sábado, 20 de julio de 2024

 Las hadas viven en casitas lejanas, 

bajo cielos azules y caminos de plata.


Texto y foto, Virginia

viernes, 19 de julio de 2024

Mundo anfibio y sonoro




Sabiduría ancestral la de los pobladores de la Depresión Momposina, al norte de Colombia, una gran extensión bañada por innumerables ciénagas y varios ríos (como el notorio Magdalena), que marcaron la vida y la cultura de los indígenas.

Las crecidas invadían las planicies dejando la tierra fértil, donde luego se plantaba yuca, ñame, maíz, palmas. La unión entre los habitantes y la naturaleza era muy estrecha y una conmovedora particularidad fue la relación con las aves.

En el Museo Zenú de Cartagena de Indias se aprecia muy bien la imbricación con el mundo animal y la importancia que poseían ranas, sapos, caimanes, peces, aves de todo tipo y, por supuesto, el venerado jaguar, poseedor de las cualidades de un dios.





Respecto a las aves, los zenúes poseían un gran repertorio de sonidos similares a sus gorjeos, reproducidos mediante flautas, silbatos, fotutos y ocarinas, en el intento de guiar a los oyentes consiguiendo la evocación de pájaros y cantos. Según entendí, la capacidad de volar era un motivo de admiración, hasta el punto de no cazarlos, como sí hacían con peces, mamíferos y reptiles.

Dichos cantos se usaban en rituales de curaciones, ceremonias y fiestas, dado que las aves estaban más cerca de las divinidades que el resto de seres. Garzas, ibis, búhos, patos y cormoranes se ven en joyas y objetos cotidianos, realizados con diferentes materiales, especialmente oro.



 

La forma de vida en este lugar es un ejemplo admirable, ya en gran parte perdida. El sistema de riego con calles y camellones, por el que se dirigía el agua de las crecidas, revela un dominio increíble, con canales cubiertos totalmente, los cuales, al bajar de nivel, eran cultivados con éxito.

Un éxito donde las aves tenían su protagonismo, por algo dominan un espacio negado a nosotros, tan pegados a la tierra y sus vaivenes. Pájaros que nunca fueron cazados, deidades aéreas reverenciadas por gentes respetuosas, con capacidades que ahora no sabríamos gestionar por más que quisiéramos.





 Texto, Virginia

 

 Fotos del Museo del Oro Zenú, Cartagena de Indias

sábado, 13 de julio de 2024

 

Atravesar la roca le resultó fácil.

No fue igual cuando se encontró frente  al infinito.




Texto y foto, Virginia

 

Entre el orden y el desorden hay un mundo.







Texto y fotos, Virginia

Túnez, marzo 2024

lunes, 24 de junio de 2024

Desaliento

 

Detenido en el umbral, se apoya en una de las jambas, está cansado y olvidó las llaves en un lugar que no recuerda. Piensa cuanto tiempo ha pasado desde la última vez que alguien le abrió la puerta, ahora sólo él está fuera, un sitio que ni reconoce. 

Dentro, espejos mohosos, ventanas desguarnecidas, motas de polvo danzando sobre el piso. Tendrá que volver otro día, cuando le confirmen si en verdad esa es su casa.




Texto y foto, Virginia

jueves, 13 de junio de 2024

La Plaza


Sí, estuve en la Plaza de Leyva. La plaza más grande de Sudamérica, rodeada de edificios coloniales y pavimentada con cantos ocres y grises. Bajo los arcos, contemplé la fila de piedras que la recubren, con una fuente estilo mudéjar en el centro, usada para aprovisionar de agua a la población.



Caía la tarde y tomaba un milhojas con arequipe, entretanto las nubes grises no conseguían taparla del todo, tan grandiosa es. Desde un lado al de enfrente, circulaban perros, palomas y monjas, niños regresando de la escuela, parejas haciéndose carantoñas, unos pocos turistas tomando fotos. 

 



Sí, estuve en Leyva, de tejas árabes y balcones canarios, portalones con escudos de armas y una bandera ondeando al aire. Y ya fueran ratos soleados como pasados por agua, nada me hizo desistir de pisar los adoquines, yendo de canto en canto como cuando recorro los senderos de mi isla. Me venían recuerdos de infancia en una plaza (minúscula, en comparación), también empedrada, donde ovejas y cabras mordisqueaban con fruición las hierbas de las ranuras, mientras el pastor dormitaba en los escalones de la iglesia. Aquella desapareció, pero la de Villa de Leyva se mantiene después de cuatro siglos largos y yo la cruzo una y otra vez, de arriba abajo, de Oriente a Occidente (como se dice en Colombia), cautivada por un espacio fascinante.



