viernes, 21 de diciembre de 2018

ALMAZARA DE LAS LAERILLAS







Encuentro fascinantes las palabras de origen árabe, debe ser por las historias que esconden, entre la historia y el misterio. Como “almazara”, lugar donde se trituran las aceitunas y se elabora el aceite, preciado y antiguo líquido que de oro pinta las viandas desde hace siglos y hasta milenios.












En Granada, al  pie de Sierra Nevada bajo el Pico del Caballo, se encuentra el Valle de Lecrín (en árabe, Valle de la Alegría) y en él varios pueblos como Nigüelas, Dúrcal o Padul, conservando muchos de ellos vestigios de los distintos pueblos que por allí han pasado: romanos, visigodos, moros, castellanos.




Todo el valle tuvo en la Edad Media una gran producción aceitunera y contaba con numerosas almazaras, de las cuales queda en pie y en un estado envidiable, la de Nigüelas. Al edificio actual se le atribuye una antigüedad de más de 800 años, pues aunque reformado en el s. XVI y en funcionamiento hasta los años cuarenta del siglo pasado, se cree con mucha seguridad que le precedió una fábrica de aceite de tiempos islámicos.


Convertida ahora en un Centro de Interpretación, la visita constituye un auténtico placer, un libro abierto para entender el mecanismo de la producción aceitera. 




Desde el patio de acarreo dividido en compartimentos o trojes, el molino de sangre y el hidráulico, que funcionaba gracias a una admirable ingeniería para impulsarlo (con mayor o menor potencia según el caudal del agua), las impresionantes prensas de unos doce metros de largo, llamadas “de viga y quintal”, los capachos, las tinajas (algunas de época romana), el almacén, e incluso, unos rústicos camastros donde descansaban los encargados, todo lleva a una vivencia realmente poderosa.


Cuando la guía abrió la puerta de la nave con las prensas, una turbación súbita me erizó la piel. Un espacio imponente, para nada intuido desde fuera, donde el maderamen enorme, unido por maromas de esparto, parecían dos mascarones de proa a punto de embestir. El piso empedrado e inclinado, una caldera en medio, las tinajas embutidas en el piso,  numerosas herramientas y el techo mudéjar que protege un tesoro sorprendente.












La Almazara de Nigüelas posee la sabiduría natural de quienes han vivido sin prisas, observando y recapacitando sobre su práctica diaria y pasándolo a las siguientes generaciones.


Todo lo que aprendí allí dentro me conmovió, pues me sentí receptora de un conocimiento ancestral, una elaboración sistemática, un caudal ambarino de pureza, tal cual el aceite que se ha rebozado bajo las prensas, siglo tras siglo.


Texto y fotos, Virginia