jueves, 30 de noviembre de 2017

Sueño en la Era de la Abejera




Tendré que volver a la Era de la Abejera, echarme sobre las lajas, olisquear en las rendijas de las piedras, contemplar las estrellas en la noche fría de la montaña. Una chirrera brincará entre las jaras y las altabacas, los capirotes y los petirrojos querrán picotear algún fruto seco que habré dejado a los lagartos. Quizás vea las Pléyades, esas de las que me enamoré tiempo ha, queriendo tatuármelas en un hombro (sin valor para hacerlo al fin), polvo de ellas que soy, de las que los campesinos decían: “Por san Andrés vienen las cabrillas a beber”.


Allí arrumbada, me cantarán las piedras sones antiguos, el relente enfriará mis pies andarines y no dormiré, soñando que duermo sobre una era, mientras el sueño será que las lajas y las estrellas acarician mi cuerpo dormido. Y en el sueño que va y viene, ni duermo ni sueño, solo existo un corto tiempo sobre la historia de los antiguos. Soñar y dormir, dormir y soñar, repeticiones sin fin, sin orden ni concierto, pero ¿qué más da? Allí he de estar, con mi cuerpo dormido y soñando, levitando sobre la Era de la Abejera.









Texto y fotos, Virgi

Noviembre 2017

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Contumacia


Cuanto más le indicaban el camino, 

más se iba por el lado contrario.






Texto y foto, Virgi 

sábado, 25 de noviembre de 2017

MI HERMANA MAYA



Un ser especial, mi hermana.

Lectora de libros y revistas, oyente nocturna de la radio -un transistor sony forrado de cuero que colocaba en la almohada para oírlo solo ella-, asidua al Cine Numancia y sus películas de Arte y Ensayo, de las que luego solía venir entusiasmada, hablando maravillas de Losey, Antonioni, Buñuel o Truffaut. Una personalidad poliédrica, apasionada de la vida, a pesar de sus impedimentos físicos, una mujer que fascinaba a quien la conocía. Lo mismo hablaba de García Márquez (con ella y mi otra hermana, Nice, entró el realismo mágico en la biblioteca de la familia), que de Victor Hugo, Zweig o Camus. Le chiflaban los ovnis, los corridos mexicanos, Chavela Vargas, Silvio Rodríguez, Los Beatles, las líneas de Nazca, los guanches, Valentina la de Sabinosa. Aprendió a tocar la guitarra por cursos de la CCC y el timple con alguien de la familia. No se cortaba de echarse unas folías o unas malagueñas en un ventorrillo, una reunión o en las escaleras de aquel Pris de la infancia, cuando empezaron a llegar las cucarachas y había una única bombilla que se bamboleaba con el viento marino.

Sin estudios propios de maestra, pero con mucha inteligencia e ideas modernas, mi hermana heredó el aula de mi abuela Hortensia (gran profesora que enseñó a muchas criaturas de la zona en los años cuarenta y principios de los cincuenta) y durante un tiempo acogió niños y niñas del barrio, pequeñines que aprendieron a leer y escribir con ella y aún la nombran con admiración y afecto. Muchos nos recuerdan sus cuentos, los puzles, los juguetes y los dibujos que colgaba en las paredes. Aunque aprendí las primeras letras con aquella abuela, Maya me preparó con entusiasmo y disciplina para el ingreso en bachillerato.  Así aprendí de memoria lo que se estilaba en la época: cabos, golfos, ríos, reyes, capitales de naciones, mares, montañas y cordilleras e incluso, algunas curiosidades de Canarias. Leíamos Platero o El Quijote, usábamos atlas y diccionarios, todo eso por su afán de conocer y enseñar.

Un día de junio, a principios de los sesenta, me fui con nueve años, en la guagua, al Instituto de La Laguna. No recuerdo nada de la prueba, solo una cosa que se me grabó para siempre. Me preguntaron cuando medía el Teide y no supe contestar. Cuando regresé a mi casa, estaban todos ansiosos por saber cómo me había ido, una niña pequeña sola enfrentándose a un asunto de importancia; Maya, la más interesada por si sus enseñanzas habían surtido efecto.

