Una vez más retorné a Florencia.
Los adoquines de las calles y las
plazas me susurraban historias de poder, oro, intrigas y puñales. Encima, las
cornisas, las gárgolas y los balaustres contaban acerca de Donatello y
Brunelleschi, Giotto, Ghiberti, Uccello, Andrea del Sarto, Filippo Lippi,
Benosso Gozzoli.
Sentada al borde del río contemplé la
cúpula que domina la ciudad, lucidez renacentista en un prado atestado de arte.
Subí luego hasta la linterna, siempre y nuevamente estremecida, tantos pasos
antes de mí, tanto tiempo, tanto cerebro al servicio de los sueños. Un período
tan corto para una posteridad eterna.
Los frescos, los rosetones, las
columnas, los ladrillos, las capillas…todo me conduce a un big bang artístico
capaz de conmover el paso lento y mil veces cruel de nuestro recorrido sobre la
Tierra. Cuando subo los escalones de la cúpula de Santa María dei Fiori, me
hipnotizo frente a la Adoración de los Reyes en el palacio Médici y ante la
Magdalena de Donatello o el Sacrificio de Isaac, quiero pensar que aún hay una
reserva de posibilidades en la Humanidad, más allá de miserias, robos,
mentiras, falsedades, fraudes y vilezas múltiples.
Si esa explosión de única hermosura
se dio y nos sigue alimentando, seguramente tendremos otras capacidades que
habrán de brotar algún día. ¿O tendré que retornar a Florencia una y otra vez
para reconciliarme con la vida?
Con certeza, volveré a las orillas
del Arno y contemplaré el río desde lo alto de Santa Maria dei Fiore, admirando
una vez más la obra apasionante de Brunelleschi, el arquitecto del que se reía el populacho y quizás también gente
más instruida, viendo la estrategia nueva con que iba encarando el cerramiento
de la cúpula.
Brunelleschi había ganado el concurso
frente a otro competidor tan valioso como Ghiberti (escultor y arquitecto,
autor de las Puertas del Paraíso en el Baptisterio) y a pesar de los incrédulos
logró cerrarla de una forma inédita que pocos creían que podría resultar
eficaz. No en vano había pasado tiempo estudiando el Panteón de Roma, entre
otros edificios clásicos, y supo culminar la obra, con el añadido de construir
otra interior -cúpula de doble casco-, de forma que entre ambas hay un pasadizo
que permite subir hasta lo alto. Además, fue levantada sin soportes de madera,
algo inaudito que demostró los recursos inmensamente creativos del arquitecto y
que resultó una de las obras más espectaculares y fascinantes del Renacimiento,
hasta el punto de que mucho tiempo después sirvió de referencia a Miguel Angel
para su diseño de la cúpula de la Basílica de San Pedro en Roma.
Pero Florencia tiene tantísimos otros
puntos de interés máximo que no se pueden soslayar. Donatello, avanzado hasta
el expresionismo más reciente. La monumentalidad del David de Miguel Ángel. La
escalera Laurenciana, también del genial Buonarrotti. La galería Uffizzi, donde
deberíamos acampar unos días, si fuera posible. El Baptisterio y sus puertas,
aunque no son las originales. Las iglesias de la Santa Croce y Santa María
Novella, La Capilla de los Médici, el Hospital de los Inocentes, el Claustro de
los Descalzos, la apabullante Ofrenda de los Magos en el Palacio Médici, el
puente sobre el Arno, la colección del palacio Pitti, y algo alejada, San Miniato al Monte, obra
cumbre del románico florentino, una pequeña, pero extraordinaria joya del s.
XIII.
La ciudad con su Renacimiento nos
entrega sus dones y hemos de recogerlos, aunque no nos quepan ni en la cabeza
ni en el alma.
Texto y fotos, Virginia