Me da igual la dirección que hayas escogido.
No pienso acompañarte.
- Me maquilla de verde y el fleco lo recorta, pero sin pasarse. El cordoncito lo deja colgando por si viene alguna visita.
Texto y foto, Virginia
-
Las encontré en uno de esos
palacetes grandiosos de la India. Sonrientes en sus trajes de fuego, me dieron
permiso para hacerles una foto. Soltaron luego una carcajada sonora, como un
paréntesis ligero de diversión e incredulidad. La risa resonó en el patio y en
ese momento era imposible pensar que el mundo se podría ir al carajo más pronto
que tarde.
Barrían con elegancia innata un
patio de los innumerables que tienen las residencias palaciegas, y según
avanzaban, recogían aquí un pico del vestido, más adelante otro trozo que
tocaba el suelo o una esquina dorada de sus telas fulgurantes.
Los abalorios les daban una
prestancia inusitada y admiré la compostura con que ejecutaban una labor tan
sencilla y seguramente fundamental para ellas y sus familias.
Sentadas en un reborde del muro,
con las escobas a los lados, las dos mujeres le concedían una pátina tierna y
auténtica a las estancias reales. El brillo de sus miradas aún conmueve a la
turista que fui, la que pasó y se detuvo un instante, entre el cascabeleo de
sus risas.
Texto y foto, Virginia
Le mandó un estoperón al
ventanillo, que no entraba ni apenitas luz. Al estalaje del cable espichado sin
fundamento tampoco le ponía mucho asunto.
Con tal de enjalbegar el muro,
aunque fuera algo champurriado pero sin rastro de humaceras, todo lo demás le
importaba un pito. Toleta perdida es lo que era, malimpriada mujer, siempre
pendiente de machangadas en vez de irse de belingo y divertirse un rato.
Texto y foto, Virginia
Encaramado en un
peñasco amesetado, Monsaraz es, para mi gusto, el pueblo más bonito de El
Alentejo y uno de los más vistosos de Portugal.
De una punta a la
otra, van la Rua Direita y la Rua de Santiago, dejando detrás el pórtico
arqueado, y al frente, el torreón del castillo. Otro par de calles paralelas a
éstas y ya tenemos el plano del emplazamiento. Pero no acaba aquí Monsaraz, si acaso
empieza.
Empieza porque hay
que dejarse llevar por esas cuatro travesías, sin rumbo, pues o acabamos en el
castillo, o acabamos en la Porta da Vila. Mientras, entretenimientos no nos
faltan. La Iglesia de Nuestra Señora de Lagoa (dentro se encuentra la tumba del
primer alcalde que tuvo el pueblo, en el s. XIII) y la de la Misericordia, el
antiguo hospital, el Museo de Arte Sacro y la picota medieval donde se
ajusticiaba a los condenados.
Casas blasonadas,
portadas fornidas, estrechos pasadizos, cantos rodados en el suelo, blancura en
las paredes contrastando con el ocre de la fortificación y con unos panoramas
alentejianos que se prolongan hasta Badajoz, del que dista poco más de media
hora.
Monsaraz forma parte de la línea defensiva portuguesa que, de norte a sur, se construyó frente a la vecindad española. Esa línea ha dado numerosos emplazamientos fortificados, que vale mucho la pena conocer, siendo éste el que mejor conserva las características de sus orígenes, sin variantes, íntegro en lo alto del risco. Desde alguno de los miradores podemos perder largo tiempo (y será de provecho) observando los campos de cultivo, los alcornoques y los olivos, la llanura que no acaba y el embalse de Alqueva, una presa de reciente construcción en el Guadiana, la mayor de Europa Occidental. Mientras el sol cae, tostando piedras y fachadas, vendría muy bien una cena a base de pulpo o bacalao, sin olvidarnos de los pasteles de nata, tan portugueses y tan ricos.
Con ese dulce regusto,
volvemos a cruzar el arco, esta vez para salir, llevando con nosotros calles
empedradas, albos muros, torreones y
murallas que se alejan despacio, entretanto nosotros los conservamos para
siempre.
Texto, Virginia
Fotografía de internet
Tiene mi gato algo de artista. En lo alto del ropero se regodea entre blancos, grises y negros. Imagina quizás que vive con Motherwell o que pinta con Malevich.
En su mundo peludo, mi gato duerme entre la austeridad de los colores, como si fuera un modelo de Mapplethorpe, una mancha de Klein o una gota de Rothko.
Mi gato se empericosa al armario y con sus ojos de ébano y oro sueña que es un artista.
Texto y foto, Virginia