-        Me preguntaron la altura del Teide y no supe contestar, conté yo algo compungida.
-                 Pero, ¿cuántas veces te dije que medía 3.714 m.? Bueno, si todo lo demás lo hiciste bien, seguro que apruebas, dijo mi hermana echándole ánimos.

Pues sí, no fue relevante mi olvido, y aprobé el ingreso, cosa que a la postre no resultó tan positiva, pues fui siempre la de menos edad en todos los cursos.
Los ánimos que me dio en ese momento ya los llevaba ella consigo desde muy chica, una fortaleza inmensa ante los infortunios y unas ganas infinitas de saborear todo lo que la vida le ofreciera, ya fueran el mar, el amor, amistades, cultura, fiestas. 
En las paredes de la habitación tenía a James Dean, el Che, John Lennon, Françoise Dorléac y su hermana Deneuve, Oliver Reed, Alain Delon, Romy Schneider, el pelirrojo Daniel Cohn-Bendit (famoso líder de las revueltas francesas del 68), Gregory Peck y la portada de Yellow Submarine, entre otros de sus ídolos. 
Fue la que, con su ejemplo contestario, nos inculcó a mi hermano y a mí actitudes críticas y ciertamente rebeldes ante injusticias, desmanes medioambientales e ideas políticas. Cada semana compraba Triunfo, Fotogramas, La Codorniz/Hermano Lobo,  muchas de las cuales todavía conservamos, como recuerdo de sus inquietudes, variadas, ricas y profundas, mismamente como ella.

Casi cuarenta años que no está y su vitalidad sigue regando el campo de nuestra existencia. Mi hermana Maya, tan frágil por fuera y tan poderosa por dentro.


Foto y texto, Virgi

Noviembre 2017



jueves, 23 de noviembre de 2017

Flema


A punto de caerle el mundo encima,

 y allí seguía, indiferente.





Texto y foto, Virgi

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Despaisajes


Despaisaje LII



Rebosó el Danubio y acabó el vals.




Texto y foto, Virgi

martes, 21 de noviembre de 2017

Despaisajes


Despaisaje LI


Era una isla tan grande, tan grande, 

que dentro cabía todo un archipiélago.



Texto y foto, Virgi

lunes, 20 de noviembre de 2017

VOCES XXVIII

“¡Agüelo, agüelo, dános algo!” El revoltijo de chinijos se arracimaba en torno al anciano, esperando alguna de las golosinas que tenía en el borsolón, allí donde ellos no alcanzaban, por más que lo intentara el más zangalote,  alongándose subido a la silla vitoriera.



Asigún estuviera de humor, unos días se volvía ratiño y los echaba con un grito: “¡Lárguense, carajo, que tengo la cabeza sonsa!” Y otros, complaciente, abría con cierto esfuerzo el misterioso borsolón -al canto arriba  de la cómoda antigua- y sacaba un pirulín para uno, medio chicle bazooka (de los cilíndricos forrados de papel con cuatro viñetas) para otro, un trozo de regalía para el más chico. A la única nieta le reservaba la melcorcha – era la más chica y la veía algo frágil, como la propia golosina-, aunque luego ellos se las intercambiaban  a gusto de cada uno.
Si tenía el día bueno, les contaba algo gracioso y se echaba un tanganazo de vino con unos tollos secos.  Sea como fuera, el palito de membrillero lo tenía bien asocadito, por si se terciaba un varizcacillo apenas: “¡Fufe de aquí, que no estoy pa’ machangadas, no me sean tortolines y ándense con ojo!”
Nunca sabían los pobres nietos a qué carta quedarse, pero así y todo jaquequiaban un rato por ver si conseguían algo, dando más vueltas que un trompo a la vera del viejo. Ágiles como lisas, en un intre trasponían escafiridos y allí se quedaba el hombre ensimismado en el ritual de la cachimba, con el bardino siempre a sus pies… “¡Vaya una enconduerma con estos demontres de chicos, me vuelven tarumba!”.








Texto y fotos, Virgi


Singularidad


Era un país extraño, de extrañas lenguas
 y extraños hábitos. 
Eso fue lo que le conquistó.





