Lugares de cuento en el este de Alemania. Pueblos grandes,
o más bien ciudades pequeñas, de origen
medieval, cuidadas hasta un nivel inimaginable, calles y calles sin un solo
edificio que desentone, pavimentos empedrados, casas de maderas entramadas al
borde de un río y a veces sobre él, en la cuesta de un colina o festoneando una
plaza donde todavía hoy se celebra el mercado.
Weringerode, Erfhurt, Quedlinburg. Tres lugares entre otros
muchos que nos enseñan cómo respetar el patrimonio y sacarle un partido
adecuado, sin exceso de turismo, sin carteles llamativos, sin grupos con guías
de banderita, todo gente local, cafés donde se toma algo con un perro al pie,
mientras el sol calienta los últimos días de verano.
Documentada por primera vez a principios del s.XII,
Weringerode es una ciudad acogedora en la región del Harz, colorida y luminosa.
El ayuntamiento seduce al visitante, con sus balcones cerrados y las torres
puntiagudas coronadas de bolas refulgentes bajo la luz. Corre en las ménsulas
un variopinto repertorio de ciudadanos, tallados en la época en que se erigió
el edificio, s.XVI, y mientras damos la vuelta a la manzana, nos embelesamos
con la fuente, las casas, la trama geométrica de las fachadas y los símbolos
que cuelgan anunciando las profesiones de los habitantes. Un lugar muy animado
donde asombrarnos en cada esquina, tal cual nos sucederá cuando visitemos los
otros lugares.
Como Erfhurt, donde hemos de pasar el río bajo las casas que
forman un puente (Krämerbrücke) y contemplar como aún hay inmuebles y negocios de
artesanos, antigüedades y pequeñas tabernas sobre él, una especie de puente
florentino que comunica dos partes de la ciudad, considerado como el más largo
de Europa que tiene casas sin interrupción.
Lutero estudió en su universidad a principios de 1500 y su
huella se atisba por muchos rincones, en iglesias, placas y monumentos. La
catedral es una portentosa obra que impresiona por el emplazamiento en alto,
con una escalinata usada en verano para representaciones operísticas y
teatrales de mucha fama.
La pintoresca Quedlinburg, con más de un milenio de
existencia, reúne todas las condiciones para ser Patrimonio de la Humanidad
desde 1994. Castillo en lo alto junto a una colegiata de origen románico y el
principal conjunto de casas de vigas de toda Alemania, unas mil cuatrocientas,
que emborrachan al forastero con cientos de formas, colores, alturas, tamaños. Se
conserva incluso la más antigua fabricada con esta técnica, otra catalogada
como la más pequeña y una con una inclinación imposible. A cada paso que damos
el asombro es mayor, ya no solo por la variedad, sino por la conservación
extrema que mantiene el recinto, abandonándonos a callejear sin rumbo,
sabedores de que cualquier calle o rincón se querrá quedar en nuestras pupilas.
Aunque no estemos en tiempos de cuentos, nunca está de más
alegrar el espíritu con recorridos como estos, paréntesis de sosiego y
humanidad lejos de la destrucción, el olvido o la indiferencia.
Texto y fotos, Virginia