Quiso Pirandello escribir 365 “Cuentos para un año” y murió antes de conseguirlo. En los más de doscientos que dejó, con su lúcida ironía vemos mejor el mundo que nos rodea, bien estemos atados a una silla de oficina, bien a la tierra por cultivar, a las tradiciones religiosas o a los prejuicios sociales.
Sicilia, hermoso lugar, hermoso, se explica mejor leyendo a Pirandello. Y también la vida que sobrellevamos, la que no entendemos, la que nos parece un mal sueño del que es imposible salir. Sagaz, crudo, penetrante como una daga, fino en el humor, aunque sea más que negro, el escritor, con personajes populares y a pequeñas dosis, nos da una lección paseando por el absurdo en que nos movemos.
Dos pequeñas novelas de Irène Nèmirovsky, “El baile” y “Nieve en otoño”, muestras del talento para relatar en poco espacio con mucha sustancia. En el primero, una adolescente frente a la ambición de la madre, resuelve su imposible primer baile de una forma eficaz y de consecuencias imprevisibles… ¿o quizá no? Con la segunda, la criada eterna, fiel a sus señores, extraña en París la nieve de Rusia, mientras Europa se conmociona con la Revolución del 17. Dos perlas delicadas con trasfondo injusto y cruel.
Vassili Grossman
me envuelve durante meses, tal cual la batalla que relata de Stalingrado en “Por una causa justa” Guerra, horror, belleza, amor, conviven en el gigantesco relato que el escritor detalla desde la primera fila hasta la retaguardia, desde las oficinas de los jefes hasta las fábricas de armamento. Cruzando el Volga, me traslado frente a aquel mapa de mi infancia, cerca del Cáucaso, cuando ya la ciudad de Stalingrado hacía tiempo que no olía por los cadáveres que, de uno y otro bando, yacían bajo los escombros, en una de las batallas más sangrientas de la historia.
“La niña que iba en hipopótamo a la escuela” de Yoko Ogawa, me reconforta con su optimismo y delicadeza oriental. Un cuento delicioso y mágico, que nos hace deambular por una
infancia llena de momentos fascinantes.
Acabo con Denis Lehane, cautivador en “Cualquier otro día”. Realismo aplicado a unos cuantos personajes imprescindibles: negro que huye, policía con ideales y bateador de éxito en Boston, camino de la década de los 20. Con ellos, una urdimbre de contrabandistas, soldados que regresan de Europa, emigrantes italianos e irlandeses, en un fresco que avanza hacia la gran depresión del 29, paseando entre huelgas, racismo y movimientos sindicales.
La lucha para conseguir un mínimo de derechos en un país que presumía de libertad y democracia. Y ahora, después de un siglo largo de batalla continua y tenaz, de unos cuantos plumazos, la clase trabajadora, de nuevo, a los pies de los caballos, que piafan, felices, conscientes de que no les van a faltar verdes prados donde pastar.
Gracias, Profe
Thornton, va por ti.