sábado, 30 de enero de 2021

La Vica, Batallón 91 de Penados

 


Las últimas veces que he transitado la carretera del Teide a Vilaflor me llamaba la atención un cartel: La Vica. Llegué a saber, hace poco, lo que aconteció en ese lugar.

En los primeros años de 1940, unos cuantos centenares de hombres, jóvenes del norte peninsular, muchos de los cuales ni siquiera habían llegado a empuñar un arma, sin atisbos de delitos o crímenes en su vida, padecieron tiempos muy duros en el monte de Vilaflor. Castigados por pensar diferente a lo que hubiera querido el régimen imperante, fueron trasladados en tren desde el norte de la península hasta Cádiz, un viaje inhumano con apenas unas latas de sardinas y poco más. De ahí a Fuerteventura, muriendo muchos por castigos, hambre, enfermedades. Pasan también por Boca de Tauce y Arafo para trabajar en las carreteras y en febrero de 1941 llegan a Vilaflor, permaneciendo hasta septiembre de 1943.




Los restos de cabañas que hoy vemos nos hablan y nos estremecen. Frío, malos tratos, humillaciones. Unas paredes de piedra con techos precarios donde los componentes del llamado Batallón 91 soportaron multitud de penurias, si acaso algo mitigadas por la solidaridad de las gentes del pueblo, cosa que posteriormente tuvieron muy en cuenta.

Hay que caminar entre estos muros toscos y sentir el aire de la cumbre para que se nos erice la piel imaginando la vida de unos chicos en medio de la nada, metidos en un campo de penados solo por creer que otro mundo era posible.


Este paréntesis doloroso entre los pinos de nuestra isla tiene una placa que lo conmemora y un emotivo y muy valioso documental dirigido por Ciani Martín, donde la palabra de muchos de estos muchachos (hoy ancianos y la mayoría de ellos, fallecidos) habla de la experiencia terrible que sufrieron. No hay en este lugar nada que explique su significado, ni se encuentra tampoco mucha información sobre un tema tan triste. Las sinrazones de las guerras nunca se aclaran del todo, así también el tiempo oscuro que se vivió durante décadas en España.  

Estos hombres lo sufrieron atrozmente, honor y respeto para ellos.

“Y aprendimos a vivir en el silencio dejando que la memoria se fuera con los muertos” se lee en el estremecedor documental del que dejo el enlace.

https://www.youtube.com/watch?v=P-7qn7c-W-4

Realizado por Ciani Martín, “Palabras de Piel” Guripas condenados del Batallón 91 de Penados, Quicio Producciones y financiado por ICAA y Gobierno de Canarias en 2005.


Texto y fotos, Virginia

martes, 26 de enero de 2021

Templo de Ranakpur

 Por estas fechas hace un año que estaba en la India, rodeada de vacas y palacetes, monos, perros, basura, templos deslumbrantes, pobreza sin límite, telas de colores luminosos vistiendo a mujeres elegantes en todo tipo de trabajos. Y tal día como hoy íbamos desde Udaipur a Jodhpur por una de esas carreteras interminables del Rajasthan, de pueblitos en los márgenes y cruces atiborrados de gentes, puestos de verduras, algunas vacas muertas y campos sin fin de mostaza, hermana amarilla de nuestros relinchones primaverales.


Nos había dicho Hanu que por el camino veríamos un templo muy importante, que seguro nos asombraría. Y cuando dijo “Ranakpur”, en el asiento salté de alegría, sabía de su belleza pero pensaba que estaría fuera de nuestro recorrido.

Dedicado a Adinath, uno de los 24 tirthankaras -maestros modélicos que enseñaron el camino jainista,  simbolizados con distintos colores y emblemas, animales la mayoría- se terminó de construir en 1436. Es el templo más grande del jainismo, planta en cruz (algo inusual en la India) con dos pisos y en algunas partes incluso tres, veintinueve salas, unas ochenta cúpulas. Todo sostenido por 1444 columnas de mármol blanco.



La construcción está decorada sin dejar casi espacios vacíos, un abigarramiento de figuras y personajes tan inmenso y sin embargo, tan logrado, que consigue diferenciar cada columna, ya sea por bases, fustes o capiteles. Elefantes, bailarinas, tirthankaras en su vida cotidiana, símbolos, flores, guirnaldas, serpientes.


Los templos en la India son eslabones de asombro uno detrás de otro,  hasta formar una cadena ante la cual no queda sino el silencio, el respeto, la reverencia, la conmoción. La India tiene mil caras y los templos a su vez, otras mil. No podemos hacer otra cosa que sentirnos pequeños frente a un despliegue tan descomunal de belleza y creencias, en una armonía total.


 Texto y fotos, Virginia

sábado, 23 de enero de 2021

Crónica



Sucedió un fenómeno extraño. Una madrugada las tierras de los ricos amanecieron cubiertas de nieve, entretanto las huertas de los labriegos seguían agostadas como en pleno verano. Se hizo constar en las actas del pueblo que seguramente el cielo estaba de parte de los primeros, por lo que los campesinos tomaron varias medidas.

La primera, anular cualquier acción de la Iglesia. La segunda, plantar en las tierras de los poderosos. Y con su sangre, regar los campos secos. Que sería llevar a cabo la tercera.