 

La Villa con su plaza está allí desde que la fundaron en 1572, esperando por quienes sorteamos un océano sólo por caminarla y sentarse en una esquina. También está para muchos que no van desde tan lejos, pero la admiran igualmente. Unos y otros nos dejamos embaucar por sus encantos, sin atinar cómo se ha logrado mantener tal tesoro. Y así seguimos, dando vueltas a la cuadrícula, sin que nos afecte ninguna otra cosa, sólo el placer siempre renovado de vernos en lugares de ensueño.




Texto y fotos, Virginia


Villa de Leyva, Colombia

sábado, 8 de junio de 2024

 

No tuve que hacer nada. Ni sacar los pinceles ni las pinturas, montar el lienzo, prepararlo. Nada. El cuadro estaba allí, frente a mí.

Tal cual, me lo traje.


Texto y foto, Virginia

Pared en Cartagena de Indias

lunes, 3 de junio de 2024

 

La quietud de Barichara



 

Canta un gallo muy cerca y algún otro más lejano. Son las cinco de la mañana y espero que amanezca para deslizarme por este pueblo/tobogán.

Subidas y bajadas, badenes imposibles, una catedral de vistosa cúpula, tremendas lajas cubriendo las calles y muros de tapia pisada. Marrón, blanco, azul y verde, el delicioso pueblo de Barichara se encuentra a varias horas de cualquier ciudad colombiana importante. 


 

Pero vale la pena emplear el tiempo en llegar a este rincón inesperado, pulcro y auténtico. Familias sentadas en los zaguanes al anochecer saludan como si fuéramos de al lado, tiendas donde entrar aunque no compremos, con anaqueles impolutos, como los techos y los muros.



 

A Barichara hay que ir sin miedo a las pendientes. Allí, o subes o bajas, no hay otra. Arriba del todo, el curioso cementerio y la iglesia de Santa Bárbara, de piso también inclinado. En medio, la catedral de la Inmaculada y San Lorenzo, satisfecha del altar forrado con laminillas de oro. En la parte baja, el Puente Grande, por donde dicen pasó Simón Bolívar en sus campañas independentistas. Del lado oriental (los majestuosos Andes nos recuerdan este punto cardinal), el camino de Guane, primitiva senda indígena de Interés Cultural.

 




Abrazando estos bienes, el pueblo se organiza geométricamente, herencia de los colonizadores españoles, pues a pesar de los controvertidos datos fundacionales, sí es seguro que Francisco Pradilla y Ayarbe (quien, curiosament, se ocupaba de enseñar las primeras letras a las criaturas del incipiente poblado) tuvo la iniciativa -a mediados del s. XVIII- de comprar los terrenos donde alzar el templo principal.











En dialecto guane, Barichara significa “descanso”, que es justamente lo que se percibe. Y un respeto inusual al medio, conservando la forma original de construcción, la no contaminación acústica, el soterrado casi total de cables, los talleres de piedra o tintes para mantener el colorido de las paredes.










Aún con los pocos días de estancia, salimos enriquecidas. Los gallos que nos despertaban eran parte de una vida pacífica, natural como el verde de los alrededores, y por las travesías de tobogán andábamos con tranquilidad. 

No sé si algún día volveré. Pero desde ya le presento mis respetos a este pueblo de Colombia, más sensato que tantas urbes arrogantes.

 

Barichara, ejemplar y hermosamente sencillo.






Texto y fotos, Virginia

miércoles, 1 de mayo de 2024

Otra de romanos




Lo primero que hice al entrar en el anfiteatro fue dirigirme al foso, allí donde los gladiadores esperaban su turno, quiero imaginarlos con la ilusión de volver sólo heridos, tal vez un tajo en la pierna o un agujero de lanza en el hombro. El mismo espacio en el que leones, tigres o leopardos se defendieron ferozmente antes de ser ensartados, manchando de sangre la arena, sin que nadie se compadeciera ante su hermosura inigualable.




 

Lo recorrí aguardando escuchar gemidos, voces, promesas, salvajes rugidos entre los descomunales bloques de piedra. Únicamente distinguí, en soledad y perfectamente alineados, los cubículos para animales y hombres, sin un hálito de vida.  Aunque el sol entraba por la rejilla del techo, la humedad permanecía en las partes más oscuras, un relicto de la misma tristeza de aquellos condenados a luchar, sangrar y morir.




