sábado, 26 de junio de 2010

Paradero desconocido



Estuve un tiempo en el museo.
Un día me robaron.
Nadie se enteró hasta dos años después.
Me sustituyeron por una copia idéntica.
Líneas verdes, manchas rojas.

Mientras lo hacían, miraba a sus ojos.
No se inmutaron.
Quise gritar, mi lamento se apagó entre las sombras.
Ahora estoy lejos, y me contemplan
Mas no son los que añoro.
Fondo ocre, piel rosa.

En mi lugar está la otra,
pintada por manos diferentes, con pinceles distintos.
Seguramente, Matisse no lo sabe, o tal vez ni le importe.
A mí sí.
Flores, una caja, una alfombra, una mirada.

Quiero volver, ¿alguien puede ayudarme?


Hace unos diez años, este cuadro, “Odalisca en rojo”, pintado por Henri Matisse en Niza, 1925, fue robado del museo Sofía Imber, Caracas. Un caso perfecto. Desmontaron el lienzo y dejaron el marco, colocando en él la copia. Después de dos años, descubrieron el fraude. No se sabe su paradero.




Henri Matisse en Niza
Foto, Michel Georges-Michel, 1918

lunes, 21 de junio de 2010

Infancia

De niña quería ser bailarina.
Coleccionaba cromos, postales, fotos de Pavlova, Fonteyn, El lago de los cisnes, Nureyev.


Me gustaban las muñecas, las pinturas, los libros.


Y el mar, con la terraza salpicada por las olas donde, al anochecer, nos echábamos un cubo de agua dulce por encima, antes de acostarnos.


En las noches invernales, los cuatro hermanos nos entreteníamos con el parchís, el ajedrez, la escalera. En los veranos subía al moral, al ciruelo, al mato de tuneras, al nisperero.


Ha pasado casi medio siglo. El otro día ordené los cromos, los juegos, los libros. Los colores no eran los mismos, las muñecas esperan, no encontré las fichas. Los libros, en fila, también aguardan.
El mar se alejó de la terraza donde comíamos cangrejos.
La niña de entonces hace tiempo que no está.

Quién la siguió, aún conserva algo de ella.

miércoles, 16 de junio de 2010

Gotas

Quiso atrapar todas las gotas que el manantial del alba le ofrecía
y apostó unas pinzas tras el cristal.



Gotas ambarinas,
como el oro que derrama el sol cada mañana.



Gotas heladas, transparentes,
colgadas a la espera del deshielo.



Gotas a punto de estrellarse,
balanceándose en el trapecio de la alambrada.



No pudo, ninguna era para él.
Unas fueron al mar, otras volvieron a la madera.



Fotos, Virgi

sábado, 12 de junio de 2010

Pertenencia


Llovía sobre el puente.
Inclinado, el horizonte se columpiaba con el río.
Desde mi ventana, veía un panorama nuevo. Los pies desnudos en las maderas, gente entre dos orillas, una barca deslizándose.
Pensé:
-¿Por qué no he venido antes? Me siento parte del paisaje, como una pequeña garza en la lejanía. O como una carpa en el río manso y gris.



A la mañana siguiente, crucé el puente, recorrí los senderos que bordeaban los campos, y llegué al otro lado de las montañas, donde el viento hacía ondear los arrozales. Las plantas leían las cartas de amor que un amante despechado echó a volar bajo el cielo y el chopo oscilaba como un péndulo con hojas.
Nada me era extraño. Yo era parte de las cortezas y de las raíces, de las gotas y de las ráfagas. Era un pie desnudo, un quitasol, la línea de la montaña, un vestido azotado por el vendaval. La cabaña roja y los granos que iban creciendo.

Ahora, mientras escribo, me acompañan las nubes, la brisa, la noche, los copos de nieve, el sol ocultándose tras la colina.



Chaparrón sobre el puente Oshashi
Utagawa Hiroshige, 1857

Viento en Yeigiri
Katshusika Hokusai, 1830





lunes, 7 de junio de 2010

Amarillos



Ahítos de felicidad y, sin embargo, se aburrían.
-Algo nos falta, se dijeron, ¿no será el amarillo?
Emprendieron la marcha.
Más que nada, por no hartarse de tanta dicha.


Volaron las hojas junto al camino.


Y lo iban descubriendo.

En los líquenes


en el espantapájaros


en el semblante griego.


La senda recorría el Gran Canal
y en algún muro grabaron sus iniciales.



Conseguidos los tres colores,
murió el amor.
Las letras aún permanecen.
Yo las ví.


Fotos, Virgi

Venecia, Gran Canal, 1840
J. M. W. Turner

jueves, 3 de junio de 2010

Asamblea

Graznó el cuervo. Todos atendieron. Los de la bandada batían las alas, cautivados.

El león, creyéndose el rey, rugía, fiero y seguro de sí mismo. Jefe de la oposición, ni quería oír, tenía el discurso preparado tiempo ha, sólo había que repetirlo.

Un caballo, ardiente y salvaje, relinchaba llamando a la huelga. Su utópica belleza, hacía rato desvanecida, seguía cautivando a unos cuantos.

El dragón de la patronal, con las garras afiladas, sobrevolaba la asamblea, esperando la oportunidad de dejar a los empleados sin alas y sin sueldo. Más abajo, una yegua con traje de lunares, mordía unas hierbas, indiferente al momento, ensimismada en pensar cómo le llegaron a su cuenta tantos ingresos desconocidos.

Los buitres, serenos, ya llegaría el momento en que los bancos siguieran inflándose. El cocodrilo, con las fauces abiertas, la tiara perdida y el sexo desbocado, después de secarse unas falsas lágrimas, amenazaba con el infierno. Afortunadamente, pocos se sentían intimidados.

El cuarto poder, disfrazado de elefante, poderoso, inteligente, engullía catastrofismos varios, para luego expulsarlos en forma de titulares que a nadie convencían.

Los pececillos, los insectos, los tiernos animalitos, las aves cantoras y el resto de la Creación, se despistaban, aún la vida les sonreía en cualquier esquina, como máscaras de humanos que eran.

Mientras, las hienas, al acecho, apostadas en los matorrales, sonreían sarcásticas ante una asamblea sin futuro.




El cuervo dirigiéndose a la asamblea de animales

1590, India