martes, 28 de agosto de 2018

Quiebros VI


Oliverio Lafitte, pirata

Se levanta la mañana y el pirata tiene hambre. 
En su bajel renqueante no queda nada que comer, solo cuatro botellas de ron. Por la última refriega ha perdido varios hombres y ahora lamenta su suerte. Ya no lo acompaña el contramaestre, ni su grumete favorito, ni tampoco tres de los más aguerridos compinches. Para colmo de desdichas, no se percibe un leve ramalazo de viento, un barco en lontananza o una maldita isla a la que arribar.



Y el pirata tiene hambre. Se han acabado las gallinas, los dos gansos y hasta los cinco gatos que recolectaron en el último puerto. Dos dedos de aceite, media libra de harina y el agua -de los toneles rebosantes con los que salió del último embarcadero- no ocupa ya ni una décima parte. Por no tener, están a punto de quedarse sin pólvora. Encima, pesa sobre él una orden de captura y sabe que ahora es más dura que nunca antes, desde que llegue a cualquier puerto conocido estará en peligro.


Pero nada de eso le importa en esta mañana rutilante, el hambre es lo que le obsesiona. Si pudiera cambiar el baúl ahíto de monedas de oro y joyas preciosas por comida, de buen gusto lo haría.
En esto que, como un maná salido del mar, empiezan a caer peces voladores sobre cubierta, acero bruñido sobre el maderamen gastado, rutilancia de escamas, plata y sangre sobre el andamiaje. Enloquecido de hambre y gratitud, Oliverio arrastra con dificultad el cofre de riquezas hasta la borda y en un gesto insólito, echa al agua el contenido, queriendo pagar el don marino. Ninguno de sus secuaces lo detiene, débiles y famélicos como están.
Las monedas, los anillos, las perlas, los rústicos lingotes, caen al mar con rumor de canción desconocida y centelleo fulgurante. La sangre, el entrechocar de las espadas, el cañoneo intimidante, las velas henchidas, la astucia, el coraje, el miedo, la aventura, los arcabuces y los alfanjes, todo se olvida frente al cardumen de peces que cubre la tablazón marcada por innumerables abordajes.
La generosidad de la naturaleza tapiza la cubierta con un manto argénteo, hasta en las velas han quedado prendidos los peces, que, agonizantes, caen con fosforescencia  de incendio.
Oliverio Lafitte contempla la cascada dorada, mientras al océano van cayendo escudos, doblones, ducados, zafiros, aguamarinas, esmeraldas amazónicas, plata del Perú, luises franceses, reales. Podrá ahora dedicar el cofre a conservar los pescados milagrosos, bien secos y apretujados, como el más valioso de los tesoros.



 Texto y fotos, Virgi


martes, 21 de agosto de 2018

ERA DEL BARRANCO DEL REY





¿Y qué he hacer ante una preciosura de este calibre? Lo de siempre antes: conmoverme, admirarme. Y luego, contemplar la precisión de la circunferencia, la leve caída desde el centro hasta el borde, las piedras perfectamente encajadas; las mayores, marcando los radios, y las menudas, engarzadas por sectores, segundonas felices; otras cuadradas en los bordes, dando seguridad para que el grano no huya a los barranquillos cercanos. En medio, un montoncito de cagarrutas de conejo, como boliches rústicos o cuentas de algún collar roto.















Alrededor, la vida minúscula, increíble tan seca y tan viva. Un sarantontón atrevido se posa en el pomo del bastón, las arañas cruzan sus telas de lado a lado del sendero, los verdinos prehistóricos corren a esconderse entre los cardones, asustando a los escarabajos de ébano y una lisa adormecida es incapaz de moverse cuando la sorprendo bajo un pedrusco. Vuela con rumbo extraño un frágil folelé rojizo que planea por segundos sobre una fila de hormigas, incapaces de abandonar sus planes jansenistas.





Me tumbo, dejo de respirar un momento y siento el pálpito ancestral de las lajas, cálido, sereno, exiguo y aún así, poderoso. Las tabaibas y los balos adornan las comisuras de la era y a su sombra se queda una parte mía.


Una parte que fue entera, sí. Seguro fui yo misma sobre la era un tiempo antes, hace tanto, tantísimo.       

Texto y fotos, Virgi                              

Geometría



Me cautiva la Geometría. Por cualquier sitio encuentro paralelas, perpendiculares, cuadrados y círculos, líneas rectas o curvas. 
Cuento, mido, calculo, hago juegos mentales con lo que me regala la mirada. Pienso en Pitágoras, Hipatía, Durero, Brunelleschi, Grace Chisholm, Mondrian, Agnes Martin.

