miércoles, 29 de julio de 2009

Mediodía de Mediterráneo




Azul.
Del mar, del cielo.
De Fra Angélico.

Amarillo.
Del sol, del trigo,
del oro del Yukón.

Los pasos gastados
orillan el abismo.

Blanco, marrón.
La huella al lado del noray.

Eso es todo: colores, pasos, luz, tiempo.

jueves, 23 de julio de 2009

Otra vez el mar





Otra vez el mar.
Nuestros puntos cardinales son agua.
Agua salada y azul.

Dos ligeros esquifes vuelan sobre las olas.
El mar los engulle,
y ellos planean sobre ese agua salada y azul.
Olas, olas, olas.
Rizando el agua.
El agua salada y azul.
En un recodo, dos gráciles navíos, bordean el abismo.

Un niño pintó una casa.
Otra vez la niña dibujó la ciudad.
Ahora,
atormentado por la redondez del mar en torno,
un niño sólo ve olas.
Olas. Olas. Olas.

A punto de desaparecer,
los barcos, ilesos en la inmensidad,
se columpian sobre las olas.
Entretanto, nuestro niño, al timón,
duerme con sus lápices y su brújula,
brújula que sólo tiene agua salada y azul.


Dibujo de JL. J., 11 años

viernes, 17 de julio de 2009

Mirada




Entre tu mirada y la mía ha pasado una eternidad.
Me dijiste:
- No te vuelvas, ya nos hemos despedido.
Así lo hice. Ahora que he vuelto, aún me velan tus ojos.

Su mirada se quedó entre los pliegues de mi vida.

lunes, 13 de julio de 2009

Paraguas y dioses

Llovía sobre la ciudad. Con un fulgor repentino, varios rayos iluminaron el cielo y los vendedores ambulantes, que segundos antes alfombraban la plaza, recogieron las cuatro puntas de sus sábanas. Bolsos, gafas, cinturones, desparecieron en un atadijo veloz. Sólo un chico, con una docena de paraguas, se mantuvo bajo la tormenta que bañaba Atenas.



Era su oportunidad. Sonreía bajo la cortina de agua, a pesar de la ropa empapada, cubierto con uno de los paraguas que alegremente ofrecía, mientras alrededor el agua llenaba los parterres, la fuente semivacía, los cóncavos toldos. Sin moverse, con la blanca sonrisa en su tez pakistaní, esperaba que la lluvia durara lo suficiente para acabar con la mercancía.


¿Serían algunas de aquellas gotas lágrimas de los dioses? Tal vez en el cercano Olimpo, una diosa contemplaba entristecida la fortuna adversa de unos cuantos. Aún más cerca, la máscara de oro de Agamenón, dormía plácidamente, mientras en la plaza un hombre joven, sonriente, ignorante quizás de héroes y diosas, nos vendía un paraguas.