jueves, 30 de mayo de 2013

Pupila y palabra XXXII



Evocación



La abuela espera a Sonia cada día al pie de la ventana. En su pequeño apartamento al borde del Nevska, la niña encuentra cientos de objetos, postales, fotografías, anaqueles con miniaturas, figurillas exóticas, caracolas, libros con cantos dorados, abanicos lujosos, sombrillas orientales, estolas y guantes para todas las épocas del año.





Al separarse sus padres, enviaron a Sonia con la abuela, sabían que la arroparía con ternura. La ausencia de la madre la compensó aquella dama distinguida, venida a menos, refugiada en sus recuerdos, que cada tarde le contaba alguna historia sorprendente.

Una de las preferidas era la de las tazas. Los cantos dorados refulgían a la caída del sol y Sonia escuchaba embelesada como apareció la primera, con un antiguo anillo dentro, una mañana de invierno, en el alféizar nevado de la ventana. La abuela intuyó que era una forma discreta de venderla, así que dejó unos rublos en el lugar de la taza. Unos días después encontró otra y luego otra. Por cada taza, con alguna prenda valiosa,  dejaba algún billete trabado con una piedrecilla.

Todas eran distintas y con  rastros de uso, alguna abolladura, una esquirla saltada, un pedacito sin pintura. Por más que se apostó detrás de las cortinas a diferentes horas, nunca pudo ver quien depositaba las tazas.





El misterio nunca se aclaró y a la muerte de la abuela, Sonia heredó las tazas y las prendas con la emoción de llevarse un pedacito  de su corazón. Veía en ellas los trazos de la existencia, el paso de las estaciones, el río sin fin de la vida y las manos añoradas saludándola a través del cristal.


Tazas, Olga Antonova 



por la belleza que nos regala.

sábado, 25 de mayo de 2013

lunes, 20 de mayo de 2013

Florencia




Una vez más volví a Florencia.

Los adoquines de las calles y las plazas me silbaban historias de poder, oro, intrigas y puñales. Por encima, las nubes y el cielo, puro y limpio como un cristal, me susurraban acerca de Donatello y Brunelleschi, Giotto, Ghiberti, Uccello, Andrea del Sarto, Filippo Lippi, Benozzo Gozzoli.

Sentada al borde del río contemplé la cúpula que domina la ciudad, magia renacentista en medio de un prado de belleza. Subí luego hasta la linterna, nuevamente y siempre emocionada, tantos pasos antes de mí, tanto tiempo, tanto cerebro al servicio de los sueños. Un período tan corto para una posteridad eterna.



Los frescos, los rosetones, las columnas, los ladrillos, las capillas…todo me conduce a un big bang artístico capaz de conmover el paso lento y mil veces cruel de nuestro recorrido sobre la Tierra. Cuando subo los escalones de la cúpula de Santa María dei Fiori, me hipnotizo frente a la Adoración de los Reyes en el palacio Médici y ante la Magdalena de Donatello o el Sacrificio de Isaac, quiero pensar que aún hay una reserva inconmensurable de belleza en la Humanidad, más allá de miserias, robos, mentiras, falsedades, fraudes y vilezas múltiples.



Si esa explosión de única hermosura se dió y nos sigue alimentando, seguramente tendremos otras capacidades que habrán de brotar algún día. ¿O tendré que retornar a Florencia una y otra vez para reconciliarme con la vida?









Fotos Virgi

sábado, 11 de mayo de 2013




Año 2026 d. C.



Por una entrevista de trabajo, tuve que desplazarme a Madrid. La tristeza de la ciudad se sentía en los edificios descuidados, las aceras rotas, la tardanza de los autobuses y un sinfín de otros grandes y pequeños detalles. El Prado sólo abría cuatro días a la semana, la Thyssen había cerrado una planta (tuvo que vender a museos extranjeros un tercio de los cuadros), y de los antaño numerosos y florecientes teatros, sólo quedaban dos o tres.



Pero de regreso me traje una alegría que aún me hace sonreír tontamente (el trabajo no, no): en Callao encontré a la Cospe haciendo la calle, con mantilla y minifalda negra. Husmeando entre la basura, con un gabán roto, logré identificar a Guindoso, cachetes macilentos bajo una calva castigada por la intemperie. En la Plaza Mayor le hice un corte de mangas al mismísimo Montor, disfrazado de hombre estatua. Y lo mejor, en el Paseo del Prado, el inefable Rojay refrescaba su torso de exnotario en una de las fuentes, junto a mirlos y vagabundos.