Texto y foto, Virgi

sábado, 18 de noviembre de 2017

El Hierro




Volví a ver los cuervos negrísimos, el encaje de las paredes, las sabinas retorcidas, los aljibes comunales. En un extremo, el faro, en el otro, los petroglifos sin traducir. 






























En medio, la frondosidad del pinar, el más luminoso de las islas; la caldera de Fireba con su antigua huerta de papas en el fondo; la Virgen de los Reyes, la que bajan cada cuatro años y por la que sus porteadores se enzarzan en discusiones cada vez que llegan a una Raya donde deben de ceder la carga; las verdes planicies medio irlandesas; los más de quinientos volcanes con sus tentáculos de lava, unos ásperos otros sensuales; un Garoé renovado y solidario bien asocadito; las cabras y las vacas, los pueblillos desperdigados.Y lejos, lejos, Sabinosa, recordando a Valentina con el tambor y su Arrorró estremecedor.



Volví a recordar mi primera estancia, cuando era poco más que una adolescente coqueta, libre y algo inconsciente, admirada sí de sus paisajes y de sus gentes, encantada de caminar sobre la pinocha o con el abrigo de los muros de piedra. 



Volví a asomarme a los miradores, a bañarme en cualquier charco, a observar los lagartos, tan pacíficos que parecieran  esculpidos. Volví a El Hierro para comprobar que el tiempo pasa más despacio que en cualquier otro sitio, y que la isla, pareciendo tan pequeña, es inmensa, mágica y en verdad apasionante.



























Texto y fotos, Virgi


Noviembre 2017

domingo, 12 de noviembre de 2017

Constancia



Mas de medio siglo 
bailando el hula-hoop sin inmutarse.



Texto y foto, Virgi

jueves, 9 de noviembre de 2017

Confianza


Amanece y las nubes dicen que hoy lloverá. 
Ajeno a los anuncios, se viste ropa ligera y sale a la calle. 
Hace frío y del cielo gris caen unas gotas. Su misión ya sabe cuál es, ir a contracorriente, no puede fiarse sólo de indicios como hacen los demás. Su piel le dice que hará calor y allá va, protegido con sus creencias.
Cuando en la esquina un chaparrón casi lo tumba, sigue impávido, sin arredrarse, bien se habla a sí mismo de que todo son apariencias.
En la siguiente manzana intenta saltar un vado, pero resbala y se cubre de fango. Una vez más, continúa con la cabeza alta, entre paraguas, impermeables y charcos cada vez mayores. 
Su seguridad lo lleva al borde del barranco, donde ya corre un buen caudal. Sonriente, ninguna señal es suficiente. Como un niño sin conciencia, baja una veredilla y se acerca a tocar el agua. Sonríe, ¡bah, un hilo apenas!
Nada lo salva, el agua lo engulle mientras su confianza se ahoga entre el barro, las piedras que rebotan y el agua tumultuosa.




 Texto y fotos, Virgi


Santa María de Eunate



Supe de su existencia hace muy poco, gracias a un amigo al que ya únicamente por eso, le estaré siempre agradecida. Iba él haciendo el Camino y se acercó a la iglesia, creo que llovía algo y había niebla, pues recuerdo su foto con un chubasquero bajo uno de los arcos. Me pareció un lugar tan especial y él le puso tanto fervor, que no tuve otra opción que ponerme a buscar sobre este edificio excepcional.

















Pasó un tiempo y venía yo de Pamplona, animosa pasando Cizur Menor y Mayor, la balsa de Guenduláin, Zariquiegui y la subida al Alto del Perdón. Poco después, Muruzábal, y en su iglesia, pregunté por Eunate; me informaron que en dos kilómetros la encontraría (bueno, más de dos para llegar y alguno más para enlazar con mi destino de ese día en Puente la Reina), y que aún me quedaba como una hora hasta el cierre.
Allá me fui, por un camino solitario desde no se vislumbraba torre, campanario, ni tejado alguno, ni tampoco alguien por el sendero que me pudiera certificar lo correcto de mis pasos. Sin embargo, en un momento logré ver entre una especie de chopos lejanos, la figura inconfundible de la iglesia. No tenía pérdida, claro que no, allá estaba desde mediados del s.XII, aislada entre los campos, cautivadora desde cualquier lado que la veas.
















