La Edad Media que estudié siendo
adolescente, y que tanto me atraía imaginando un torneo, un escondite entre las
almenas de los castillos o la espera del caballero desde alguna ventana ojival,
con cortinajes pesados y quizás algo raídos, se me pone delante cuando visito
cualquier ciudad o pueblo medieval. A decir verdad, esos pensamientos idílicos
poco tienen de reales, en una época que fue de grandes privilegios para las
clases altas, y vasallaje y penurias para el resto, aparte de guerras, epidemias
y otras calamidades.
Los lugares y personajes que empecé a
conocer entonces (seguramente todo muy desvirtuado por la ideología de la
época), se me quedaron muy grabados, supongo que como a cualquier otra jovencilla
amante de historias y lecturas y con una imaginación que iba más allá de estos
hermosos peñascos marinos.
Recorrer una callejuela bajo arcos,
un estrecho puente románico, extasiarme en alguna portada de iglesia repleta de
escenas bíblicas, cruzar un dintel de piedra con grandes y recios portalones o
sentarme en la plaza mayor (aunque sea tan diminuta como en Beget) de algún
pueblo… esos pequeños momentos, que por fortuna en un viaje se enlazan uno
detrás de otro, me hacen aprender y crecer como persona.
En un claustro leo la discusión
que se alargó decenas de años acerca de si la catedral de Gerona era
conveniente reedificarla de una sola nave o no. Más allá, me entero de cómo
levantaron el Monasterio de San Pere o la manera en qué descubrieron el templo
romano de Vic, asombroso en medio del centro
histórico. En un precioso pueblecito leo los nombres que aún perduran: Plaza
del aceite, Plaza del vino, Plaza del pan. Silenciosamente, recorro el ábside
románico de las iglesias o intento descifrar los capiteles. En un lugar
alejado, cerca de los Pirineos, descubro que tiene un Cristo antiquísimo, casi
bizantino, y aunque intento entrar en la iglesia, mis esfuerzos son vanos y he
de conformarme con verlo en internet.
Ya en el hotel, invierto largo tiempo
buscando información, datos, nombres de personajes, batallas, curiosidades que
he ido anotando en el camino. El recorrido por todos esos lugares, me deja un
deseo de saber más y me embriago recitando sus nombres: Santa Pau, Pals,
Besalú, Monells, Peratallada, Beget, Ripoll, Vic, Hostalric, Rupit, Begur, Camprodón…con
ellos me duermo y en el sueño, vuelvo a caminar bajo los soportales de las
plazas, toco las aldabas con cabeza de león, acaricio las jambas de una puerta,
me siento en el banco de un patio mudéjar, contemplo una columna romana o un
letrero visigodo.
Lo mejor de estos viajes es que al
despertar, puedo seguir soñando.
Texto y fotos, Virgi
14 abril 2017