lunes, 6 de mayo de 2013




¿Puede habitar la maldad en una criatura de cinco años?

Bien, no diré la maldad, no, diré la venganza, o el rencor, sentimientos que más parecen de adultos sufridos que de niñas con sonrisa impecable, aún cuando su mirada sea honda y ambigua.

Una pregunta que nos late sin atrevernos a decir que sí, que existe, que algo poderoso atraviesa la mente y el corazón de una pequeña alumna enlodando para siempre el nombre del maestro.



Junto a esta posibilidad, surge, raudo y sin freno, el comentario que se amplía, el hecho innombrable, la escena que no atrevemos a imaginar, una cadena de frases que va cobrando ímpetu en una pequeña comunidad, aparentemente tranquila, feliz junto al bosque.

¡Ah, el bosque! el bosque, el dorado bosque de otoño, el apacible bosque de verano, el tumultuoso bosque de invierno, cargado de nieve y fulgor de plata.

En ese bosque donde se vive y se caza, somos ciervos a expensas de los rifles, de las trampas y de la pólvora. No creamos ser libres en medio de la fronda, al acecho está el fogonazo del que no saldremos ilesos.



Una niña, un rencor, el maestro, la caza, un pueblo, la palabra que no se puede borrar… y la amistad.

¡Al fin! la amistad para compensar la cacería, y el estallido, y el miedo, y la imposibilidad de ser lo que en verdad somos. La amistad al borde del bosque, antes de que caiga la noche, con la maldad, el rencor, la venganza y todo lo que no pudimos sospechar de los que, inocentemente, nos rodean.


"La caza", extraordinaria película de Thomas Vinterberg.




 
 Fotos Virgi