Tus sueños escalaban la montaña. Desde la cresta se
divisaba el mar y la isla toda era un rumor de volcán y naturaleza generosa.
Con el catalejo, la libreta de notas, los libros de árboles, bichos y flores,
subiste audaz e ilustrado hasta la cima.
En sólo seis días y con el deseo de vivir bajo este
cielo, nos dejaste nombres de plantas, coordenadas, isotermas, apuntes
sísmicos.
Un joven europeo se asoma al valle y lo encandila el
verde, la luz, las cumbres grises,
negras, rojas. Indaga, pregunta, camina, escribe, observa, estudia.
La isla te nombra siempre. Quizás, como agradecimiento por
habernos legado algo de tu ilustración exquisita, el eco de tu voz suena aún sobre La Orotava. Mas, si
volvieras, desde el mirador que lleva tu nombre, tus ojos de bronce no
reconocerían el valle, otrora hermoso, ahora suma de edificios, carreteras,
huertas baldías, fachadas imposibles.
Eso sí, en lo alto, el Teide mantiene su sagrada estampa guanche,
¡oh, Humboldt! y guarda la memoria de tu huella, sabe de tus pasos, y, azul,
azul, conserva aún el impacto de su fuerza, la desproporción del fuego, la
espera de la lava.
Alexander von Humboldt (1769-1859) visitó Tenerife en junio de 1799.
Con la Ilustración como seña
de identidad, contribuyó a conocernos mejor, isleños inmersos en una naturaleza
sorprendente, lejano amasijo de identidades, entre olas y fuego.
La escultura es de Ana L. Martín, colocada en el Mirador
de Humboldt, La Orotava.
Fotos Virgi