martes, 29 de diciembre de 2020

La Ventita de Alicia



He tenido alumnas que ahora ejercen de maestras, administrativas, enfermeras, doctoras, agricultoras, peluqueras, dependientas. Sin embargo, una de ellas tenía un sueño desde pequeña: tener una venta. Sí, ese era su máximo deseo, una venta en el pueblo de su infancia, en el lugar donde nació y creció. Tanto lo soñó y tanto empeño puso en conseguirlo, que desde hace unos años atiende a la vecindad con la mejor de las sonrisas, unos caramelos o una tacita de café. 

Alicia, la pequeña de ojos grandes, preciosa chiquilla que subía La Calzada de la mano de alguna de sus amigas, quizás ya en esos tiempos quería leer, escribir, sumar, multiplicar, solo para que crecieran sus sueños. En ellos había un don persistente y generoso que iba dando forma a monedas, pesas, mostradores, horarios, envíos a domicilio, anaqueles, congeladores.

La Ventita de Alicia ya es un lugar de obligada visita si vas a La Zarza. Ha logrado un espacio encantador donde puedes encontrar buena fruta, variados panes de Fasnia, regalitos de última hora, queso muy rico, escobas para los patios, chacinas, verdura fresca, sabroso pescado salado, productos de limpieza, granos, pastas, enlatados.

Su compañero, Carlos, apuntala esta labor con un buen hacer ejemplar. Ahí están ambos, dándole vida a un barrio donde estuve dieciséis años de maestra, tan jovencita yo y tan amorosamente aceptada. Para este nuevo año que se acerca, han impreso un calendario con varias fotos mías, de aquellos rincones que me cautivaron hace más de cuatro décadas, espacios entrañables y auténticos donde vivía gente como Alicia, para la que tener una venta en su pueblo es ahora la mejor de las profesiones. 

Un corazón grande seguro que sí tiene, el mismo que late cuando entras en su venta, La Ventita de Alicia.


Con su sonrisa y sus buenos deseos,
les dejo los míos para

este año que se acerca.





lunes, 21 de diciembre de 2020

Ruego

 


Luz como pétalos o madrugadas.

Como rayos solares y aleteos de mariposa.

Como los ojos del gato, la sonrisa infantil, un fulgor marino.

Luz de relámpagos y de la luciérnaga que huye.

La breve luz de un faro en la noche.

 

Un poco de luz en esta cueva oscura, alguna fosforescencia que nos alumbre.


Texto y foto, Virginia

 

martes, 15 de diciembre de 2020

VOCES XLIX

 

 


Le dio un tontín.

Andas siempre de mairén pa’ mairén.

Más flaca que el espíritu de la golosina.

Por nada hace el bico y se echa a llorar, un ñanga

 completo.

¡Quítate esas lonas y reguíndalas pal barranco, que

 están jediendo!

No seas lambida y empurra el jocico pa’ otro lado, 

aburridita me tienes.

El safado aquel se consiguió una pretendienta y

 ahora va de gallito, vaya un machanguillo.

¡Menudo palanquín, cualquier día lo emparejan bien!

Coge un fisco apenas y no te arregostes.

¡Fúchete, camello!

Busca un asío y tráeme unos gachitos de uvas.



 


 

 Texto y fotos, Virginia

 

domingo, 13 de diciembre de 2020

Rendición

 

El Arcángel arroja con furia su lanza justiciera. Cruza el arma santa los celajes infinitos, atraviesa cirros, cúmulos y estratocúmulos. Pasa cerca de águilas, cóndores, buitres y ánades. Sorprende a cernícalos, gaviotas, cormoranes, palomas mensajeras. Entra en el bosque, acariciando acículas, hojas relucientes de hayas, álamos, alcornoques. La ven pasar mariposas, gorriones, palomas mensajeras, búhos y codornices.

Como una flecha eterna, atraviesa un tejado y se incrusta en las baldosas frías de una casa sin vida. Allí, en medio de la fronda soledosa,  no habrá de develarse por las injusticias.


Texto y foto, Virginia

viernes, 4 de diciembre de 2020

Quiebros VII

 

Clara Bianchi, bailarina

Ya antes de nacer, su madre decía: “¡Esta criatura no para, todo el día brincando aquí dentro!”. Tal cual, de bebé movía su cuerpecillo con cualquier música que sonara alrededor, a los cuatro empezó en ballet, a los ocho, de tutú y lentejuelas, hizo de cisne. Con doce, dominaba las posiciones y movimientos básicos.

A los catorce se hartó del ballet y se metió en zumba; algo después quiso aprender tango y realmente lo hacía con temperamento y autenticidad. Así fue pasando por rumba, flamenco, bachata, vals, danza de salón. Con veintidós años se enamoró locamente de un bailarín francés con el que se fue de gira por Europa, participando en concursos, demostraciones, clases y todo tipo de actividades danzarinas.


Entre unas actuaciones y otras, aún tuvieron tiempo de tener tres niñas, a las que llamaron Lasya, Mikoto y Terpsícore, diosas de la danza en distintas culturas. El quinteto era imparable, bailaban y bailaban como si les dieran cuerda cada noche, las pequeñas daban pasos acertados desde su más tierna edad, mientras el padre les impartía clases de claqué o vals, y la madre, de sirtaki, polka o el complicado tango.

Clara Bianchi era dichosa en aquella familia, los problemas cotidianos se resolvían con facilidad y rapidez, para dedicar todo el tiempo posible a su ocupación preferida.

Crecieron las niñas, dejaron el baile, se fueron de casa. El marido abandonó la danza a raíz de una caída, se dedicó a la agricultura ecológica y se lió con una suiza, vegana por más señas. A Clara ninguna de tales cosas le afectó mucho. Había nacido para eso y en ello siguió. Pero no todo es tan claro nunca, ni tan definitivo. Bastó un día una sesión en un teatro que nunca había pisado, en una ciudad checa de nombre impronunciable, para que se enamorara perdidamente de la tramoyista, una mujer que manejaba cuerdas, botones, maderas, cortinajes y escenarios como nadie. Entre las bambalinas, bastó una mirada entre ambas para que el fulgor hiciera brillar el piso, las colgaduras y el foso de la orquesta.

Se besaron en el camerino, dos perfiles alumbrados por las luces de los espejos. Se abrazaron largamente en el descanso. Se amaron toda la noche en la suite del hotel.

Clara Bianchi dejó las actuaciones y se dedicó a dar clases de danza. Compaginaba la enseñanza con la de colaborar en los montajes de cualquier compañía artística que pasara por la ciudad, aunque nunca logró entender bien cómo pudo una sola mirada cambiar su vida, de bailarina voladora a grumete de teatro.


Texto y foto, Virginia

 


jueves, 3 de diciembre de 2020

Alternativa

 



Si no es con una, será con la otra, piensa.


Así le va, esperando una suerte que no llega.



Texto y foto, Virginia

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Paradoja

 

Colecciona cuchillos como si fueran cromos.

Será porque es incapaz de matar una mosca.




Texto y foto, Virginia