sábado, 30 de mayo de 2009

Polígonos al sol


Diez, eran diez los polígonos al sol.
Blancos, ordenados, algodonosos.
Colgando sobre los canales de Venecia, con los gatos lejos y las palomas cerca.
Diez, ocho se ven. Dos se esconden.
Todos se columpian sobre góndolas y turistas, entre Campo Santa Margherita y Rialto.
Diez hexágonos irregulares, limpios y pudorosos, se ventilan,
reflejándose sobre las aguas verdes de la laguna.
Yo los veo y los cuento.
¿Diez hermanas? ¿Diez primas? ¿Diez huérfanas? ¿Diez monjas?
¿Diez jóvenes con ropas anticuadas?
¿Dieci ragazze nude?
¿O sólo una dama que hace la colada cada diez días?
Imposible saberlo. La ventana está cerrada, la cortina echada.
Las matemáticas saben de decenas, de líneas poligonales abiertas y cerradas, de planos y dimensiones. Pero de bragas al sol en la República Serenísima no me cuentan nada. Así que yo le doy al clic! y me traigo diez níveos polígonos.
Ellos seguirán sombreando los ladrillos húmedos y sufridos de la ciudad, yo haré números y cábalas con ellos, pero nunca sabré a quien pertenecían.

viernes, 22 de mayo de 2009

Mujer de espaldas


No se encontraba ya E. a sí misma en aquella casa. Las paredes, grises unas y de colores tibios otras, las sentía áridas. Andaba por los pasillos con su ser a trozos, sin lograr encajarlos en ninguna parte.Había llegado doce años atrás como acompañante de la dueña y el olor a trementina que la cautivó y bañaba las habitaciones, se le iba haciendo insoportable.
Aquel aroma era como un perfume que la sedujo cuando contemplaba extasiada los cuadros del pintor. Sin embargo, ahora le provocaba una angustia desconocida. Paseaba por los salones con el alma inquieta, recordando las primeras veces que admiraba los cuadros. Cuadros que representaban la serenidad obsesiva del artista, espacios casi vacíos, ventanas y puertas por donde entraba la luz, tímida y delicada. Rincones donde el pintor cambiaba de lugar los muebles, los cuadros, los objetos, para estudiar minúsculos detallles en la composición. Composiciones que enamoraron a E. para sorprenderse un día enamorada también del artista.
Así fantasmeaba por la casa, casi de espaldas a la vida, queriendo ser ignorada para ignorarse.

Hasta que un día, de los muchos que disfrutaba a solas la obra ordenada y cuidadosamentes dispuesta, se vió a sí misma como en un espejo al revés.
Era ella, con su traje oscuro y el pelo recogido, casi una sombra más en la estancia. Y no sólo en ese cuadro, sino en otro y otro y otro. ¿Desde cuándo la pintaba? ¿Por qué ella en tantos lienzos? ¿Sería un mueble más en sus estudios del espacio y de la luz?¿O su figura, sentada, de pie, de espaldas, representaba otra cosa? Con esos pensamientos, su alma tornó a colorearse, la trementina era una fragancia y la casa tenía recorridos certeros y llenos de ternura. Volvió a disfrutar con los cambios de muebles, con las puertas entreabiertas y las salas en penumbra. A su paso, sentía que los pinceles pintaban por ella y que el óleo suspiraba en su presencia.
Se conformó con ser silueta, esfinge, modelo, figura, sombra. Supo con certeza que era su manera de amar y ser amada.
Vilhem Hammershoi, Interior, 1904
Randers Kuntmuseum, Randers

domingo, 17 de mayo de 2009

The Visitor


La ternura se agazapó entre la piel y los huesos.
Ya no tuvimos más sonrisas
y las pupilas perdieron el brillo.
Tuvo que llegar la música.
Notas, sonidos, ritmo.
El color y el calor de un tambor, ancestral y humano.

La música nos rescató.
Éramos algo flotando
y la música nos brindó el suelo y los latidos.
Bombeaba la sangre,
y en ella, sumergidas,
blancas y negras, redondas,
fusas y semifusas,
marcaban el retorno a la vida.

Perseo y el escudo


Cuando Atenea le regaló a Perseo el escudo, bruñido como un espejo, ante su lucha con Cetus, el monstruo marino, ya sabía la diosa de la importancia de su regalo. Perseo, temerario y audaz, quería liberar a Andrómeda, la hija de Cefeo y Casiopea, reyes de Etiopía. En el reluciente escudo, Cetus se reflejaba una y otra vez, mientras el héroe terminaba con su vida.
Los centelleos hacían parpadear al monstruo y aquel brillo se contagió a la superficie del mar. Un ocaso de plata pulía las ondas y los destellos lustraron el agua.

Escudo y mar fueron uno. Al cielo se asomaron las constelaciones de los dioses, y las nubes, como terciopelos de un escenario se refugiaron entre las bambalinas del horizonte.

domingo, 10 de mayo de 2009

El Saltador


Salta el nadador sobre el mar.
Con sólo su cuerpo, se precipita al vacío.
Cobrizo y ágil, se lanza resuelto.
No hay más.
Columnas, las ramas de un árbol, tal vez un jarrón.
Todo le sobra.
Quiere, como única cosa, sentir el aire,
el sol y el agua en su piel.
Sobre la pared de una tumba, alguien soñó este hombre.
Un hombre solo, vuela,
y por unos instantes el mundo es suyo.
Y gracias a quien lo pintó,
podemos saber ahora de un hombre que quedó para siempre
suspendido en un soplo divino.


(Tumba de Il Tuffatore, Paestum, aprox. 470 a. C.)







viernes, 1 de mayo de 2009

Sillas vacías




Cada tarde, dos ancianos se sentaban a la puerta de sus casas a tomar el té. Llevaban así toda la vida, conversando al paso de los burros cargados, las muchachas en flor, las mujeres con la compra. Los niños corrían, saltaban, jugaban y se peleaban a su alrededor, livianos y alegres. Y ellos, ajenos a todo, recordaban y hablaban. Una mañana, el más viejo apareció plácidamente muerto en la cama. El amigo, al enterarse, salió a la calle, cambió de posición las dos sillas que habían compartido tantos atardeceres, se acostó y esperó la inminencia de la muerte.

Durante mucho tiempo, nadie osó sentarse en el lugar de los dos ancianos, así permanecieron bajo el sol abrasador y el frío nocturno. El viento del desierto, el mismo que acunaba las pirámides desde milenios, desgastaba la madera y gemía entre sus pliegues.

Así las encontré yo, en Gizeh. Así me lo contaron y así lo escribo.