Entre la fronda de los laureles de Indias,
por encima del ras ras del barrendero,
del ulular de las sirenas,
los frenazos nocturnos y los derrapes en las esquinas,
cantan los mirlos.
En su pequeño mundo de ramas y follaje,
saltan y brillan, negros y amarillos.
Buscan migas, gusanos, gráciles gotas de agua sobre las hojas.
Y la vida sigue en la plaza,
gente que duerme en los bancos,
gente que pasa y canta,
un hombre paseando un perro.
Los mirlos cantan en la noche.
Clarean con la mañana,
abriéndose a la primavera.
Cantan los mirlos
y su canto de azabache y oro
transforma la noche en un jardín oscuro,
donde me pierdo entre sueños.