sábado, 21 de septiembre de 2019

De cuento en cuento





Lugares de cuento en el este de Alemania. Pueblos grandes, o  más bien ciudades pequeñas, de origen medieval, cuidadas hasta un nivel inimaginable, calles y calles sin un solo edificio que desentone, pavimentos empedrados, casas de maderas entramadas al borde de un río y a veces sobre él, en la cuesta de un colina o festoneando una plaza donde todavía hoy se celebra el mercado.




Weringerode, Erfhurt, Quedlinburg. Tres lugares entre otros muchos que nos enseñan cómo respetar el patrimonio y sacarle un partido adecuado, sin exceso de turismo, sin carteles llamativos, sin grupos con guías de banderita, todo gente local, cafés donde se toma algo con un perro al pie, mientras el sol calienta los últimos días de verano.





Documentada por primera vez a principios del s.XII, Weringerode es una ciudad acogedora en la región del Harz, colorida y luminosa. El ayuntamiento seduce al visitante, con sus balcones cerrados y las torres puntiagudas coronadas de bolas refulgentes bajo la luz. Corre en las ménsulas un variopinto repertorio de ciudadanos, tallados en la época en que se erigió el edificio, s.XVI, y mientras damos la vuelta a la manzana, nos embelesamos con la fuente, las casas, la trama geométrica de las fachadas y los símbolos que cuelgan anunciando las profesiones de los habitantes. Un lugar muy animado donde asombrarnos en cada esquina, tal cual nos sucederá cuando visitemos los otros lugares.






Como Erfhurt, donde hemos de pasar el río bajo las casas que forman un puente (Krämerbrücke) y contemplar como aún hay inmuebles y negocios de artesanos, antigüedades y pequeñas tabernas sobre él, una especie de puente florentino que comunica dos partes de la ciudad, considerado como el más largo de Europa que tiene casas sin interrupción.
Lutero estudió en su universidad a principios de 1500 y su huella se atisba por muchos rincones, en iglesias, placas y monumentos. La catedral es una portentosa obra que impresiona por el emplazamiento en alto, con una escalinata usada en verano para representaciones operísticas y teatrales de mucha fama.






La pintoresca Quedlinburg, con más de un milenio de existencia, reúne todas las condiciones para ser Patrimonio de la Humanidad desde 1994. Castillo en lo alto junto a una colegiata de origen románico y el principal conjunto de casas de vigas de toda Alemania, unas mil cuatrocientas, que emborrachan al forastero con cientos de formas, colores, alturas, tamaños. Se conserva incluso la más antigua fabricada con esta técnica, otra catalogada como la más pequeña y una con una inclinación imposible. A cada paso que damos el asombro es mayor, ya no solo por la variedad, sino por la conservación extrema que mantiene el recinto, abandonándonos a callejear sin rumbo, sabedores de que cualquier calle o rincón se querrá quedar en nuestras pupilas.





















Aunque no estemos en tiempos de cuentos, nunca está de más alegrar el espíritu con recorridos como estos, paréntesis de sosiego y humanidad lejos de la destrucción, el olvido o la indiferencia.




























Texto y fotos, Virginia