viernes, 3 de noviembre de 2017

Ensoñación





La Edad Media que estudié siendo adolescente, y que tanto me atraía imaginando un torneo, un escondite entre las almenas de los castillos o la espera del caballero desde alguna ventana ojival, con cortinajes pesados y quizás algo raídos, se me pone delante cuando visito cualquier ciudad o pueblo medieval. A decir verdad, esos pensamientos idílicos poco tienen de reales, en una época que fue de grandes privilegios para las clases altas, y vasallaje y penurias para el resto, aparte de guerras, epidemias y otras calamidades.
















Los lugares y personajes que empecé a conocer entonces (seguramente todo muy desvirtuado por la ideología de la época), se me quedaron muy grabados, supongo que como a cualquier otra jovencilla amante de historias y lecturas y con una imaginación que iba más allá de estos hermosos peñascos marinos.


Recorrer una callejuela bajo arcos, un estrecho puente románico, extasiarme en alguna portada de iglesia repleta de escenas bíblicas, cruzar un dintel de piedra con grandes y recios portalones o sentarme en la plaza mayor (aunque sea tan diminuta como en Beget) de algún pueblo… esos pequeños momentos, que por fortuna en un viaje se enlazan uno detrás de otro, me hacen aprender y crecer como persona. 



En un claustro leo la discusión que se alargó decenas de años acerca de si la catedral de Gerona era conveniente reedificarla de una sola nave o no. Más allá, me entero de cómo levantaron el Monasterio de San Pere o la manera en qué descubrieron el templo romano de Vic, asombroso en medio  del centro histórico. En un precioso pueblecito leo los nombres que aún perduran: Plaza del aceite, Plaza del vino, Plaza del pan. Silenciosamente, recorro el ábside románico de las iglesias o intento descifrar los capiteles. En un lugar alejado, cerca de los Pirineos, descubro que tiene un Cristo antiquísimo, casi bizantino, y aunque intento entrar en la iglesia, mis esfuerzos son vanos y he de conformarme con verlo en internet.


Ya en el hotel, invierto largo tiempo buscando información, datos, nombres de personajes, batallas, curiosidades que he ido anotando en el camino. El recorrido por todos esos lugares, me deja un deseo de saber más y me embriago recitando sus nombres: Santa Pau, Pals, Besalú, Monells, Peratallada, Beget, Ripoll, Vic, Hostalric, Rupit, Begur, Camprodón…con ellos me duermo y en el sueño, vuelvo a caminar bajo los soportales de las plazas, toco las aldabas con cabeza de león, acaricio las jambas de una puerta, me siento en el banco de un patio mudéjar, contemplo una columna romana o un letrero visigodo.

Lo mejor de estos viajes es que al despertar, puedo seguir soñando.



Texto y fotos, Virgi

14 abril 2017