Su planta octogonal y la galería de treinta y tres arcos que la contornan son dos de las características que más llaman la atención. Una portada románica, el ábside pentagonal y los lucernarios que recuerdan a los baños árabes, o las marcas dejadas por los canteros en muchos de los bloques que la forman, son otros detalles que hacen única a esta iglesia.
En medio de nada concreto, en un paisaje plano y abierto al cielo, se levanta Santa María de Eunate, misteriosa, sorprendente, tan serena, que dentro solo quieres estar en silencio un rato, mirando la única imagen que tiene o contemplando los huecos en el techo. Son pequeños, también octogonales, y por ellos entra una luz tibia que ni ilumina, pero que le presta una singularidad particular y un halo grandemente espiritual.



Me senté un rato cerca de la puerta, uno de mis objetivos del Camino era llegar hasta allí, así que ya no tenía prisa. Miraba la bóveda perfecta, los capiteles con figuras extrañas, la Virgen con el Niño (copia de una imagen románica, al parecer desaparecida), los tímidos haces de luz entrando por los octógonos de la bóveda. Di luego varias vueltas por la arquería, sintiendo que estaba allí, en Santa María de Eunate, rozando los muros y las piedras, tocando los arcos, oliendo el maizal cercano y la tierra pisada por tanta gente antes. 

Sentados en el suelo, un padre le explicaba algo a su hija, cerca del ábside. Ni me vieron mientras paseaba, casi me pareció como el encuentro de un hombre con un ángel, mirando  ambos los prados y conversando de la brevedad de la vida y la largura de la belleza.



Texto y fotos, Virgi


Octubre 2017


Tejeda, Gran Canaria



Catalogado como uno de los pueblos más bonitos de España,  Tejeda nos ofrece una estampa blanca, pulcra, verde, muy montañosa.
Blanca por sus casas y muros, al borde del barranco o de las calles, bajo las enredaderas o las espadañas de la iglesia. 




Pulcra, porque no hay un espacio sucio ni un papel en el suelo, los adoquines no compiten con colillas, plásticos ni envoltorios. Verde, por los almendros de las huertas, colgados en los riscos, orillando parcelas, festoneando el paisaje; con las almendras en ofrenda al paseante, aunque aún no sea su tiempo. Montañosa, por lo que le rodea, un circo rocoso que viene a formar la caldera de Tejeda, una gigantesca formación volcánica de la que sobresalen dos auténticos resilientes: el Roque Nublo y el Roque Bentayga.



 Ambos peñascos son formidables (pitones fonolíticos según la geología), y llegar hasta su base una experiencia sencilla, obligatoria –si andamos por la zona- y grandiosa. Desde el Nublo, al atardecer, se divisa la caldera y muchísimo más, incluso el Padre Teide sobre las nubes, controlando el archipiélago. En una planicie, llamada el Tablón del Nublo, se posa el Roque, tal cual como acabado de plantar, incrustado sin trabajo por algún cataclismo primigenio. Símbolo de la isla, tiene una fuerza plástica indudable, lo mires desde donde lo mires, cerca, lejos y hasta desde Tenerife.
Subir al Bentayga requiere parecido esfuerzo, pero posee este lugar otras connotaciones más visuales e históricas, como el muro aborigen que lo contorna en parte, los escalones bien colocados y el premio final: el Almogarén, un espacio plano labrado en la piedra que, según algunos estudiosos pudo haber sido un lugar de culto relacionado con los astros, mientras otros se decantan por una vivienda con características especiales e incluso un sitio defensivo. Tiene en el centro una enorme cazoleta, así como otras más pequeñas, y dos oquedades bien trabajadas que quizás eran graneros o refugios, todo esto según diversas fuentes consultadas. Sobrecoge el lugar, al filo del abismo por un lado y con una pendiente pronunciada por otro, donde, a tenor de las crónicas, hubo gran población en numerosas cuevas, de las que algunas conservan grabados rupestres.
Fue el Bentayga escenario de un episodio importante en la conquista de las islas. Dice Abreu y Galindo que en este Roque se refugió Bentejuí, último Guanarteme de  Gran Canaria, junto con muchos de los suyos, en enero de 1493, ante la acometida de los españoles: “…se defendieron con valor que, por mucho que hicieron, no les pudieron ganar el paso, arrojando grandes galgas y piedras por los riscos y ladera abajo, que dejaban caer. Aquí mataron los canarios a muchos soldados e hirieron a tantos…”
Son Nublo y Bentayga dos centinelas apostados en lo alto, silenciosos, sabios, contundentes. Dueños del paisaje que los rodea, se mantienen alerta, en el conocimiento de que nosotros pasamos y ellos siguen, en una ceremonia de la Naturaleza cuyo ritual va mucho más allá de los visitantes, pequeñas hormigas recorriendo un paisaje mágico, sin acabar de entenderlo nunca.




