¡Quién me iba a decir que la soledad era esto!
Anclada en una extensa lomada de bancales, la
casa señorial de Contreras reina orgullosa sin que le importe la soledad
del entorno. Con alzado de dos plantas, buenas maderas, tejado a cuatro aguas,
anexos varios, huecos al horizonte atlántico y a las otrora bien
plantadas huertas, fue edificada a finales del s. XVIII. Su estampa soberbia
domina un paisaje verde y luminoso cuando las lluvias han sido generosas, o
marrón y gris si la seca veraniega se alarga en demasía.
Apetece apoyarse en el quicio de la puerta
principal para contemplar la vastedad de las terrazas y descansar en uno de los
asientos de riñón, imaginando que en el patio alguien carga un mulo con sacos
de paja o unos niños juegan entre las tabaibas y los verodes. Subir la escalera
recia y contundente hasta los restos del balcón, atisbando en la lejanía el
triángulo azul del Teide. Con poco esfuerzo hasta podríamos ver alguna mujer moliendo el cereal, mientras el
gofio se derrama por los bordes de la piedra redonda y plana.
En
la bodega, entre bidones, cajas y barricas, el polvo danza por los canalillos
de luz que entran por ventanillos y postigos, esos que ya nadie abre ni cierra.
El baúl de herrajes duerme a la sombra de las paredes encaladas, en algún
tiempo contuvo billetes traídos de Cuba o Montevideo, un reloj de leontina, una
frazada de paño, un vestido de bautismo con volantitos blancos.
La casa de Contreras, cerca del barranco del
mismo nombre, aguarda estoica a que la admires. Aunque tardes en llegar desde
cualquier punto que salgas -tan distante del mundo se encuentra- el esfuerzo
valdrá la pena, tanto, que llegarás a quererla, enternecida de su fuerza ante
la orfandad absoluta, rota sólo por los lagartos, el vuelo rasante de un
cernícalo, unos escarabajos ensimismados.
O
por el sonido de nuestras voces, impactadas con la hermosura de la casa de
Contreras, tan lejana, tan insólita, tan segura de sí y de la vida que creció
en derredor.
Fascinada por la Geometría, se
llevó la clase al pasadizo recién descubierto. Allí había visto cuadrados y
triángulos, círculos, paralelas y perpendiculares, ángulos de todas clases y
hasta la mejor forma de explicar el número áureo.
Bien sabía que la escuela se
puede encontrar al borde del camino.
Foto y texto, Virginia
Había cucharas,
periódicos, una cocinilla oxidada, barricas, vasos y platos, un inesperado
suelo rojizo de ladrillos fraileros cubiertos de tierra, una cartera vacía,
papeles, la virgen enmarcada sobre la pared tiznada, la cortina rasgando la mitad
de la cueva. Una mesa valiosa, antiguos los cabezales de las camas.
También la destiladera, olvidada entre los trastos, sin agua, sin vida.
El tenedor con mango de hueso hizo ademán de contarme su historia, pero yo, embobecida en aquel espacio caótico y bello, no tuve oídos para escucharlo.
O tan solo por verse una vez más antes de morir.
Texto y fotos, Virginia
Sin previo aviso y conectadas por el hilo invisible del Arte y la Historia, un buen día dos diosas bajaron al unísono de los pedestales y se encontraron en una esquina.
A salvo de turistas, fotos, restauraciones y
murmullos de admiración, se ven de cuando en cuando y conversan, no sabemos
cómo, pero lo hacen, sí, sobre sus vidas milenarias.
Venus vive al borde de una playa nudista, libre y salvaje. Victoria trabaja en una organización de minusválidos.
La casa tenía una pauta
inalterable, solo se podía entrar de tres en tres.
Allá se fueron Los 3 Mosqueteros,
los Hermanos Marx, el Trío Los Panchos y el Trío Calavera, cualquier clase de
triángulos, las acículas del pino y las Tres Gracias, las pirámides de Egipto,
las cruces de un Calvario, los tres puntos por donde pasa un plano y solo uno, el
Triángulo del Verano, Anais Nin con Henry Miller y June, Lou Andreas con
Nietzsche y Freud, las tres patas de un banco, el trío de ases del mejor tahúr.
Lo que pasó dentro ya es otro
cantar.
Texto y foto, Virginia
Cuando hallaron el cuerpo en un cuartucho abandonado,
el forense dictaminó que había fallecido por exceso de
clorofila.
Texto y foto, Virginia
Cuando en un futuro
seamos huérfanos de patrimonio,
no sabremos ni quién, ni cómo,
ni porqué, ni cuándo.
Nada.