En un rincón como el de la foto, puedo pasar largo rato, entretenida en contar o comparar las distintas formas y líneas con las que me tropiezo. En los años en que daba Matemáticas al alumnado de Primaria, percibí que la Geometría tenía muchas posibilidades de atrapar su interés y de fomentar otras áreas importantes, aparte de desarrollar la creatividad.

Desde que hace más de diez años empecé con el blog (gracias al que tengo excelentes amistades de variados lugares), de tanto en tanto cuelgo algo donde la Geometría está presente, esquinas, plantas, ventanas, huertas, baldosas, construcciones, letreros.

Aquí, algunas de mis miradas geométricas.

















Texto y fotos, Virgi

lunes, 20 de agosto de 2018

Obviedad



¿Y para qué una calculadora? 
Habiendo lápiz y un buen soporte, no se precisa mucho más.


Texto y foto, Virgi

jueves, 16 de agosto de 2018

Despaisajes


Despaisaje LXV


Las únicas flores que conozco, dice la niña, están 

donde vive mi abuela, en las baldosas del suelo.


(año 2118 d.C.)




Texto y foto, Virgi

martes, 14 de agosto de 2018

TEGUISE



En Teguise nace la luz de Lanzarote.

Luminosa, recorre entonces los callejones y se para y se regodea en el parteluz de una ventana, en las lucecitas tras las tejas, en el trasluz de una cortina, en el contraluz de la puerta. La luz reluciente se pasea por las paredes y los muros, choca en las aldabas, se cuela por las chimeneas, reluce en los cristales, abrillanta las piedras y luce entre los adoquines. Haces de luz entran por los postigos traslúcidos o por los tragaluces de las tejas, mientras, a lo lejos, los volcanes envidian una luminosidad prohibida, tan ellos de fuego y lava.

La luz de Lanzarote nace en Teguise.


 Texto y foto, Virgi

sábado, 11 de agosto de 2018

Diálogo



-¿Y qué me decías?
-Que la vida es breve, mucho.
-Sí, pero aún podemos contemplar el horizonte.
-Cierto, aunque el horizonte sabe que ya no intentaremos llegar a él.


Texto y foto, Virgi

jueves, 9 de agosto de 2018

Evidencia



En el origen fue el mar, 
y mucho más tarde, 
las criaturas felices.

Nada sería igual sin uno ni otras.



Texto y foto, Virgi
Playa de Cromer, Norfolk

VILLA ROMANA DE LA OLMEDA




Nos quedábamos unos días en Zamora -hace ya unos años-, una ciudad de lo más apetecible con sus numerosas iglesias románicas y un casco antiguo que nos transportaba tiempo atrás, a Viriato, doña Urraca, El Cid; tres de esos nombres que nos grabó la escuela en la infancia, entre otros muchos, ciertamente, aunque poco a poco se vayan difuminando o se mezclen unos con otros, en un baile propio de la edad y la memoria.
La ciudad es preciosa, muy conservada, y vale mucho la pena disfrutarla paseando y visitando sus monumentos, así como lugares algo más alejados con edificios sobresalientes, entre ellos, san Pedro de la Nave, san Martín de Frómista, san Juan de Baños o san Cebrián de Mazotes. Más lejos, ya en la provincia de Palencia, al norte, se encuentra el extraordinario yacimiento de La Olmeda, una antigua villa romana con el mayor número de mosaicos de todo el país.


Un descubrimiento bastante reciente (1968) cuando se araban unas huertas y que después de años de excavaciones -muchas de ellas soportadas con ilusión y generosidad por el propietario de la finca- se abrió al público para regocijo de los visitantes. La edificación contaba con más de treinta dependencias, y de ellas, veintiséis con mosaicos, en total unos mil quinientos metros cuadrados decorados con minúsculas teselas. Baños con calefacción, una palestra donde hacer ejercicios, el salón de recepciones, dormitorios, patios, cocina, almacenes. La suntuosidad del edificio pone de manifiesto la riqueza de los dueños y el poderío de los romanos hace más de 1600 años. Incluso en las cercanías se han descubierto alfares, graneros, cuadras, talleres y también una necrópolis. Una casa-ciudad en medio de las planicies castellanas.


No me importó hacer casi cuatrocientos kilómetros de ida y vuelta sabiendo que contemplaría la minuciosidad de los mosaicos representando retratos familiares, animales diversos –algunos africanos- Ulises y Aquiles, cazadores, cenefas, diosecillos. La civilización romana siempre sorprendente, pragmática y adelantada en muchos asuntos, hasta el punto de creer que Europa funcionaba mejor con su dominio que en estos tiempos de gobernantes miserables.



