Anclado en el muelle, al noray lo acarician las gaviotas, los niños y algún cangrejo distraído. Su piel de óxido es una excusa para no intimidar con lo vigoroso de su cuerpo. Al borde del mar, se alimenta de cielo y de sal. Un siglo de historias, de marejadas y tormentas, pescadores pacientes, un delfín encallado o aquel amor eterno, roto al filo de la noche.
La fortaleza de sus raíces, más que hundirme, me transporta a la fragua, a las minas, al marrón de la tierra vibrando entre las capas de su cuerpo.
Me apoyo, y el mar y el graznido de las pardelas me traen la serenidad que no tengo y el hierro de su sangre entra en la mía.
El noray, tan fuerte.
Yo, tan frágil.
Fotos Virgi