jueves, 30 de abril de 2009

Tête dit "Le lapin"

Orgullosa y segura, la cabeza se yergue sobre la piedra.
El mármol se ha convertido en hierro.
Hierro forjado, machacado, soldado,
doblado, partido, pulido, arañado.
Reverenciado también.
Vemos huellas anteriores
y piedras esculpidas a lo largo de los siglos.
Hombres dejando marcas, ojos y arrugas.
Hierro, bronce, granito, madera,
basalto, yeso,
todos con el brillo del arte.
Bustos cincelados,
espaldas y piernas expuestas ante nuestros ojos.

Siempre habrá quien nos fascine
con sus manos de artista y el alma de un poeta.


(Pieza de Julio González, 1930)



domingo, 26 de abril de 2009

Leer, leer, leer (2)

La edad de hierro, J. M. Coetzee

"Ahora me lo pregunto. Y respondo: porque la sangre es preciosa, más preciosa que el oro y los diamantes. Porque toda la sangre es una: un sólo estanque de vida repartido entre nuestras existencias separadas, pero unido por la naturaleza: prestada, no dada; repartida, confiada, para que la preservemos: parece que viva en nosotros, pero solamente lo parece, porque lo cierto es que nosotros vivimos en ella.
Un mar de sangre reuniéndose de nuevo: ¿será así el fin de los días? La sangre de todos: un mar de Baikal de color escarlata oscuro bajo un cielo invernal como el de Siberia, con arrecifes de hielo alrededor, con las orillas blancas como la nieve bañadas de sangre viscosa y mansa. La sangre de la humanidad, recompuesta."

sábado, 25 de abril de 2009

Códigos


Ardía el mediodía y la ciudad estaba casi desierta. Tenía que coger el tren hacia K. y no sabía exactamente cuál era el andén. Mientras buscaba algún punto de información, me distraje al ver un rincón donde ordenaban los rótulos de los trenes. Entretenida en jugar con los números y las letras de un idioma desconocido y complicado, abrigada en una sombra que me protegía del calor que aplastaba la ciudad, abandoné la idea de para qué estaba allí, absorta en uno de mis pasatiempos preferidos. En el reducido espacio donde me encontraba, sólo oía el sonido de letras y cantidades, saltando, jugando, intercambiándose entre ellas.
Yo iba a K. para asistir a aun congreso sobre "Códigos subliminales en la Pintura y la Literatura", un título muy sugerente, así que aquel lugar y aquel momento tenían también algo de la magia que desde siempre me había interesado. Entre fardos y cajas olvidadas, me senté. Ya no recordé más la conferencia, ni la urgencia del viaje, ni los trenes que zumbaban cerca, avisando de su marcha.
Me vino a la mente un episodio similar de mi vida que ya había relatado, "Cumpleaños", y tampoco quise perder el momento. Por mi mente desfilaban los números, acompañados de Pitágoras, Duchamp, Enzensberger, Fibonacci, Novela de ajedrez de Zweig, Newton, Hipatía, Rauschenberg...
Acompañándome en una ciudad desconocida, los carteles me daban los códigos que la humanidad había conquistado a través de los siglos y el conocimiento. Y yo, sentada entre paquetes desgastados y soñolientos, maquinaba con los números y los casaba con las letras, y pensaba en polígonos y segmentos, en cubos y paralelas; buscaba primos, triangulares, pares, impares.
Pasé así un tiempo indefinido, extraviada dulcemente en una selva frondosa de dígitos y letras, mientras los trenes partían y llegaban. Lejos, en K. el congreso se desarrollaba con éxito, incluso mi intervención, que tuve que hacerla por video conferencia, acomodada entre los bultos mugrientos y perdidos que nadie reclamó nunca.
(Letreros y lavabos en la estación Nyugati, Budapest)

