lunes, 31 de diciembre de 2018
viernes, 28 de diciembre de 2018
VOCES XXXIII
Vete presto y recoge lo que hay en la liña, que te gusta
mucho hacer el toti, pero de tus obligaciones, nada. Te dije que anduvieras
listo, vas del tingo al tango un día sí y otro también, medio desmangallado, las lonas encachazadas y
la camisa siempre sorroballada.
Como
sigas así, te vas a ir de vareta, enralado con los guanajos de tus amigos,
todos unos petacos consentidos. Cuidadito,
que a tu abuelo no tienes que contestarle, eres un zafado rabisquiento, te encargué el otro día un fleje
de trabajos, y pa’ mi ver, que no has hecho ninguno, qué cruz, señor!
Y tranca con la taramela, que hay mucho macharengo jocicudo.
miércoles, 26 de diciembre de 2018
viernes, 21 de diciembre de 2018
ALMAZARA DE LAS LAERILLAS
Encuentro fascinantes las
palabras de origen árabe, debe ser por las historias que esconden, entre la historia
y el misterio. Como “almazara”, lugar donde se trituran las aceitunas y se
elabora el aceite, preciado y antiguo líquido que de oro pinta las viandas
desde hace siglos y hasta milenios.
En Granada, al pie de Sierra Nevada bajo el Pico del Caballo,
se encuentra el Valle de Lecrín (en árabe, Valle de la Alegría) y en él varios
pueblos como Nigüelas, Dúrcal o Padul, conservando muchos de ellos vestigios de
los distintos pueblos que por allí han pasado: romanos, visigodos, moros,
castellanos.
Todo el valle tuvo en la Edad
Media una gran producción aceitunera y contaba con numerosas almazaras, de las
cuales queda en pie y en un estado envidiable, la de Nigüelas. Al edificio
actual se le atribuye una antigüedad de más de 800 años, pues aunque reformado
en el s. XVI y en funcionamiento hasta los años cuarenta del siglo pasado, se
cree con mucha seguridad que le precedió una fábrica de aceite de tiempos
islámicos.
Convertida ahora en un Centro de
Interpretación, la visita constituye un auténtico placer, un libro abierto para
entender el mecanismo de la producción aceitera.
Desde el patio de acarreo dividido
en compartimentos o trojes, el molino de sangre y el hidráulico, que funcionaba
gracias a una admirable ingeniería para impulsarlo (con mayor o menor potencia
según el caudal del agua), las impresionantes prensas de unos doce metros de
largo, llamadas “de viga y quintal”, los capachos, las tinajas (algunas de
época romana), el almacén, e incluso, unos rústicos camastros donde descansaban
los encargados, todo lleva a una vivencia realmente poderosa.
Cuando la guía abrió la puerta de
la nave con las prensas, una turbación súbita me erizó la piel. Un espacio
imponente, para nada intuido desde fuera, donde el maderamen enorme, unido por
maromas de esparto, parecían dos mascarones de proa a punto de embestir. El
piso empedrado e inclinado, una caldera en medio, las tinajas embutidas en el
piso, numerosas herramientas y el techo
mudéjar que protege un tesoro sorprendente.
La Almazara de Nigüelas posee la
sabiduría natural de quienes han vivido sin prisas, observando y recapacitando
sobre su práctica diaria y pasándolo a las siguientes generaciones.
Todo lo que aprendí allí dentro me conmovió,
pues me sentí receptora de un conocimiento ancestral, una elaboración
sistemática, un caudal ambarino de pureza, tal cual el aceite que se ha rebozado
bajo las prensas, siglo tras siglo.
Texto y fotos, Virginia
miércoles, 19 de diciembre de 2018
martes, 18 de diciembre de 2018
Buenas noticias
Muy honrada de que la relevante revista peruana, Plesiosaurio, dedicada al microrrelato, haya escogido alguno de mis textos para incluirlos en su número 11, entre varias firmas de alcurnia en este mundo literario.
También he recibido últimamente buenas noticias acerca de otros micros a publicar, tanto en el proyecto Minificción, como en dos publicaciones distintas de México.
Enhorabuena a Carmen de la Rosa, Patricia Nasello, Javier Ximens, compis de largo recorrido desde que empecé años ha con el blog.
Seguimos entre letras.
sábado, 8 de diciembre de 2018
UNA JOYA SOBRE LA TIERRA ROJA
En medio de Fuerteventura, la
planicie roja cercana al municipio de Antigua esconde una delicada sorpresa,
protegida tras una alba barbacana al borde de la carretera. Es la ermita de La
Ampuyenta, que mira al poniente desde 1681, tan tímida, que solo después de
varios intentos infructuosos, pudimos al fin entrar en ella y contemplar los
tesoros que esconde.
Fundada por Agustina de
Bethancourt y Pedro Medina, guarda una serie de pinturas murales nada comunes
en las islas, la mayoría de ellas de principios del s.XVIII y relacionadas con
el patrón de la iglesia, San Pedro de Alcántara, canonizado en 1669, reformador
de la orden franciscana y colaborador de Santa Teresa.
Declarada Bien de Interés
Cultural en noviembre de 1990, el primer vistazo desde la puerta ya impresiona.
La única nave que posee, está recubierta de lienzos desde el techo hasta más de
media pared, con escenas donde el santo suele estar presente.
Según avanzamos, deslumbra el
altar mayor y el presbiterio, pintados por completo, un púlpito considerado de los
mejores de la isla, un coro de tea sobre la puerta de entrada, las puertas
policromadas de la sacristía. Leí posteriormente, que tres de los óleos del
altar mayor podrían ser del pintor grancanario Juan de Miranda (1723-1805),
afamado artista que tiene obra en museos, iglesias y casas privadas de
Canarias.
La capilla sixtina majorera,
según la llaman, contempla las gavias rojizas, el curvilíneo horizonte
volcánico y los llanos majoreros en silencio, igual que la propia isla,
callada, sabia y sufriente. Entrar en ella es una experiencia radiante, a la
par que conmovedora. No dejes de vivirla.
viernes, 7 de diciembre de 2018
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