Hemos de volver a Tejeda (plácida y coqueta, según la dejamos), para contemplarlos desde abajo, mientras apuntan a un cielo que seguramente conocen mejor que nosotros.















Texto y fotos, Virgi

Julio 2017


ERAS


Cuando en mis caminos encuentro una era, el alma se me ensancha.  Esos círculos perfectos, casi siempre de piedras encajadas con sabiduría, y otras veces de la propia tosca del lugar, me llenan de emoción.


Imagino cereales y granos rodando entre las ranuras, bajo la madera del trillo, con la brisa ahuyentando la paja mientras  lame cantos y conversas, acuerdos, turnos, sol,  brumas; niños brincando o dando vueltas montados en las bestias, gentes ocupadas en lo indispensable, alrededor de una circunferencia trazada con útiles elementales.

















Las eras, humildes, mudas, equilibradas, tantas veces recónditas y olvidadas, me revelan un conocimiento ancestral, poderoso, de la vida y los ciclos de la naturaleza.



Texto y fotos (excepto la última, de adal Glez.): Virgi

 25 diciembre 2016

Galerías y Atarjeas

GALERÍAS

Las grutas quilométricas que atraviesan el subsuelo de Tenerife y de otras islas, tienen un extraño atractivo. Llaman poderosamente la atención por el trabajo inmenso que supuso realizarlas y poseen también el imán de lo oscuro, del peligro, de la caverna infinita, algo así como si pensáramos en el laberinto del Minotauro, pero sin fiera, únicamente el agua manando desde una bolsa inmensa que abarcara casi toda la superficie de este peñasco.


Por más que he visitado varias y he caminado algunos metros por ellas, siempre me vienen a la cabeza las mismas cuestiones: ¿cómo se sabe el sitio correcto para empezar? ¿cómo han horadado kilómetros y kilómetros? ¿qué sucede al llegar a la bolsa de agua?¿cómo es el trabajo en un espacio tan estrecho?¿es similar a la labor de los mineros? Paralelamente, pienso en los medios empleados (dinamita, picos, palas y vagonetas) y sobre todo en los hombres metidos en esas larguísimas cuevas,  precariamente iluminada la negrura, con la compañía continua del ruido del motor  –para mantener el aire con un mínimo de salubridad-, y entonces siento  una admiración inmensa, no exenta de congoja, por esta labor que nos trajo el agua desde las profundidades de la isla.
He leído que aquí hay más de un millar y me parece imposible para un territorio tan pequeño, mas luego, caminando por él, no queda un sendero que no esté cruzado por algún canal o atarjea, con lo que esta cantidad es comprensible.  Porque esa es otra cuestión, cuando se conseguía el agua, había que encarrilarla, y allá iban los obreros a colgarse de riscos y barrancos, para transportarla donde fuere. Horizontal, con una levísima inclinación inapreciable, el agua discurre por sendas de todo tipo: piedra labrada, canales hechos en tosca y recubiertos de cal, toba volcánica, cemento, tuberías de hierro o galvanizadas; se alongan a precipicios, bajan una vertiente para subir por la de enfrente; se cuelgan de sitios inesperados, o se afianzan en acueductos elementales o alzados con primor.


