domingo, 27 de octubre de 2013

Pupila y palabra XXXIII



Prodigio



Es la casa de Ogunquit Beach, donde pasé un verano con mis primos. El mar se remansaba al pasar la lengua de tierra y en los luminosos mediodías de verano, nuestro baño traía sabor a ballenas, orcas y capitanes intrépidos. Yo había leído ya El viejo y el mar, Dos años de vacaciones y Moby Dick. Era mayor que mis tres primos y lo aprovechaba para hablarles de arpones, disentería, rebeliones y náufragos. Encontramos una tarde una botella con un desvaído trozo de papel, imposible de leer, pero yo me crecí con el hallazgo, inventando nuevas historias de barcos, sentinas repletas de ratas, ágiles grumetes y botellas de ron.

El mar era diáfano como nunca antes lo ví, y la espuma burbujeaba entre las piedras blancas y los níveos caparazones, pulidos de años y olas. La casa era espaciosa y entre sus rendijas de madera vieja, se colaba el airecillo marino, trayendo rumores de sirenas y navíos lejanos.

Un día apareció un hombre, con gorra, caballete, pinturas, pinceles.

Hipnotizados, nos olvidamos ese día del baño, mirando las masas de óleo invadiendo el lienzo, sin saber cómo era capaz de plasmar lo que nosotros no veíamos, si la casa tenía otra forma, el mar siempre había sido azul como la añoranza y todos estábamos allí, en silencio, unos pasos detrás del pintor, contemplando absortos el prodigio de la luz y el color.

A partir de ahí, mi mundo se ensanchó y aprendí a verlo con matices nuevos, leía viendo los paisajes y éstos los veía como si los leyera nuevamente. Mis primos crecieron, yo no volví a esa casa y el paisaje de Ogunquit Beach lo contemplé por última vez en un museo de Boston.


Ogunquit Beach, Maine, 1915 (?)
Charles H. Woodbury Bathers 


Texto, Virgi




miércoles, 23 de octubre de 2013

Trizas




Se vió en el reflejo, troceada y bamboleante. Quiso recomponerse, mas los pedazos escapaban, húmedos y resbaladizos, mudables al sol, como seres minúsculos con vida propia. O como trocitos de paja que no pudieras desincrustar del barro, inasequibles ya para siempre.




Fotos y texto, Virgi

domingo, 20 de octubre de 2013

Refugio





Cautivado por la geometría, cargaba una escuadra y un cartabón, un compás, un medidor de ángulos, una regla. Medía la perpendicularidad de las barandillas, los ángulos de un porche, el paralelismo de las tejas o los mástiles de los barcos.







Según las sombras, trazaba líneas en las fachadas, sutiles graffitis en los muros o círculos perfectos sobre la arena. Le atraían las escaleras, la ropa tendida con perfección y nadie pensaba que podría comer sin formar antes triángulos o cuadriláteros con migas de pan, judías o uvas resplandecientes, ni dormir sobre la perfecta horizontal del suelo.



Sin embargo, todo era un pretexto para disimular su cuasi analfabetismo. Incapaz de entender un texto o de escribir una dedicatoria, se había refugiado entre segmentos, mediatrices y diagonales, sin más aliciente que encontrar la cuadratura del círculo o la superficie de los polígonos irregulares.





Si nuestro personaje hubiera conocido a Juan Yanes, sería ahora un amante de la palabra y del conocimiento, de la luz al borde de las páginas y de la hipnosis del que escribe. Cargaría con metáforas, hipérboles, anécdotas y cuentos, reseñas, anaqueles de libros, alegorías, anáforas, onomatopeyas y un sinfín inmenso de posibilidades resplandecientes.
Gracias, Juan.



Texto y fotos, Virgi



martes, 15 de octubre de 2013

jueves, 10 de octubre de 2013

Extravío




Acostumbrada a vivir lejos de todo y con lo mínimo, la vida le resultó cuesta arriba cuando se hizo famosa. Y todo por relatar sus memorias a un viajero curioso. 

A partir de ahí ya no supo saborear las constelaciones, recoger agua del manantial o darle de comer a las gallinas. Su vida se convirtió en un revoltijo de emociones donde le fue imposible encontrar el comienzo ni el final.
Sólo el viajero tenía la llave y nunca volvió.


 Fotos y texto, Virgi



sábado, 5 de octubre de 2013

martes, 1 de octubre de 2013

Gatos



Un frontón particular

  


Un ventanuco siempre cerrado





La prohibición, que, de tan clara, parecía imposible


 

Allí vivía la anciana, rodeada de gatos, decenas de gatos. No le importaban los maullidos, los gatos eran dueños y señores. De niños no quería saber nada, incluso, una chiquilla que le hacía los recados, pasaba desapercibida entre bigotes, zarpas, ronroneos y orejas puntiagudas. Un día murió la vieja dejando en su testamento que ni enterrada ni incinerada, que la niña encerrara  a los gatos con su cadáver para que la devoraran.

Y así fue. Hoy la casa, toda ella, maúlla algunas noches y ya ningún niño juega cerca, las pelotas corren en otras plazas, ni hay quien abra la ventana.  El letrero sí, sigue en pie, pero nadie se atreve a desafiarlo.





Fotos y texto, Virgi