Texto, Virgi
Fotos de la red

SAINSBURY CENTRE



El Centro Sainsbury de Artes Visuales está situado en el campus de la Universidad de East Anglia, Norwich, y fue uno de los primeros proyectos públicos del aclamado arquitecto Norman Foster, cuando aún era poco conocido, en 1978.
Muy luminoso, contiene una colección de arte valiosa y apetecible. En su mayoría, fue una donación (los anglosajones tan en su papel de mecenazgo) de la pareja Lisa y Robert Sainsbury, que desde 1930 habían reunido una espléndida muestra de arte antiguo y moderno, a la que se le han ido agregando otras numerosas piezas.


Figuras africanas, precolombinas, asiáticas, delicadas piezas egipcias y griegas, otras prehistóricas, mesopotámicas y de las Cícladas, un deslumbrante atlas de James Cook, cuadros de Francis Bacon, Soutine, Morandi,  Modigliani y también uno de Manolo Millares, canario universal que nos alegró mucho descubrirlo entre tanta joya; esculturas de Degas, Elizabeth Frink, Henry Moore, Giacometti, Lynn Chadwick, John Davies, Jacob Epstein.





























Se celebra este año su 40 Aniversario con una exposición del artista Brian Clarke -coloridos trabajos en biombos de cristal- y otras numerosas actividades. Nosotros fuimos un sábado, “Family Day”, y fue una gozada ver la cantidad de familias que disfrutaban del centro y del reposado parque que lo rodea, con niñas y niños pintando, corriendo, jugando y observando las obras.



 https://scva.ac.uk/ )

Texto y fotos, Virgi


viernes, 3 de agosto de 2018

LOS BROADS DE NORFOLK






El Condado de Norfolk, al este de Inglaterra, justo enfrente de Holanda, tiene unas particularidades muy interesantes que nos dejaron encantados. 




















Aparte de la capital, Norwich -lindísima ciudad muy recomendable, con callejuelas cautivadoras, el castillo imponente, su catedral magnífica-, y de una atractiva costa muy trabajada por el mar (que poco a poco va ganando terreno hasta el punto de que ha avanzado derrumbando casas y comiendo planísimos terrenos de cultivo), pueblitos cautivadores rodeados de campos de cereales, iglesias medievales que se anuncian desde lejos con sus potentes torres, playas infinitas con chiquillería jugando, cogiendo cangrejos o bañándose, antiguos graneros inmensos, algunos faros majestuosos, molinos de cuento y otras preciosidades, dispone también de una red única en el país de ríos, canales, lagos y lagunas.



Son los llamados Broads, un sistema de comunicación que funciona desde la Edad Media, con mayor desarrollo a partir de 1600. Un paisaje donde el agua es el elemento primordial, que camina con parsimonia a través de sus seis o siete ríos. Comunicados entre ellos, sirvieron en su momento para el transporte de lana, madera y productos del campo, siendo un elemento primordial en la vida del condado, pues conforman decenas de zonas catalogadas como reserva natural. El verdor de las orillas esconde una vida muy rica, que se prolonga en las marismas cercanas, con patos, cisnes, garzas y otras numerosas aves.



Suman en total unos doscientos kilómetros y la gente de la zona navega por ellos con la normalidad de quien pasea por los caminos de su pueblo. Se atisban campanarios, molinos enormes, algunas ruinas como la de la Abadía de St. Benet (la única iglesia católica que Enrique VIII no cerró), muellitos particulares, casonas y casitas, barcos de vela, yates de todo tamaño, barcazas donde vivir un tiempo un sueño de película. 

















Para la práctica del senderismo, también ofrece unos trescientos kilómetros de caminos entre cañaverales, arbolado, puentecillos, algún pub donde refrescarse y sobre todo unos caminos llanos y repletos de vida natural.




Mientras íbamos por el río Bure, pensaba que ese tiempo de navegación era el de antes, cuando la prisa no se conocía, las horas eran también distintas y la vida te permitía pensamientos lentos y, seguramente, más productivos. Confinada en un pequeño espacio, con agua y altas hierbas (juncos que aún hoy se usan para cubrir muchos tejados, a modo antiguo) a cada lado y un horizonte líquido, la vida se mueve de otra forma y nos sentimos vacíos de obligaciones, proyectos y ataduras. 



Navegar por un río durante horas, sin ningún objetivo, con el sonido del motor, plof, plof, plof y el chapoteo ligero de los patos, indiferentes al mundo circundante,  me ha enseñado algo nuevo, un placer desconocido hasta ahora, la placidez de la naturaleza que siempre está ahí, esperando paciente a que nos reencontremos con ella.


Gracias a Patrice, hospitalaria, simpática a cualquier hora, dispuesta para todo y excelente cocinera. También a Joshua, capitán inteligente y con recursos ilimitados.

Texto y fotos, Virgi

miércoles, 1 de agosto de 2018

Despaisajes


Despaisaje LXIV


Con paciente sabiduría

la vida siempre se abre paso.






Texto y foto, Virgi