Sigo sin trabajo, pero "otros" están peor que yo.

De lo que me alegro.


(Colaboración con la iniciativa de La colina naranja)


 









Fotos Virgi, Acampada en Sol, mayo 2011

miércoles, 8 de mayo de 2013

Leer, leer, leer (XVIII)




No tenía ganas de volver a casa ni andando, ni en coche ni en autobús. Rodeado de copas, risas y frases  formales, sentado al borde de la piscina, añoraba su tiempo de nadador. ¿Y por qué no ir nadando hasta su casa? De piscina en piscina,  brazada a brazada, el agua le componía el puzzle de su vida.





Heredas una cómoda, la colocas en el mejor lugar de la casa, pones encima tus libros favoritos, cuentas a todas las visitas su historia, la contemplas cada tarde mientras saboreas un whisky. Poco a poco, de sus cajones van saliendo todas las personas que tuvieron algo que ver con ella.

La pareja que asiste a cócteles y fiestas entre la vecindad, no puede mantener una asistenta de forma continua, todas saben donde guarda el dueño las bebidas. Y la niña también.




En un pueblecito costero de Italia, una familia americana disfruta del sol, del mar y de la hospitalidad. Pero él esconde algo que no le deja saborear la atmósfera mediterránea, un pensamiento recurrente, quizá una mentira, un pequeño pecado, un reflejo falso en el que no se reconoce.

Un crucero, dos hombres, una mujer. Un trío que es un dúo, un dúo que tampoco lo es. El mar, la brisa que trae efluvios de pasión, el deseo transformado en envidia, la carcasa de nuestros huesos en el horizonte.
  
Una radio, una radio monstruosa. Tan viva, que se comunica con las viviendas de los vecinos y nos trae a casa sus conversaciones, sus peleas, los llantos del bebé, los jadeos en la noche y el ruido de las cerraduras después de las fiestas.





Espléndido John Cheever, sus Cuentos hablan de la clase media americana en los años cincuenta y sesenta, con detallismo de entomólogo, crudo, pero no exento de humor y con un lirismo cautivador. Cócteles inevitables, sutiles borracheras profundas, familias aparentes, homosexualidad oculta, fachadas de cartón para una sociedad engranada entre el trabajo y las normas sociales. La ropa se lava en casa y las grietas de cada uno se cubren educadamente, podando los setos y en un salón cómodo con un bar bien surtido.





 Fotos Virgi



lunes, 6 de mayo de 2013




¿Puede habitar la maldad en una criatura de cinco años?

Bien, no diré la maldad, no, diré la venganza, o el rencor, sentimientos que más parecen de adultos sufridos que de niñas con sonrisa impecable, aún cuando su mirada sea honda y ambigua.

Una pregunta que nos late sin atrevernos a decir que sí, que existe, que algo poderoso atraviesa la mente y el corazón de una pequeña alumna enlodando para siempre el nombre del maestro.



Junto a esta posibilidad, surge, raudo y sin freno, el comentario que se amplía, el hecho innombrable, la escena que no atrevemos a imaginar, una cadena de frases que va cobrando ímpetu en una pequeña comunidad, aparentemente tranquila, feliz junto al bosque.

¡Ah, el bosque! el bosque, el dorado bosque de otoño, el apacible bosque de verano, el tumultuoso bosque de invierno, cargado de nieve y fulgor de plata.

En ese bosque donde se vive y se caza, somos ciervos a expensas de los rifles, de las trampas y de la pólvora. No creamos ser libres en medio de la fronda, al acecho está el fogonazo del que no saldremos ilesos.



Una niña, un rencor, el maestro, la caza, un pueblo, la palabra que no se puede borrar… y la amistad.

¡Al fin! la amistad para compensar la cacería, y el estallido, y el miedo, y la imposibilidad de ser lo que en verdad somos. La amistad al borde del bosque, antes de que caiga la noche, con la maldad, el rencor, la venganza y todo lo que no pudimos sospechar de los que, inocentemente, nos rodean.


"La caza", extraordinaria película de Thomas Vinterberg.




 
 Fotos Virgi

jueves, 2 de mayo de 2013

Ascenso

Subió por el palo






al llegar a la farola





se asomó al cielo.




Allí estaban sus abuelos.


Fotos Virgi