lunes, 29 de marzo de 2010

Cine



Aún no tenía dieciocho años cuando ví “La vergüenza”, de Bergman. Era un cine de pueblo, un día entre semana, yo sola rodeada de hombres que reían y bromeaban a costa de la película. Fue mi primera experiencia como espectadora de un cine diferente, que llamó a la puerta de mis inquietudes, con la intuición de que aquellas secuencias tenían mucho más de lo que mi juventud alcanzaba a entender.
En el camino que, paso a paso, recorrí a partir de entonces, han sido muchos los títulos que me han dejado su huella, mientas yo descifraba códigos, secuencias, diálogos, imágenes.
Me confundí con los Cuentos de Canterbury, aluciné con Blow Up, no entendí El 7º sello, ni El manantial de la doncella, pero sí Secretos de un matrimonio. Apoyé a Dillinger mientras bailaba con Isadora, rindiéndome a la lucidez de El Ángel exterminador y El Sirviente. Sonreí con el cine francés en La genou de Claire, La mujer de al lado, Los 400 golpes, Las cosas de la vida. Sufrí con Grupo salvaje y me chifló Fellini.
Lilí Marlen y todo Fassbinder, Wenders con El amigo americano y En el curso del tiempo me abrieron a un mundo desconocido. Lo importante es amar, maravilloso Zulawski, que me llevó a enamorarme a un tiempo de Fabio Testi y de Romy Schneider.



Lloré con Ladrón de bicicletas, La lengua de las mariposas, Las tortugas también vuelan y envidié la libertad de Easy Rider.



Con El hombre de la manivela, Iván el terrible, Días del cielo, En la ciudad blanca, volé a lugares nuevos. Volví a llorar en Casablanca, siempre, una y otra vez. Impactantes fueron Memento, El Gatopardo, Ran, Los 7 samurais, Sorgo rojo, El club de la lucha.
Otras veces, reía y reía con To be or not be, Una noche en la ópera, El apartamento, Con faldas y a lo loco. En el intermedio, sufrí de nuevo con La noche del cazador y Los pájaros. Me recuperé con La diligencia y Río Bravo.
Quedé encantada con Man on wire, Las chicas de la lencería, Nueve reinas, La estrategia del caracol, The visitor, La pizarra, El marido de la peluquera, Fargo, Taxi driver, El amante, Subway, La linterna roja, Deseo/peligro, Irina Palm.



Recorro casi cuatro décadas de mi vida con el cine y las imágenes se superponen, formando un puzzle que ahora compongo, para paladear uno de mis platos preferidos, aún cuando los senderos de la vida no me permitan acudir al cine como yo quisiera.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Ocaso

Cruzabas el río. Lo habías hecho muchas veces, pero fue aquélla cuando te ví.
La capucha roja luchaba con el ocaso. Detrás, un niño a hombros y un paraguas a cuadros.




La tarde caía y yo con ella. Paseé, melancólica.
Volví al puente. Me apoyé en la barandilla.


Contemplé las aguas, plácidas, y los patos, untuosos y ligeros. Mis recuerdos eran como las sombras chinescas, siluetas detrás de un imposible. Se movían, negras, misteriosas, inalcanzables.



Fotos, Virgi

jueves, 18 de marzo de 2010

Lejanía



Retozan las nubes.
Juegan a deslizarse por el cielo.

El hierro las contempla.
Envidia su piel algodonosa,
su lejanía despegada,
la falta de raíces.

Ellas anhelan la fuerza de su cuerpo,
la permanencia en el tiempo,
el óxido que lo corroe.

No se encontrarán nunca.
Seguirán soñándose.

sábado, 13 de marzo de 2010

Expresionismo



Tiempo ha que un niño pintó su casa.
Luego apareció la ciudad, lineal, organizada. Como la niña que la imaginó.
Más tarde vino el mar. Poderoso y con un oleaje infinito. Allí estaba otro niño navegando en un tímido esquife.
Y ahora un rostro. No es una máscara de Benín, ni del expresionismo. Es de alguien con el mundo por entender, con la huella ya presente de los abismos y las caídas. Aún así, la cara esboza una mueca de serenidad y los lunares marcan, tal vez, las heridas cotidianas, en el alba de la vida.
No es de arte africano, ni del grupo Die Brücke, pero podría serlo, después de más de cien años de su aparición. ¿Cómo un niño empata su pintura con la de aquellos artistas alemanes de hace un siglo? Los caminos de la expresividad son misteriosamente mágicos. Y esta cara trapezoidal, quebrada, con colores vivos y una fuerza indudable, me hace remitir a la unidad del alma humana, en su dicha y en su dolor.






Rostro, JL.J., 11 años

Islander, Emil Nolde 1920 MOMA
Dos hermanas, Otto Müeller 1919 St. Louis EEUU

domingo, 7 de marzo de 2010

Espejo



Un espejo en Luxor devuelve, borrosa, mi imagen.

“¡Bakhiss, madam, bakhiss!”, cambio foto por sonrisa.

Virutas, serrín, maderas, listones. Una máquina para cortar.

¿Cuántas cosas más mientras se deslizan los cruceros por el Nilo?

En el suelo de la calle, un caldero. Más allá, unos farolillos de fiesta.



Los niños sonríen, les compro un trozo de madera, souvenir para cumplir con mi generosidad extranjera curioseando entre las casas de adobe.

Con su semblante en el recuerdo, embarco de nuevo y las palmeras de las orillas mecen mis sueños.

Dos niños, con clavos, martillos, serruchos y tornillos, construyen el mundo. Yo me deslizo por el río, observo a Hathor, entro en la tumba de Ramsés IV, me maravillo con Hatsepsut, veo las sandalias de Tutankhamón y a Howard Carter frente al manto de estrellas.

¿Estarán ahora comiendo junto a la puerta en fiestas?

¿Cuántas maderas habrán de cortar aún?

¿Sabrán del lapislázuli, de las camas doradas o de las lámparas de alabastro?

El barco navega, lento y parsimonioso.

Como el Nilo, como la vida, como la historia, como la pobreza.

Fotos, Virgi

Luxor, dic. 98

miércoles, 3 de marzo de 2010

Circo



Venía de algún lugar del este. Contaba que, en la infancia, el circo la fascinaba. Por él, lo dejó todo. Una noche cogió un tren y atravesó media Europa. En el cabello rojo lucía una determinación casi tangible, una aureola de llegar hasta el final, fuese cual fuese. Esbelta, delicada, ágil, cultivó su cuerpo por el mero placer de lanzarlo al vacío, una noche tras otra. Cruzaba la pista, sin red, sin cuerdas, mientras el público rugía de espanto.
Sola, entre los carromatos del circo, la trapecista ensayaba números prodigiosos. Los perrillos amaestrados, el caballo blanco bailando un vals, el oso sobre el taburete… la contemplaban embelesados, como si fuera la mejor terapia ante la cautividad.
Los espectadores veían una cabellera en el aire y allí estaba ella, durante unos segundos eternos, desafiando la gravedad. Contorsionista y volatinera, se mecía entre los cables, los postes y los toldos remendados.
Una noche cayó al suelo.
Fue como si se quebrara de golpe la luz que irradiaba, como el fogonazo de un rayo sobre la lona del circo. Y allí quedó, sonriendo al destino, a las estrellas filtrándose por las grietas, a los funambulistas que, como ella, retaban al magnetismo terrestre. Siguió sonriendo, rota y desarticulada, mientras se la llevaban. Alma de poesía, cuerpo de mariposa.


August Macke
Circo, 1913
Museo Thyssen-Bornemisza