viernes, 28 de junio de 2019

Minucia


La separación fue amistosa, cada cual se quedó con una parte.

En lo que seguían discutiendo era acerca de quién se quedaría con la sombra.



Texto y foto, Virginia

martes, 25 de junio de 2019

Frómista, alto inexcusable en el Camino







Doña Mayor de Castilla, esposa de Sancho III, rey de Navarra, tuvo la iniciativa de construir la Iglesia de San Martín de Frómista y para ello, dispuso en su testamento (año 1066) que la titularidad de sus bienes pasara a esta iglesia -según algunos historiadores ya comenzada a edificarse antes de  su fallecimiento-, así como al monasterio benedictino anexo, hoy perdido. 
Su testamento refiere algunas peculiaridades de la época respecto a dichos bienes, tales son: declarar a la iglesia como titular de “medio prado y una serna en Villota”, “cesión de los caballos a quienes se los tenía en préstamo”, o “reparto de sus vacas, ovejas y yeguas” a varios centros eclesiásticos, como San Martín de Tours (de tal forma se llamaba entonces) y otros de la comarca.



Terminada con diligencia -visto el mandato y los capitales existentes-, la iglesia nos ofrece, rondando ya los mil años, un trabajo modélico, un arquetipo clásico del románico más puro, que va a influir en el desarrollo de este estilo en toda Castilla. Cuando se entra en la plaza y se ve la edificación en medio, no podemos por menos que entusiasmarnos. No hay premura por entrar, hay que rodearla con calma, cosa sencilla no ya por su tamaño, sino por la quietud singular que desprende, un equilibrio transmitido por quienes construyeron una obra con precisa sabiduría.









Si nos detenemos, podemos observar que debajo del alero va un cordón ajedrezado que se apoya en varios capiteles y decenas de canecillos, tanto unos como otros de heterogénea temática: leones, monos, personajes agachados, jinetes, motivos geométricos, hojas, incluyendo alguna que otra escena erótica.
El interior, siendo sobrio, es excepcional. Tres naves con bóvedas de cañón y sus respectivos ábsides que, viéndolos por fuera, nos tienta acariciar sus piedras casi milenarias, en tanto los vencejos vuelan sobre la iglesia, vivaces como son ellos, y con certeza felices, sintiendo nuestra admiración. Los capiteles interiores, unos cincuenta de altísima calidad decorativa, narran distintos asuntos, tanto de la vida cotidiana, como de escenas religiosas. Dentro, la luz es perfecta, no escasa como acontece en la mayoría de iglesias románicas, permitiendo apreciar perfectamente las características de la construcción, que, aunque fue exageradamente restaurada a finales de 1800, conserva la impronta que la hace tan singular dentro del llamado “románico pleno”.




Dejando de lado su perfil arquitectónico, San Martín de Frómista, exhala un misticismo que atrapa, un sosiego del que impregnarnos entretanto vamos sorteando las columnas ocres. Luego nos enteramos que Frómista fue en un tiempo ejemplo de armonía entre judíos, árabes y cristianos, será eso uno de los motivos para que aún se respire un hálito de placidez ajeno a la vida actual, una paz consistente y a la vez sutil. Consistente como las sólidas torretas que flanquean la entrada principal; sutil como el fulgor que entra por los escasos ventanales, conocedor de que es el exacto para disfrutar de un lugar soberbio.







Texto y fotos, Virginia


sábado, 22 de junio de 2019

Los peregrinos no miran atrás






No, quien peregrina mira siempre hacia adelante, con el sol detrás y viendo la sombra que le precede, pues va hacia el Oeste, allá donde acaba el Camino y termina su misión. Nada le importa, sino perseguir esa mancha oscura que avanza entre trigales, campos de cebada, amapolas al borde del sendero y pajarillos que vuelan felices dando envidia por su ligereza.




La peregrina oye pasos, quizás voces, pero no vuelve la cabeza, si acaso la tuerce un poco cuando alguien le adelanta, o con suerte, es ella quien camina más rápido. Puede que se acerque una pareja de japoneses, con su andar liviano, una americana que salió de Roncesvalles, un abuelo holandés o un italiano de pies quemados.















Oirá el rumor de las botas sobre la gravilla, el de los bastones chocando con las piedras, el tintineo de la concha golpeando la mochila. Pero no ha de mirar atrás, tanto da que los pasos suenen a un par de metros, se camina con la seguridad de la compañía, la certeza serena de que todos persiguen el mismo objetivo. Solo habrá un: “¡Buen Camino!” o como mucho: “Hi, where are you from?”. Y después de mantener un pequeño diálogo, cada cual sigue a su ritmo, con las botas llenas de tierra, la cantimplora lista y la sonrisa dispuesta hasta el próximo encuentro.






Salgas de donde salgas, irás siempre al frente, con la vista por encima de gentes, prados, pueblos y veredas infinitas. El recelo  no se conoce y nadie se gira por ver quién se acerca, al fin y al cabo somos todos unos desconocidos unidos por el polvo del mismo Camino.







 Texto y fotos, Virginia

miércoles, 5 de junio de 2019

Quietud




Como un cuadro, como una escultura.

Allí, en la casa destartalada, a la espera de que alguien la rescate y se acomode sobre sus cuatro patas, bien firmes en el suelo de cemento batido, tome un café bajo las vigas de tea y converse acerca de la familia, los vecinos, el tiempo, las cosechas.

Incluso el añil de las paredes volvería a lucir como antaño.




Texto y foto, Virginia

martes, 4 de junio de 2019

Desaliento



Con sus bocas de hojalata bien abiertas, esperan palabras amorosas, frases de añoranza, letras esperanzadas, signos de buenaventura. 
Mas no, reciben solo notificaciones bancarias, anuncios irrelevantes, avisos de cobros y deudas, cartas de hacienda, oscuros mensajes en su cuerpo tan dispuesto a comunicarse.


Texto y foto, Virginia

Buzones en Zagreb

domingo, 2 de junio de 2019

Por caminos ignotos






Un texto que escribí hace como diez años, basado en una imagen de Georgia O`Keeffe (cuando en el blog estuve colgando pequeñas historias sobre algunas obras de arte), ha hecho un recorrido sorprendente hasta quedar varado en la prestigiosa revista Litoral, de amplia y curtida trayectoria dentro del panorama literario hispánico.

Me lo notificaron hace un mes y no me lo he creído hasta tener la revista en mis manos, todo un detalle del equipo editorial para con sus colaboradores, que por cierto son muchos. Y todos de linaje, así que me siento orgullosa por acompañarles, y a la también vez con mucha timidez.

Más que una revista, semeja un objeto de contemplación, con una edición finísima, donde hay textos e imágenes de decenas de artistas de distintas épocas y estilos. Un trabajo muy cuidado del que no queda otra que enorgullecerse.

Vuelvo a reiterar mi agradecimiento a Litoral y sobre, todo, a Antonio Lafarque, editor de contenidos, que tuvo la generosidad de incluirme, sin haber hecho yo nada, solo mantener la luz del semáforo en rojo, mientras la historia caminaba por no se sabe dónde.