Quiero recordarme leyendo en la infancia serena, en un
pueblo pequeño y una casa grande. Cuentos, colorines, vidas ejemplares,
personajes históricos, novelas ilustradas, libros de mis padres y hermanos.
Leer a escondidas, leer bajo las sábanas, leer a la sombra de un árbol, leer
sobre un diván.
Me pienso leyendo a Robinsón y a Don Juan Tenorio, a
Rasmus, Stefan Zweig, Víctor Hugo. Escuchando en la radio de la cocina las historias de La Ballena Alegre y su tonadilla
del ColaCao, oyendo a mi madre contarme un cuento y a mi padre buscando en sus
enciclopedias.
A veces leía con frenesí, esperando el momento libre para
pasar la página que me aguardaba. Otras, releía emocionantes pasajes. Los
domingos, usaba el sobrante del cine para conseguir el último Vidas
Ilustres, El Jabato o El Cosaco Verde. Me enamoré perdidamente de Crispín,
compañero de aventuras de El Capitán Trueno.
Mi afición eterna por leer nació viendo como otros leían
y me leían, y la vida que soñaba ocurría entre las páginas.
Capítulos,
asteriscos, números romanos, Pompeya, Edison, María Estuardo, Julio Verne, Ibáñez,
Ferrándiz, índices, dedicatorias, editoriales, lomos, olores…el mundo estaba en
los libros y yo lo recorría con ellos.
Aún sigo de viaje.