 

Salí entonces a la luz y dada la magnificencia, olvidé el foso y sus historias. Ya no tenía ojos sino para gradas y arcos, túneles, escalinatas, columnas, bloques macizos y los tres equilibrados niveles que se distinguen desde lejos. Como tantísimas otras obras del Imperio romano, nos deja boquiabiertas por la perfección y equilibrio que luce después de dos milenios en pie. Alzado en una llanura al este de Túnez y con capacidad para 35.000 personas, el anfitetro El Djem viene a ser el tercero o cuarto más grande de los conservados, poseyendo una estampa que en nada envidia al Coliseo de Roma. 




A lo largo de su historia ha servido como refugio de tribus, cantera, cuartel de soldados alemanes, plató para La vida de Brian o Gladiator. Patrimonio de la Humanidad desde 1997, el dorado de los sillares al ocaso nos impregna de luz, volviendo por enésima vez a reverenciar a quienes llevaron a cabo empresas de este calibre, sin que podamos explicarnos, criaturas efímeras que somos, como alcanzaron tamaño poderío arquitectónico.





Texto y fotos, Virginia

sábado, 13 de abril de 2024

Gato XIII

 

Dice mi gato que me deje de tonterías, que él no es el rey de la casa, que no es monárquico ni le gustan los lujos, que donde está cómodo es en cajas, bolsas y cestas. Que es un gato normal y corriente y que no siga con machangadas.

Le haré caso.








sábado, 30 de marzo de 2024

Blue



No vivo sin azul, dice el pescador.


Oh, desde luego, es mi preferido, apoya la diseñadora.


¡No me hablen de azul!, grita, desaforado, el náufrago.


Para mí -solicita con educación el cautivo-un retazo, aunque sea pequeño.


Ah, el azul que todo lo ha visto, reflexiona la filósofa.


Y la nadadora, ¿qué opinará? Lo indispensable que es, claro.


Azul, azul… ¿por qué no, marrón, gris o negro? Obviamente, el criterio de alguien deprimido.

 

Y así, hasta el infinito. Que también es azul, por cierto.



Texto y foto, Virginia

 

martes, 26 de marzo de 2024

Gato con mujer

Él sabe la razón de estar allí, por encima, sin que ella se haya percatado.

Cuando acabe de leer y de buscar palabras que no entiende, querrá irse a su casa, sin recordar qué camino ha de coger, qué callejón estrecho la llevará hasta la puerta correcta. Pero el gato sí, el gato conoce el recorrido, y con elegancia innata y sabiduría milenaria, la acompañará en silencio.




Texto y foto, Virginia


Medina de Túnez

miércoles, 20 de marzo de 2024

Puzle en Túnez

Una pieza más para el rompecabezas personal. Ese que toca a mi puerta cada vez que transito determinados lugares, resonándome como si perteneciera a paisajes áridos, arenosos, amarillos y ocres, con cuevas elementales, barranquillos secos y aulagas punteando el suelo. 




Matorrales azotados por el viento, lagartos que asoman los ojillos entre las piedras, el sol reverberando con fuerza y unas hormigas atareadas esquivando mis pasos.

Algún gen bereber debo guardar cuando me conmuevo con los secarrales de Fuerteventura o las chapas de tosca en Tenerife. El mismo sentimiento me embarga ante poblados como el de Matmata, en Túnez, por el que pasé hace unos días y tantísimos más con los que llevaba soñándolo. Al sur del país, en un terreno poco apropiado para el ser humano, los bereberes construyeron sus moradas al soco del calor y el viento, excavando unos patios que dan acceso a grutas para distintos usos. Se garantizaba la sombra, la seguridad y una clara sensación de colectividad familiar.





Las viviendas de Matmata poseen una fascinación indiscutible, tengamos los genes que tengamos. En su diseño juegan a la par el conocimiento del medio y la sabiduría de gentes habituadas a zonas desérticas. Cuando me senté en el patio a tomar un té acompañado de pan con aceite y miel, me vi tal cual de allí, dispuesta a moler el grano, preparar el telar o salir en busca de las ovejas.





El blanco que festonea los huecos, el azul de algunos detalles y la coloración terrosa del muro circular, contribuyen al ambiente puro, sereno, cálido. Accediendo a lo alto, entre los quiebros del terreno se vislumbran huertas, palmeras, olivos, un rebaño pastando, una burrita que espera.




Si está claro que Canarias fue poblada por bereberes, no le daré más vueltas al rompecabezas. Un pedacito mío se quedó en el desierto y el resto me lo traje para no perder el parentesco.

Poco a poco las piezas van encajando.



Texto y fotos, Virginia

sábado, 16 de marzo de 2024

Interrogante

 

¿La luz viene del sol o emana del gato?




Texto y foto, Virginia