miércoles, 28 de julio de 2010

Juego


¡Ven, acércate!, dijo una de ellas, jugaremos entre el alba y el ocaso, allí donde las sombras quiebran la tarde.

Tras los setos y la fronda, marcharon las muchachas, con trajes ligeros y pasos de verano.

Discutían la luna y el sol por ver cuál de ambos florecía en la piel de las adolescentes, tibia y rosa como duraznos de junio.

Nada se oía, sólo el susurro de la pluma cruzando el aire, el crujido de las ropas al compás del movimiento y los golpes leves en las raquetas.

Disfrutaban, casi hipnotizadas por la cadencia sorprendente del vuelo. No sabían que, lejos, más allá del jardín y de la mansión de ladrillos, más allá del río y de las colinas, aún mucho más allá del mar y del continente, ya existía ese juego hacía siglos, en otro paisaje, con otras reglas tal vez, pero bajo el mismo cielo. No sabían tampoco que la dicha que la tarde les ofrecía, volaría veloz al caer la noche y que no habría más setos que las protegieran del galope del futuro, que se aproximaba tras las montañas. Cerca, muy cerca, desvelando reglas desconocidas.


Aún así, seguían jugando.




El juego del badminton, 1973

David Inshaw

Tate Gallery

viernes, 16 de julio de 2010

Dublín I



Tropecé con Joyce.
Ensimismado.
Mirando al río.
Como la gaviota.



Una débil llovizna humedecía la ciudad y el musgo, con serenidad de siglos, coloreaba la piedra de los muros.
Al alba recorría la ciudad silenciosa, entre puentes, adoquines, bidones de cerveza, gaélico incomprensible, vagabundos sobre los bancos de la ribera.





Subí a lo alto de la torre.
Una torre de cuento, con la pátina del bronce cubriendo los ladrillos y el viento.



En el último peldaño, apareció lo que buscaba.
Era yo, al otro lado del espejo.




Fotos, Virgi

jueves, 1 de julio de 2010

Miliario


Me asomé al miliario romano que una vez planté.
Señalaba un recorrido ilusorio, sin fin, sin principio.
Había visto muchos en el norte de Portugal, después de una búsqueda intrincada cerca del río. Dejaron en mí una marca indeleble, los recordaba como hitos del camino que recorro.


Cuando años más tarde, encontré aquel trozo de poste, sentí que yo podía ser un legionario romano colocándolo en el cruce de alguna vía.
De vez en cuando voy y lo acaricio. Imagino que piso sobre las piedras bruñidas por los carros que van y vienen de Roma. En el foro, charlando sobre las guerras en Galia. Esculpiendo, bajo el sol del verano, las hazañas de Trajano en Dacia.
Con un simple cilindro de madera, bajo las almendras, grises, aterciopeladas, viajo dos mil años atrás. Aunque siga en el jardín de mi casa, al lado de la tabaiba y del guaydil. Del rosal donde habitan los caracolillos y el guayabero con su tronco veteado de rosa y ocre.



Estoy en el jardincillo, pero el miliario, como una máquina del tiempo, me coloca la túnica y las sandalias, mientras paseo por la historia, entre la exedra y el triclinium.



Fotos Virgi
Miliarios en el norte de Portugal (de la red)
Fresco en Pompeya, Villa dei Misteri