lunes, 29 de octubre de 2018

ART NOUVEAU EN RIGA



Riga, una ciudad señorial al borde del río Daugava, tiene la mayor concentración de edificios modernistas de toda Europa. Más de setecientos, erigidos en los primeros años del s.XX, conforman un museo al aire libre de fachadas, cornisas, puertas, detalles, balcones, rostros, torsos, ventanas.




Solo hay que pasear por las calles Alberta, Elizabetes, Strelnieku o Vilandes para contemplar edificaciones de apartamentos uno al lado del otro, con una opulencia esplendorosa que remite al poderío económico de la ciudad hace más de un siglo. 






Era Riga en esos años una de las ciudades más importantes del Imperio Ruso y entre varias e inteligentes normas urbanísticas, una de ellas fue que no podían tener más de seis plantas, lo que le da a la ciudad una coherencia fascinante, aparte de la belleza indudable de las construcciones.



El Art Nouveau en Riga tiene tres corrientes que lo hacen variar unas de otras, según ostente influencias decorativas, racionalistas o cercanas al nacionalismo romántico letón. Sea como sea, las cabezas de mujeres, los mitos griegos, los adornos vegetales, las máscaras, se van sucediendo de tal forma, que nos parece recorrer una galería de arte sin fin.


Águilas, atlantes, medusas, pavos reales, guirnaldas, van saliendo a nuestro encuentro, pues aunque bien fijas emergiendo de los muros, tienen la capacidad de cautivarnos, como no podía ser menos ante tamaño derroche creativo y arquitectónico. 



La vista va de un lado a otro de las calles, se entretiene en lo alto o baja rauda a captar un detalle nuevo, torna a deslizarse en horizontal para luego ensimismarse en un gesto, unos brazos o unas cenefas sobre las cornisas. Un juego visual sorprendente y de gran riqueza simbólica para la que hay que tener suficientes conocimientos, que, ciertamente, no es mi caso, por más que me embelese en el paseo.



Como compensación a tanta exquisitez y después de un largo recorrido modernista, nos fuimos a comer unos pelmenis (un plato parecido a los raviolis, típico de Letonia y países vecinos), en el sitio seguramente más barato de toda la ciudad, un restaurante muy sencillo y original en su decoración, frecuentado por estudiantes y gente joven, en el que puedes comer sabroso y abundante por seis o siete euros como mucho. Situado en Kaiku Iela, una de las calles céntricas de la ciudad, se presta a probar varias posibilidades de esta pasta que coloca uno mismo en un cuenco y luego cobran según pesaje. Te sientas junto a la ventana, enfrente de alguna fachada Art Nouveau, tomas una cerveza del país y te das cuenta que no necesitas ninguna otra cosa.



Texto y fotos, Virginia
(excepto la última)

viernes, 26 de octubre de 2018

ABACHE




Volví a Abache por el camino vertiginoso de diques, retamas y líquenes. Volví sobre los pasos perdidos al borde del risco, abajo los barrancos, enfrente la isla redonda y cercana. Volvía a Abache, con su era, su dornajito y su dintel de tosca roja.


El camino es el mismo, mas no el momento, que siempre será distinto. Una nube como un rayo, un roque hendido a la mitad, las tabaibas majoreras despojadas de botones rojos, los musgos húmedos del relente.


El camino llanea, sube por una calzada estrecha y colgada, serpentea, sigue entre un par de vistosísimas degolladas, baja al lado de unas cazoletas, pasa un portón de piedra y se pierde entre restos de gochos antiguos. Al principio hay tuneras que, al paso, ofrecen sus frutos, tan dulces y frescos como un don del cielo.


Volví a Abache, pasé al pie del Roque de los Catorce Reales y algo después el de la Barbita, con restos de pastores entre la tosca de las paredes, cuevas tapiadas y cagarrutas de cabras. Pasé agudos farallones, un almendrero y una higuera con un chorro de agua cerca; lavándulas, amapolas y magarzas esperando la primavera.


Abache, un balcón sobre el océano y los barrancos formidables, ese sitio lejano y salvaje que nunca defrauda, quizás porque algo nuestro está allí para siempre.

Texto y fotos, Virginia



martes, 23 de octubre de 2018

Fraternidad



Qué más le da ser solo un número en medio de los páramos, si tiene la compañía de cernícalos, aguilillas, sarantontones, tabobos, tizones, perenquenes, andoriñas y corujas, capirotes, alguna alpispa despistada, y de vez en cuando, un petrel de Bulwer o un folelé vertiginoso.


 Texto y foto, Virginia

lunes, 22 de octubre de 2018

VILNIUS Y LA REPÚBLICA DE UZUPIS




La capital de Lituania hay que recorrerla por su evidente belleza y por todo lo que nos ofrece en un espacio reducido y cómodo de caminar. Proclamada Patrimonio de la Humanidad en 1994, Vilnius es agradable, pulcra, acogedora, con numerosos puntos de interés.
















