Sube por las ramas como un auténtico chimpancé,
no lleva mucho en la selva pero su instinto ancestral le ha brotado con
facilidad. Ahora no quiere ni pisar el suelo, se ha acostumbrado a los árboles
y salta de uno a otro en plan ardilla voladora.
Cuando las máquinas acaben con el bosque, a
nuestro salvaje lo llevarán a un zoológico. Lo peor es que no notará la
diferencia, se ha quedado en terreno de nadie, dejó de ser hombre, mas nunca
regresó a mono.