Sombras
Reverberaba la luz en las paredes y las sombras acudían a cubrir mi huída. El silencio del mediodía restallaba en las azoteas, haciendo del sol el único dueño del silencio.
Allá abajo, en la playa, las olas cedían el cuerpo de un ahogado.
La cal de los muros coloreaba un lamento. Un niño había caído al mar de las Cícladas, el mar de los rostros de mármol, milenariamente modernos. Un niño con el que iba a la escuela, que me regaló uno de mis gatos preferidos, uno entre todos los gatos griegos.
Subía los escalones de piedra y con cada paso, me acercaba a la vida real, la de las líneas quebradas, rotas. Los rectángulos, los cuadrados, encerraban un misterio incapaz de penetrarlo.
Sin saberlo, pero con el aroma de lo que se aproxima, sentía que las sombras no eran sólo las que me iban protegiendo hasta mi casa.
La luz diáfana y eterna me conducía, veloz, por la escalera de la muerte.
Dos mil quinientos años antes, un joven griego es enterrado en Paestum, Nápoles. Queda de su tránsito por la vida, una bellísima pintura en la tumba donde reposaba.
Mi pequeño homenaje a quien lo pintó, en el blog EURO – PA- LABRA.
Fotografía de H. Cartier-Bresson, Isla de Sifnos, Grecia (1961)
Gracias a Elvira y a Isabel.
Ellas saben el porqué.