Los patios de la Universidad –una de las más antiguas de Europa, 1579-, las innumerables iglesias católicas y ortodoxas, los edificios barrocos, la calle de la Literatura (decorada con placas y pequeñas obras arte dedicadas al mundo de la escritura, tanto del país como del resto del mundo: el poeta lituano Adam Mickiewicz, Simone de Beauvoir, J.L. Borges, la activista y rebelde Ciotka, García Márquez), el barrio judío y su recuerdo a los guetos del nazismo, la imponente plaza de la Catedral con el campanario exento o el inmenso palacio ducal y el fuerte Gediminas en lo alto de la colina.



Sin embargo, uno de los lugares más curiosos es el barrio de Uzupis, al otro lado del río Vilna. De un lugar abandonado, con casas medio derruidas, cobijo de vagabundos y gente de pocos recursos, pasó a ser un sitio de obligada visita en cuestión de poco tiempo. Todo por obra y gracia de un grupo de artistas e intelectuales que hace unos veinte años decidieron darle una vuelta al barrio, soplando sobre él el perfume del arte y la creatividad.












Al borde del río se atrevieron a crear una república independiente con moneda, leyes, gabinete gubernativo y una bandera que cambia de color según las estaciones del año. Demostrando un sentido del humor y una finísima ironía, los artículos de su Constitución no tienen desperdicio. Del 1 al 41 desgranan realismo, poesía, inteligencia, comprensión. Me quedé prendada de Vilnius y más de esta retahíla constitutiva, colgada en diferentes idiomas en la calle Paupio. Sentí admiración por la gente que tuvo la ocurrencia de crear la República de Uzupis, resumiendo sus ideales en cuarenta y una frases que cuentan la vida uniendo corazón y cerebro, con la aceptación de nuestras contradicciones.











Y aunque esto sea bastante difícil de lograr, la Constitución de Uzupis será tan comprensiva si se consigue como si no, como bien se ve en la humanidad que destila cada uno de sus párrafos.




1. Todos tienen derecho a vivir cerca del río Vilnelė y el río Vilnelė tiene derecho a fluir cerca de todos.
2. Todos tienen derecho al agua caliente, a la calefacción en invierno y a un tejado.
3. Todos tienen derecho a morir, pero no es su obligación.
4. Todos tienen derecho a equivocarse.
5. Todos tienen derecho a ser únicos.
6. Todos tienen derecho a amar.
7. Todos tienen derecho a no ser amados, pero no necesariamente.
8. Todos tienen derecho a ser insignificantes y desconocidos.
9. Todos tienen derecho a ser perezosos y a no hacer nada.
10. Todos tienen derecho a amar y a proteger a un gato.
11. Todos tienen derecho a cuidar de un perro hasta que uno de los dos se muera.
12. Un perro tiene derecho a ser un perro.
13. Un gato no está obligado a amar a su dueño, pero le debe ayudar en los momentos difíciles.
14. Todos tienen derecho a no saber de vez en cuando que tienen obligaciones.
15. Todos tienen derecho a dudar, pero no es su obligación.
16. Todos tienen derecho a ser felices.
17. Todos tienen derecho a ser infelices.
18. Todos tienen derecho a guardar silencio.
19. Todos tienen derecho a tener fe.
20. Nadie tiene derecho a usar la violencia.
21. Todos tienen derecho a darse cuenta de su irrelevancia y de su grandeza.
22. Nadie tiene derecho a usurpar la eternidad.
23. Todos tienen derecho a comprender.
24. Todos tienen derecho a no comprender nada.
25. Todos tienen derecho a tener varias nacionalidades.
26. Todos tienen derecho a celebrar o a no celebrar su cumpleaños.
27. Todos tienen la obligación de recordar su nombre.
28. Todos pueden compartir lo que poseen.
29. Nadie puede compartir lo que no posee.
30. Todos tienen derecho a tener hermanos, hermanas y padres.
31. Todos pueden ser libres.
32. Todos son responsables de su libertad.
33. Todos tienen derecho a llorar.
34. Todos tienen derecho a ser incomprendidos.
35. Nadie tiene derecho a echarle la culpa al otro.
36. Todos tienen derecho a ser subjetivos.
37. Todos tienen derecho a no tener ningún derecho.
38. Todos tienen derecho a no tener miedo.
39. No venzas
40. No te defiendas
41. No te rindas

Texto y fotos, Virginia

domingo, 21 de octubre de 2018

Duda


¿Media casa 

y otra media 

podrían formar una casa entera?






