La araña se mueve con cautela. En un mundo donde las
trampas son más numerosas y mortíferas de lo que a simple vista parece, ella,
confiada en su labor de siglos, trenza un hilo tras otro con la parsimonia de
quien está seguro de lo que hace. No quiere hartarse de presas, sólo disponer
del alimento necesario. La hermosa red, plateada al ocaso entre las hojas
verdes, radiantes de sol y agua, cuadricula el espacio con la delicadeza de la
sabiduría.
Nada que ver con las engañifas diarias, plagadas de
créditos preferentes, indemnizaciones millonarias, deudas impagables.
¿No podríamos aprender algo más de los inocentes
animales? Un robo aquí, una amenaza más allá, desahucios vergonzosos, una
especulación que, como un fantasma que nadie conoce ni nadie puede explicar,
camina entre la bolsa y la vida.
No, no podríamos. Parecía que tiempo ha habíamos dejado
la animalidad y ahora, sin previo aviso, nos hemos convertido en incautos
conejos, devorados por la gula de los buitres y las hienas, listillos que
supieron conservar su nivel, para ahora, trenzar las redes, ahuecar las trampas
y escapar felices, hartos de lujo, hoteles de seis estrellas y aviones
privados.
Mientras, en la calle, la gente grita y llora, golpeada por
el orden constituyente y constituido. La máscara de una democracia en su
postrer invierno se agrieta y al aire muestra, podridas, sus raíces otrora
hermosas, torcido el tronco, quemadas las hojas.
La fotosíntesis ya no funciona, habrá que inventar un
nuevo sistema donde la vida se reconstruya para que ni las tenaces arañas se
avergüencen de nosotros.
Fotos Virgi