domingo, 30 de agosto de 2020

Albedrío

  Me da igual la dirección que hayas escogido. 

No pienso acompañarte.





Texto y foto, Virginia

jueves, 27 de agosto de 2020

Con la esteticienne



- Me maquilla de verde y el fleco lo recorta, pero sin pasarse. El cordoncito lo deja colgando por si viene alguna visita.


Texto y foto, Virginia

 

-       

viernes, 21 de agosto de 2020

Destellos

 


Las encontré en uno de esos palacetes grandiosos de la India. Sonrientes en sus trajes de fuego, me dieron permiso para hacerles una foto. Soltaron luego una carcajada sonora, como un paréntesis ligero de diversión e incredulidad. La risa resonó en el patio y en ese momento era imposible pensar que el mundo se podría ir al carajo más pronto que tarde.

Barrían con elegancia innata un patio de los innumerables que tienen las residencias palaciegas, y según avanzaban, recogían aquí un pico del vestido, más adelante otro trozo que tocaba el suelo o una esquina dorada de sus telas fulgurantes.

Los abalorios les daban una prestancia inusitada y admiré la compostura con que ejecutaban una labor tan sencilla y seguramente fundamental para ellas y sus familias.

Sentadas en un reborde del muro, con las escobas a los lados, las dos mujeres le concedían una pátina tierna y auténtica a las estancias reales. El brillo de sus miradas aún conmueve a la turista que fui, la que pasó y se detuvo un instante, entre el cascabeleo de sus risas.

 

 

Texto y foto, Virginia

 

 

martes, 18 de agosto de 2020

VOCES XLVI

 

Le mandó un estoperón al ventanillo, que no entraba ni apenitas luz. Al estalaje del cable espichado sin fundamento tampoco le ponía mucho asunto.

Con tal de enjalbegar el muro, aunque fuera algo champurriado pero sin rastro de humaceras, todo lo demás le importaba un pito. Toleta perdida es lo que era, malimpriada mujer, siempre pendiente de machangadas en vez de irse de belingo y divertirse un rato.




Texto y foto, Virginia


sábado, 15 de agosto de 2020

Monsaraz, arriba en lo alto

 


Encaramado en un peñasco amesetado, Monsaraz es, para mi gusto, el pueblo más bonito de El Alentejo y uno de los más vistosos de Portugal.

De una punta a la otra, van la Rua Direita y la Rua de Santiago, dejando detrás el pórtico arqueado, y al frente, el torreón del castillo. Otro par de calles paralelas a éstas y ya tenemos el plano del emplazamiento. Pero no acaba aquí Monsaraz, si acaso empieza.

Empieza porque hay que dejarse llevar por esas cuatro travesías, sin rumbo, pues o acabamos en el castillo, o acabamos en la Porta da Vila. Mientras, entretenimientos no nos faltan. La Iglesia de Nuestra Señora de Lagoa (dentro se encuentra la tumba del primer alcalde que tuvo el pueblo, en el s. XIII) y la de la Misericordia, el antiguo hospital, el Museo de Arte Sacro y la picota medieval donde se ajusticiaba a los condenados.

Casas blasonadas, portadas fornidas, estrechos pasadizos, cantos rodados en el suelo, blancura en las paredes contrastando con el ocre de la fortificación y con unos panoramas alentejianos que se prolongan hasta Badajoz, del que dista poco más de media hora.

Monsaraz forma parte de la línea defensiva portuguesa que, de norte a sur, se construyó frente a la vecindad española. Esa línea ha dado numerosos emplazamientos fortificados, que vale mucho la pena conocer, siendo éste el que mejor conserva las características de sus orígenes, sin variantes, íntegro en lo alto del risco. Desde alguno de los miradores podemos perder largo tiempo (y será de provecho) observando los campos de cultivo, los alcornoques y los olivos, la llanura que no acaba y el embalse de Alqueva, una presa de reciente construcción en el Guadiana, la mayor de Europa Occidental. Mientras el sol cae, tostando piedras y fachadas, vendría muy bien una cena a base de pulpo o bacalao, sin olvidarnos de los pasteles de nata, tan portugueses y tan ricos. 

Con ese dulce regusto, volvemos a cruzar el arco, esta vez para salir, llevando con nosotros calles empedradas,  albos muros, torreones y murallas que se alejan despacio, entretanto nosotros los conservamos para siempre.


Texto, Virginia

Fotografía de internet

miércoles, 12 de agosto de 2020

Desengaño

 

 


Tonta de mí, no tengo que observar mucho para 

comprender que me diste una dirección equivocada.




Texto y foto, Virginia

Ventana en Jaipur

viernes, 7 de agosto de 2020

Gato artista II

Tiene mi gato algo de artista. En lo alto del ropero se regodea entre blancos, grises y negros. Imagina quizás que vive con Motherwell o que pinta con Malevich.

En su mundo peludo, mi gato duerme entre la austeridad de los colores, como si fuera un modelo de Mapplethorpe, una mancha de Klein o una gota de Rothko.

Mi gato se empericosa al armario y con sus ojos de ébano y oro sueña que es un artista.




Texto y foto, Virginia

Siempre el mar

 ¿Y qué es el mar, 

sino el principio,

la continuación

y el final?




domingo, 2 de agosto de 2020

Goreé, no olvidemos la ignominia



Se calcula que unos 20 millones de personas salieron desde Gorée, una minúscula isla en las proximidades de Dakar, en los tiempos de las colonias y la esclavitud. Igualmente, alrededor de otras seis millones murieron allí, la mayoría tiradas directamente al mar, por no reunir las condiciones físicas que los esclavistas consideraban indispensables para su comercio.



Ahora, Gorée es un diminuto paraíso de sol, buganvillas y balcones frente al azul oceánico. Hasta hace un siglo, un lugar de sufrimiento y horror que se manifiesta palpablemente en la Casa de los Esclavos, un espacio doloroso, del que no se sale indemne. De un lado, una escalera que quisiera ser algo regia; del otro un sendero al embarcadero donde, durante al menos trescientos años, transitaron niños, mujeres y hombres camino de una existencia desgarradora. La casa desprende un sufrimiento que pone los pelos de punta. Unos pocos grilletes, algunas cadenas, habitaciones ínfimas para los niños y alejadas de las de sus madres para que no los oyeran llorar. Si los adultos no tenían el peso adecuado los alimentaban a la fuerza para no perder nada del negocio. Incluso así, los tiburones  rondaban las orillas, felices por tener a alimento fresco a diario.




Senegal es un país subyugante, de gentes cordiales, rebosantes de música y deseos de amistad, con ciudades disparatadas como Dakar o divinamente coloniales como St. Louis, costosas de llegar como Tambacounda y Ziguinchor, y otras al borde del caudaloso río Senegal, como Podor, pequeña pero importante en un tiempo por ser lugar de negocios, tanto de valiosos productos como de seres humanos.

Pero nada como Gorée, no ya por su monstruoso pasado, que debiera repelernos -pues nos recuerda quienes hemos sido y aún podríamos ser-, sino por lo seductor que resulta encontrar los semblantes abiertos y sonrientes de las criaturas que juegan, brincan y se sumergen cerca del muelle, con una sonrisa tan amplia, que seguro no conocen el pasado que les cuenta la arena donde se secan al sol del trópico.


Y si lo saben, prefieren ser felices, su alma les dirá que es la mejor forma de cicatrizar las heridas.






Texto y fotos, Virginia

Excepto la imagen de Goreé, sacada de la red

Julio 92