Un aleteo insomne.
Un plumaje de ámbar cruzando la tarde.
Levanté la vista. Los pájaros estremecían el ocaso con su
levedad hecha ímpetu.
Con graznidos, unos leves y otros más fuertes, me
gritaban que si quería volar, había de leer, leer, leer.
Eso había hecho durante años.
Entraba en las librerías y
me pasaba horas en pie, olvidada del mundo.
Otras veces, me tiraba en el
sillón, comiendo cualquier cosa entre página y página.
O me dejaba dormir sobre
la arena, sin saber si leía con la bajamar o con la pleamar.
Así, fueron mis huesos y mi piel convirtiéndose en
plumas, mi rostro adquirió un hermoso pico y la cola surgió de las piernas.
Y un día volé y volé.
Sólo me detenía para seguir leyendo.
Fotos Virgi