Recaló más atrás un medio tolete
aguanajado que decía vivir arribita’l risco. Ende que lo capisquiamos, ya la
chiquillada sabía que era un echadillo pa’lante. Que si el padre tenía un
fotingo, que si la madre unos abanadores traídos de Filipinas, que si el abuelo
unas angarillas de los camellos. Pa’ no cansarlos, era un rebenque muy curro,
pero de pocas luces.
A veces alguien le decía: “El que
mucho abraca, poco atraca” y se quedaba mirando pa’ los celajes, sin entender.
Debía ser de sitio alejado porque si nos oía frases como: “’¡Tengo un
jilorio!”, “No seas alegador”, “Mira que eres malageitado”, “Ahí viene la
alpispilla esa” o cosas por el estilo, quedábase parado un intre, en el intento
de traducirnos.
Un día vino algo esbáido, como
apalastrado, aboyado por una comilona en
un ventorrillo de las fiestas, según nos dijo. Pa’ nosotros tendría andancio,
porque en un par de días apareció como nuevo, con el terno de los domingos y
presumiendo de novianca, alongado a los callejones de tanto en tanto por verla
aparecer.
Por fortuna, no duró mucho, arrancó la caña y a estas alturas no
sabemos qué vuelta cogió, ¡menudo palanquín el mequetrefe!
Texto y foto, Virginia