me castigo por no haber leído otras cosas antes, mucho antes, de este escritor shandy, miembro de honor de la sociedad secreta más ligera del mundo. Con sólo un maletín de palabras, atadas por las bisagras del Dadá, de la soltería y del nomadismo más exacerbado, sus miembros viajan a través del arte, de la literatura, del disparate insolente, para dejarme con total descaro, en la ambigüedad de no saber si es falso, pero queriendo creer que es cierto.

Saboreando mi castigo, sigo leyendo.


Maria der Verkündigung,

Lorenzo Costa, 1490

Dresde


La madre y la hermana de la artista

Berthe Morisot, 1870

Washington

martes, 18 de mayo de 2010

Spanglish



Contemplé el cielo.
Nada.
Ni Orión, ni Sirio.
La luna en off.
Mi alma también.
Of course.

Un tímido círculo, sin destellos.
Sin titilar, sin guiños.
No doubt.

Esperé.
Nothing.
Bordeando el skyline de la ciudad.
Allí se quedó mi mirada.
Soul and blues.

jueves, 13 de mayo de 2010

Tiempo

- ¿Y qué he de hacer, entonces?-preguntó el niño.

El anciano no se atrevió a responderle. Temía desvelar la verdad. Miró hacia otro lado, con un halo de tristeza en el rostro.

El hombre joven señaló el papel.

- No has de preocuparte inútilmente, aquí está todo escrito.

- Pero es que no entiendo lo que dice, insistió el niño.

- Lo sabemos, pero aún es pronto para explicártelo. Tú sólo tienes que conservarlo y cuando haya pasado el tiempo, lo comprenderás fácilmente. Sólo él (y señaló al anciano, que permanecía pensativo) podría enseñarte, pero debes aprender por ti mismo.

El niño dobló el papel, se lo metió entre el traje y su piel, justo sobre el corazón, allí donde los latidos le harían conocer los designios del destino.



Las tres edades del hombre

Giorgone (1477- 1510)

Palacio Pitti, Florencia




domingo, 9 de mayo de 2010

Rojos


Volvió él a los caminos.

Por encontrar el verde, que abundaba.

Y dijo para si:

_Me dedicaré al rojo. Lo prefiero.


Se sentó junto a un perro. La baranda resplandecía al sol.

Cansado, entró al museo.
Venus lo aguardaba, pudorosa y sensual.
Él ni la vió, sonrió a la pared.


Miraba el parque, hacía frío.
Los paraguas, guardianes ateridos en medio de la tarde.


Alzó la vista.
Allí estaban.
Rojos. Libres. Aleteando con la brisa.
Entre un frufrú de colores.


Se los llevó todos.
Ella dijo:
_¡Al fin! Es lo que quería.


Fotos, Virgi


viernes, 7 de mayo de 2010

Niño con mangos

De pronto, una lluvia torrencial, como sólo se ve en el trópico y en las películas, inundó la calle. No pude ver de dónde salieron, pero aprovechando el fragor del agua, dos niños se encaramaron velozmente a la verja de enfrente. Con velocidad infantil, apalearon unos cuantos mangos y se dispusieron a pasarlos a través de la reja. Uno de ellos, el mayor, serio y desconfiado, organizaba el trabajo, el otro, más pequeño, volvió a la acera, donde los iba amontonando.
Me acerqué a él. La mirada, cristalina como el agua que caía, me sonrió, como si supiera de antemano que aprobaba su conducta. No nos dijimos nada, sus grandes ojos eran como los mangos, brillantes y afrutados. Cargaba con la ganancia, como un camarero experimentado lleva platos y cubiertos. Los dedos de ocho o nueve años abarcaban apenas lo que pudieron conseguir, mientras la lluvia caía a raudales y yo regresaba al porche, protegida en el sofá de mimbre.
La tormenta, como vino, terminó. Sobre la loma, iban dos figuras, no se les veían los brazos, en ellos tenían su mercancía. Los miré hasta perderlos de vista, entre los ranchitos lejanos. Torné a mi asiento, mullido y tibio. En la mesilla de al lado, unas galletas y un zumo de fruta tropical me esperaban.



Fotos, Virgi
Venezuela 2006

sábado, 1 de mayo de 2010

Bodas

Visitar la abadía de Alcobaça es una experiencia maravillosa. Considerada como la obra más importante del cisterciense portugués, transmite una luminosa paz que no he vuelto a sentir en ninguna otra iglesia.
A ambos lados del crucero, los sepulcros de doña Inés y de don Pedro, amantes antes y después de la muerte, únicos ornamentos en una iglesia plena de espiritualidad, sin altares ni cuadros, sólo la luz difuminada de los ventanales góticos iluminando la piedra marfil. Veníamos de un largo viaje por carreteras europeas y nos conmovió el sosiego del monasterio. Sobrecogidos por su belleza, volvimos al día siguiente.


Era domingo y la soledad del interior se había disfrazado con flores, alfombras y bendiciones. Una boda de postín, trajes largos, pamelas, tules, organza, cantos de soprano. A los novios los esperaba un Packard elegante y lujoso, como ellos.


Fuera, esperando su turno, una fiesta de risas, colores, tambores y jolgorio. Un modesto coche, quizá de la chatarra, selvático, alegre, esperaba a que los otros novios se llenaran de las briznas de paja que sacudía el verano.




Fotos, Virgi
julio 95