Aún se pueden cotejar las actas, roídas por el tiempo y las inclemencias. De las tierras, los pobres y las cabezas del resto, queda muy poco.


Texto y foto, Virginia


jueves, 21 de enero de 2021

Magro, La Gomera

 


A Magro habría que acercarse en las cuatro estaciones del año. En verano, por los marrones de la tierra parejos a piedras y troncos de palmeras. Entrando el otoño, con las huertas doradas de pajullos, cerca de morir sobre  la tierra resequida. El roque resultará misterioso entre la bruma invernal, un sombrero coronando la ladera. Y en la agradecida primavera, el verdor de maravillas, gamonas, matorrisco, magarzas, tabaibas, acebenes, donarán un brillo luminoso al paisaje.

 





Magro, ese lugar al que se te van los ojos una y otra vez por mucho que pases, tiene un imán indudable. Has de echarte al camino dejando detrás la carretera y bajar hasta un barranquillo para luego subir el otro margen por una vereda parsimoniosa, en diagonal con los diminutos bancales, hasta alcanzar el aún más diminuto caserío, dos o tres viviendas de piedra en lo alto de la loma, vigiladas por el roque soberbio de El Sombrero. La vereda va bordeada de paredes de poca altura que dejan ver los riscos, las huertas abandonadas, las montañas a nuestra espalda y el mar colgado de unos acantilados imponentes, que no se ven, pero se intuyen. 




En las casas, asientos espartanos que brotan de los muros, puertas trabajadas por el sol y la lluvia, con las vetas esperando ser acariciadas después de tanto tiempo sin nadie. Una piedra de lavar, una era, corrales y dependencias a punto del derrumbe. Un trozo de zapato, un cabo de vela, una sartén ennegrecida. La soledad de la vida aposentada entre las piedras.

 



Aun así, visitar un rincón como Magro tiene el aliciente de saber que la tierra y las gentes han vivido en comunión con la naturaleza, el cielo, la lluvia, las estaciones. Algo elemental y ya tan alejado de nosotros.


Texto y fotos, Virginia

domingo, 17 de enero de 2021

Visión


Entre la bruma del sueño, accedió a un túnel, bajo la biblioteca de una ciudad desconocida. Cientos de libros fosilizados formaban con sus lomos una bóveda esplendorosa. Pudo ver algunos caracteres latinos, otros árabes, algunos hebraicos, cirílicos, chinos. Del lugar fluía un perfume nuevo, un aroma que lo transportó lejos. Un rayo de luz nacía desde algún hueco, y en él flotaban niños, ballenas, poemas de amor, piratas, historias y guerras, crímenes, pensamientos, naufragios…

Al despertar, sobre la almohada y entre las sábanas, entrevió un rastro que unía palabras, frases, versos, cuentos, libros.

Seguirlo fue la única alternativa que consideró.


 Texto y fotos, Virginia


domingo, 10 de enero de 2021

Artimaña

 


Cuando los ángeles quieren venir a la Tierra, se despojan de alas y vestiduras celestiales, agarran cualquier prenda que encuentren, montan en una rústica telesilla y ¡zas! en un abrir y cerrar de ojos aparecen en el sitio más inesperado sin que podamos reconocerlos.


Texto y foto, Virginia


martes, 5 de enero de 2021

La Casa de las Lajas

 


Sola entre los pinos. Sola con sus goros y sus huertas de jable. Sola frente al Bailadero de las Brujas y la Montaña de Amorín.

La Casa de Las Lajas, en los altos de El Escobonal, es como de juguete, menuda bajo la ladera ocre. Con dos cuartos y unas dependencias anexas de piedra vista, se yergue plácida, abanicada por las ramas y hojas de varias higueras centenarias al borde de un patiecillo empedrado.



Un par de muros estrechos sirven de poyetes y asientos, donde lavar lo indispensable o contemplar el sol saliendo por Gran Canaria sobre un mar demasiado distante. Más cerca, el llano pumítico del Bailadero -o Baladero por haber sido lugar de reunión de pastores con sus rebaños de cabras- es de una belleza particular, sembrado aquí y allá de pinos que, caprichosos, cubren con sus acículas de marrón, gris y ocre, el blancor del suelo.




Muy cerca, una era minúscula, de esas que podríamos aperruñar con una mano, nos cuenta de granos, sudor, bromas y lluvias. Caminando algo hacia el sur el impresionante barranco de Guaco, un tajo de cumbre a mar y, en el fondo, el agujero oscuro de una galería ya seca. Hay otras próximas, cómo Morronegro y La Reina, testigos del trabajo duro, peligroso y extenuante en el ámbito de la explotación acuífera de nuestras islas.


La Casa de Las Lajas se merece todas las mayúsculas del mundo, como un palacio o una mansión importante, no en vano, y a pesar de su deterioro creciente, es un exponente de la vida de los antiguos, aquellos de los que venimos y de los que ya hemos olvidado casi todo. Soledosa se mantiene, aunque le quede poco y no hagamos nada por conservarla. 

Así somos, faltos de generosidad y reconocimiento, mientras nos entretenemos con futilidades cotidianas que pasan sin dejar huella.


Texto y fotos, Virginia