martes, 14 de abril de 2009

Cumpleaños

Llovía como un mar que cayera del cielo. Una lluvia perenne, de gotas consistentes y casi pegadas unas a otras. Yo iba al cumpleaños de una amiga. Salía de comprar un regalo en una tienda muy chic. Mi cabellera era una sucesión de rizos, nudos y mechas, recién creados. Rara vez llevaba medias y zapatos de aguja, pero ese día me quería sentir la más elegante entre las chicas del grupo.
La lluvia había comenzado por la mañana, una fina llovizna que más parecía polvo mojado y que, lentamente, se había convertido en una cascada imperturbable, una pantalla líquida y continua.
Tropecé en el bordillo de la acera, mis medias se quebraron, el regalo se manchó como un cuadro expresionista. La chaquetilla ligera que me cubría era como papel mojado. Siempre me había gustado la lluvia, pero en aquellos momentos la odiaba.
Necesitaba un baño, arreglarme un poco, conseguir un paraguas en cualquier tienda al paso. Entré en un centro comercial, busqué unos servicios. Todo el malhumor que sentía desapareció de golpe. El baño era un lugar limpísimo, los lavabos, virginales como una flor recién abierta. ¿Quién cuidaba de aquel lugar con tanto amor? Flotaba un aroma a jabón antiguo que me recordó las sábanas al sol de mi infancia. Incapaz de manchar nada de aquella blancura que se me ofrecía generosamente, olvidé para qué había entrado.
Salí de nuevo a la calle, la lluvia continuaba, tenaz y serena. Tiré el regalo en una papelera, la chaquetilla empapada la colgué en un semáforo. Miré con picardía como las zapatillas, rojas y sensuales, flotaban en un charco de agua. Apoyada en un graffitti, me despojé de las medias, la falda, la blusa y la ropa interior.
Olvidé la cita, el cumpleaños, las amigas.
Con el bolso en bandolera, canté y corrí bajo la lluvia.

sábado, 11 de abril de 2009

Sueños de papel

Me lo tropecé en un callejón del barrio chino, cerca de donde vivo. Según supe después, llevaba años transitando aquellos lugares. Con su camisa roja y zapatos Clarks, era inconfundible. Yo, que siempre había estado enamorada de antihéroes como él, no me puedo perdonar ahora, cuando ya no tengo esperanzas de que sus ojos se crucen con los míos, no haberlo encontrado antes.
Sólo me queda verlo recortado sobre las hojas impresas, con su andar elegante y sus recursos de investigador privado. Bueno, si tal vez tuviera yo una enajenada historia de delirios y fantasmas, espíritus y monstruos, podría llamar a su puerta, Craven Road, 7:
_ Sr. Dylan Dog, ¿puedo pasar un momento?. ¿Es usted el Detective de lo Oculto?
_ Pues sí, pero no resuelvo simples pesadillas, únicamente si son en verdad terroríficas.
Así que tendré que esmerarme en mis sueños y convertirlos en horribles. Creo que será la manera de entrar en su vida de papel, tinta y ficción.

viernes, 10 de abril de 2009

Ciudad en blanco y negro


Ya no está la casa que pintaba el niño.
De improviso, ha surgido una ciudad.
Líneas de edificios grises, todos con puertas y pomos.
Un árbol enorme y frondoso crece al borde del asfalto.
El sol sonríe ante la ingenuidad de las farolas.

Una niña dibuja la ciudad y sabe de qué está compuesta.
Aunque no vive en ella, conoce sus formas y colores,
quiere pensar que las manzanas también crecen allí.

Una niña dibuja la ciudad.
Con pocos trazos nos mete dentro,
a punto de cruzar la calle.
Tal vez necesita que cojamos las manzanas
y se las entreguemos a la luz del sol y de las farolas.


Dibujo de J. L., 6 años

jueves, 2 de abril de 2009

Desnudez

Se desnuda la montaña
y en su oquedad de fuego y lava,
nos muestra un cuadro.
Esculpió el volcán
su redondez de seno
y la incandescencia se hizo piedra.
Serena y lánguida,
la montaña se desgaja.
Nos entrega trozos de roca
como páginas de su historia.

Sueño compartido

En la Galería Nacional de Washington, acompañados por los retratos del Sr. Mellon y otros artífices generosos y visionarios del museo, duermen los vagabundos.
Me acomodo en una esquina y entre la ternura del sueño compartido y lo incomprensible de la situación, duermo unos instantes.
Vigilan nuestro sueño los rostros aristocráticos de aquellos americanos que supieron entender lo que era contribuir al crecimiento de un país, llenando de arte las salas de un edificio cuya entrada se basa en el Panteón de Roma.
Y en ese ámbito de arte y riqueza, los vagabundos reposan tranquilos y cálidos, en sillones de cuero, rodeados de cuadros, alfombras, lámparas de araña y controles de seguridad.
Después de Vermeer, Leonardo, Giotto, van der Weyden y Giorgione, Matisse y Rothko, me tumbo en un sofá y me siento tan acompañada como si estuviera en mi propia casa.