El trabajo de horadar una galería entraña muchos peligros y han sido los obreros los grandes artífices de esta labor poco reconocida. Conozco varias personas que trabajaban seis días  a la semana durante años, pernoctando en unos pequeños cuartos, comiendo frugalmente y durmiendo lejos de sus familias, para entrar cada madrugada en un túnel de donde sacarían –en algún momento- el líquido vital.
Tienen las galerías, bien ya en desuso, bien aún explotadas, unos útiles de arqueología industrial, que entristece acabe perdiéndose: motores traídos de Alemania o Inglaterra, vagonetas de hierro con sus carriles todavía intactos, contadores de agua, extractores, barriles vacíos de combustible…un abanico de elementos que sirvieron para adentrarse hasta cinco o seis kilómetros bajo nuestro territorio, cruzando las raíces de volcanes, tierras de cultivo, malpaíses, riscos y bosques.



Evocan sus nombres sensaciones sugerentes, mucho más dulces que el trabajo que ha representado conseguir el agua: El Salto Azul, Archifira, Río de la Cañada, El Manantial, La Gambuesa, El Nilo, La Deseada, Guaco, Río de la Plata, El Rebosadero. Lo sugestivo de sus nombres no corresponde con la dureza del trabajo, pero a mí, particularmente, me deja un poso de misteriosa poesía que me atrae y me cautiva.



18 febrero 2017






ATARJEAS




El nombre es lo de menos. Lo de más es la importancia de estas rústicas conducciones de agua en la vida y trabajos de la gente del sur, sobre todo del sur de Tenerife y Gran Canaria. Unos elementos indispensables para entender la esforzada agricultura en un paisaje árido y con pocas facilidades para el cultivo.
Las atarjeas y su ingeniería popular, sabia y práctica, hicieron de los campos un territorio más humano, fértil y apetecible, a pesar del clima y sus variaciones pocas veces positivas.













En las cercanías de La Quinta, Los Derriscaderos o altos de Arico, se ven hechas directamente en la tosca; elaboradas a conciencia en piedra chasnera, como el canal que baja desde El Contador; largas y pesadas, labradas en bloques de pumita -que suele ser la mayoría de las existentes- para darles la forma de U y luego empatarlas unas con otras mediante cal, arena y quizás algo de cemento; las que se observan desde la carretera en zonas de Arguineguín, una asombrosa red de línea paralelas y perpendiculares; o algunas realizadas aún más burdamente, con piedras atacuñadas con mortero real, vistas en el Malpaís de Güimar; las muy escasas de tea, como la del  Camino del Risco;  y las esplédidamente afianzadas sobre arriesgados arcos, véase el sifón de Valleseco o el acueducto de Lomo de Mena. Son unas y otras ejemplos conmovedores, cuando en las caminatas acompañan mis pasos.



Los cientos (creo que incluso podrían ser algunos miles) de kilómetros que suman estas pequeñas obras, tienen un valor pocas veces considerado, bien por ser un elemento muy común en ciertos parajes, bien por el escaso aprecio que le damos a las cosas pequeñas y humildes. Lo cierto es que fueron, y aun lo siguen siendo, una parte fundamental para la vida en estos sures cautivadores. Todo un mundo alrededor del agua y su conducción, desde que es alumbrada en las galerías hasta que llega a su meta final, bien sean huertas, aljibes, estanques, charcas. Palabras como cantoneras, rebosaderos, arquillas, aforímetro, casilla del agua, canalero, dulas, pipas, tomaderos, tornas, tanquilla… nos remiten a un tiempo sacrificado y no tan lejano.


A pesar de que las tropiezo con frecuencia, nunca dejo de maravillarme. Las veces que, rumorosas, siguen en uso, cantan sobre épocas anteriores, y sin embargo, ya secas, parecen exhalar un grito de auxilio. Yo las acaricio, a veces hasta les hablo y me las traigo archivadas, recuerdo fugaz como el agua que se nos escapa de las manos.



Textos y fotos, Virgi 

4 junio 2017