De tiempo en tiempo sueño con ciudades.
Soñé una vez que volaba sobre una ciudad antigua en lo alto de una colina, con calles empinadas y murallas árabes. Mi vuelo lento y rasante me permitía ver las puertas agrietadas por el tiempo, ventanales góticos con esbeltas columnillas y plazas pequeñas donde los jazmines florecían.
Nunca veo gente, quizá los lugares que en mis sueños visito, están esperando que los recorra para desaparecer después, sin tener que hacer desaparecer también a las personas que las habitan.
Otra noche callejeaba un lugar medieval, paredes ocres, arcos sobre las puertas, aldabas con leones y águilas. Como un campo al estilo veneciano, amplio y solitario, y entre los intersticios de las piedras, pequeñas hierbecillas.
Venía una tarde de un viaje que paraba en Bérgamo. Mi otro vuelo partía al día siguiente. Llegué al hotel, dejé la maleta y salí a ver la ciudad alta. Se celebraba alguna de esas conmemoraciones que los italianos festejan con la familia, entre helados, voces y mazorcas de maíz. Me desvié a la derecha de la calle, hacia el Duomo. Por un momento, el rincón donde caminaba estaba vacío, los adoquines brillaban débilmente bajo las escasas farolas, y en un ángulo de la calle, entre la iglesia y unas casas señoriales, me ví paseando por un lugar donde ya había estado. La misma luz, iguales las sombras, los reflejos de las piedras, la esquina, más allá, cerca de un palacio. Un torreón robusto con las aristas marcadas por los siglos. Flotaba mientras caminaba, imposible un déjà vu tan real. No se oía la algarabía, nadie que rompiera el encanto, todo se confabulaba para respetar mi experiencia. El aroma de aquel sueño ondeaba en la noche veraniega y me pertenecían los brillos de las piedras, la luz tenue de las lámparas, el alféizar donde una paloma se esponjaba, los escalones del baptisterio. Me había detenido en Bérgamo para aprender que hay sueños que se anticipan a la existencia.
Fotos Virgi
Vista de Bérgamo, Edizione Cittadini