jueves, 24 de febrero de 2011

Pupila y palabra XXII



 Fulgor


Lily y Rose brillan en el jardín.
Con luz propia, son ellas las que iluminan a las lámparas.
Azucenas, claveles y rosas se abren al resplandor de su belleza.
El jardín es un ramillete en sí mismo, un parterre donde dos hadas colgarán los faroles de papel. El fulgor de los pétalos, rojos, blancos, lilas, se dora en la placidez del ocaso. Piensa el sol retardar la noche, por ver el carmesí de los semblantes, la levedad de las manos, un gineceo en flor, oliendo a tierra, abejas, estambres y pistilos.
Ensimismadas en la luz que creen encender, no saben que es su reflejo. Una llama perenne que nace de la piel y la sangre, de los días donde sólo hay presente, del fuego de la vida, que brota, como un manantial inagotable.
Es de ellas, de donde aspiran las flores el perfume.



Carnation, Lily y Rose, 1885
John Singer Sargent
Tate Gallery

viernes, 18 de febrero de 2011

Flor



Allí, en el kilómetro cero
encontré la flor.
Sin planes
sin dudas
sin paraguas.
Roja y vibrante
bañada por la fuente.

Y en lo alto, lejos,
bajo el cielo y sobre la flor,
una bandada cruzaba el azul
aleteando
plateada
en la tarde.



A Mercedes, por la luz vespertina.

Fotos Virgi

lunes, 14 de febrero de 2011

Pompeya



Fui a Pompeya como en un sueño.
Anhelado desde la infancia, recorría las calles y entraba en las tabernas, creyendo que compraba aceitunas y pescado en salmuera. El frescor de la mañana se convirtió en calor sofocante, mientras mis pasos le hacían sombra a las lajas, centelleantes al sol. No me importaba, yo iba con peplo y sandalias, buscando la casa del fauno, la villa de los misterios, el lupanar, las termas. Sorteaba carros, gentío, perros y algún centurión engalanado de grana y oro.
Ocres, rojos, amarillos, verdes. Un gris espectacular y un negro brillante. Grecas y cuadrículas, mosaicos, angelitos delicados volando en los muros.



Ahora, Hans Hofmann me lleva de la mano con sus rectángulos. Exuberante capacidad de síntesis para resumir en colores y rectángulos un lugar emblemático. Un lugar que se cae a trozos, lo que no pudo el Vesubio, que lo haga el abandono. Allí vió Hofmann luz y colores, vibrantes entre los pliegues de las matronas romanas y trampantojos perfectos, a punto para engañarnos. Maestro de expresionistas, llegó a Pompeya y nos traduce su visita con la fuerza que más tarde heredarían otros pintores de la escuela de Nueva York.


Dos mil años después, que la máquina del simulacro siga adelante, que nos arrolle la ficción de una fase avanzada. Que la historia siga y escriba cómo sobreviven unos cuantos, cómo sufren otros muchos y cómo, a pesar de las ruinas, se alzan las fortunas de los poderosos.


Tiempo ha tenía este texto. Lo cuelgo ahora para acompañar, vestida con peplo y sandalias, a Isabel Barceló en su fundación de Roma. ¡Ave, audentes fortuna iuvat!


Hans Hofmann, Pompeya, 1959
Fotos Virgi, 2002

miércoles, 9 de febrero de 2011

Verbos



Mira que lo intentó.
Era inalcanzable.

Escapó por el laberinto de las calles
solitarias
silenciosas.


Se había grabado a fuego los tres verbos.
Probar… ¿cómo?
Comprobar…si no había probado.
Aprobar…imposible.

La vida está llena de calles y de huecos.
Por uno de ellos se le había ido la vida
sin haber conjugado ningún verbo.




Fotos Virgi

miércoles, 2 de febrero de 2011

Ciudades


De tiempo en tiempo sueño con ciudades.
Soñé una vez que volaba sobre una ciudad antigua en lo alto de una colina, con calles empinadas y murallas árabes. Mi vuelo lento y rasante me permitía ver las puertas agrietadas por el tiempo, ventanales góticos con esbeltas columnillas y plazas pequeñas donde los jazmines florecían.


Nunca veo gente, quizá los lugares que en mis sueños visito, están esperando que los recorra para desaparecer después, sin tener que hacer desaparecer también a las personas que las habitan.
Otra noche callejeaba un lugar medieval, paredes ocres, arcos sobre las puertas, aldabas con leones y águilas. Como un campo al estilo veneciano, amplio y solitario, y entre los intersticios de las piedras, pequeñas hierbecillas.



Venía una tarde de un viaje que paraba en Bérgamo. Mi otro vuelo partía al día siguiente. Llegué al hotel, dejé la maleta y salí a ver la ciudad alta. Se celebraba alguna de esas conmemoraciones que los italianos festejan con la familia, entre helados, voces y mazorcas de maíz. Me desvié a la derecha de la calle, hacia el Duomo. Por un momento, el rincón donde caminaba estaba vacío, los adoquines brillaban débilmente bajo las escasas farolas, y en un ángulo de la calle, entre la iglesia y unas casas señoriales, me ví paseando por un lugar donde ya había estado. La misma luz, iguales las sombras, los reflejos de las piedras, la esquina, más allá, cerca de un palacio. Un torreón robusto con las aristas marcadas por los siglos. Flotaba mientras caminaba, imposible un déjà vu tan real. No se oía la algarabía, nadie que rompiera el encanto, todo se confabulaba para respetar mi experiencia. El aroma de aquel sueño ondeaba en la noche veraniega y me pertenecían los brillos de las piedras, la luz tenue de las lámparas, el alféizar donde una paloma se esponjaba, los escalones del baptisterio. Me había detenido en Bérgamo para aprender que hay sueños que se anticipan a la existencia.


Fotos Virgi
Vista de Bérgamo, Edizione Cittadini