Texto y fotos, Virginia
Vilnius, oct. 2018

sábado, 20 de octubre de 2018

CANTERA




Una oquedad inmensa en lo alto de la montaña. Un lugar donde trabajar con las solas manos y poco más de un par de herramientas, labrando cantos, dándoles formas. Así durante años y años. Sin máquinas, como mucho, la ayuda de algunas bestias que cargaban los bloques desde la cantera hasta la base de la montaña.















Rojos, ocres, grises, alguna sutil línea blanca, canelos oscuros, granates, morados. La huella de los picos, quizás también del cincel. Un marrón, escoda, cuñas, barra y alguien especial que sabe de la veta a seguir para una extracción adecuada. Labor dura en épocas aún más duras. Eran canteros, labrantes, cabuqueros.




Las canteras están ahí, al borde del camino o de un barranco. En la ladera de la montaña o en medio de una planicie amarilla. En Canarias hay muchas, de distintos tipos de piedra: tosca, molinera, basalto, ignimbrita, traquita, granito, toba roja.


Esta es una de ellas, imponente, silenciosa, escondida, una historia dentro de cuatro paredes. Un cubículo de sol y sombra donde aprender y respetar el valioso trabajo de la gente que rebajó la montaña minuciosamente, dejando al descubierto un cubo casi perfecto, una ventana abierta del volcán al cielo, al sol, a las nubes, a la lluvia.





Texto y fotos, Virginia

jueves, 18 de octubre de 2018

Desatino




No era el óculo del Panteón, no, tampoco esperaba encontrarlo en aquellos secarrales. Si acaso un círculo por donde escapar cuando le hiciera falta. Mirándolo de esta forma, se lo cargó a la espalda hasta el salón de su casa. 
El problema que tiene ahora es la luz que trajo consigo, que no le deja conciliar el sueño.

Texto y foto, Virginia

lunes, 15 de octubre de 2018

TALLINN






Tanto que he contado la maravillosa historia de Los tres bandidos, del gran Tomi Ungerer, hasta recitarla de memoria incluso ahora, y nunca pude imaginar que visitaría un lugar tan apropiado para ese cuento universal.
Las torres de Tallinn, con sus cúpulas rojas, ventanitas minúsculas, paredes robustas, una cerca de la otra a lo largo de la muralla, me hicieron imaginar a los bandidos de aquel relato infantil, entretanto Úrsula, la niña valiente y solidaria, les sugiere gestos hermosos, que ellos acatan sin rechistar, dispuestos a que todo lo que han afanado, en su condición de ladrones oficiales de cuento, redunde en beneficio de los desfavorecidos.





Un cuento que ya podría ser realidad en esta época en que, quienes nos roban, no lo hacen con una vieja escopeta, un fuelle lleno de pimienta ni una herrumbrosa hacha de doble filo. No, quienes lo hacen ahora, son todos ladrones de guante blanco, de alto standing, metidos en gobiernos para aprovechar su poder, hurtando a la ciudadanía lo más básico, mientras se enriquecen sin fin.


No le harán caso a una huérfana como Úrsula para que inviertan su dinero en obras benéficas. Nos roban como algo normal, quizás un atavismo antiguo, algo criminal incrustado en sus mentes retorcidas. Qué más da que un país se hunda en la miseria, que a los palestinos los desalojen, que obliguen a niñas a casarse, que la gente se suicide por tener que dejar su casa, que quieran empleados esclavos, que las bombas maten inocentes o que miles de criaturas estén forzadas a trabajar sin derecho a educación o sanidad, todo para que la rueda del mundo siga, y guiándola, los de casi siempre.
















Tallinn es una bellísima ciudad medieval, conservada con sus casas de 1300, 1400, 1500. Poleas en lo alto para subir lo necesario a las casas, sin usar las angostas escaleras, pedazos de hierro como cicatrices artísticas sujetando paredes. 




















Un campanario desde donde mirar los tejados, las chimeneas, los patios arbolados, las gárgolas verdes de fieros dragones. Tallin es un cuento en el Báltico, un cuento en la biblioteca de la vida, esta vida que pocas veces es de ilusión y sí de penalidades. Pero Tallinn es así, un lugar donde las torres quizás sirvieron para albergar bandidos buenos, no de los reales. Un lugar donde caminar sobre adoquines rojizos, cantos rodados bien incrustados, pasadizos bajo palacetes y en lo alto, las agujas doradas apuntando al cielo. 































Tallinn es como una quimera, y allí volví a ver a los tres bandidos de gorros negros y a las niñas y los niños huérfanos con sus capas rojas. Rojas como los tejados de una ciudad de fábula, donde ojalá los bandidos sigan siendo generosos, un lugar en el que refugiarnos, aunque solo sea en nuestros sueños.


Texto y fotos, Virginia