martes, 26 de enero de 2021

Templo de Ranakpur

 Por estas fechas hace un año que estaba en la India, rodeada de vacas y palacetes, monos, perros, basura, templos deslumbrantes, pobreza sin límite, telas de colores luminosos vistiendo a mujeres elegantes en todo tipo de trabajos. Y tal día como hoy íbamos desde Udaipur a Jodhpur por una de esas carreteras interminables del Rajasthan, de pueblitos en los márgenes y cruces atiborrados de gentes, puestos de verduras, algunas vacas muertas y campos sin fin de mostaza, hermana amarilla de nuestros relinchones primaverales.


Nos había dicho Hanu que por el camino veríamos un templo muy importante, que seguro nos asombraría. Y cuando dijo “Ranakpur”, en el asiento salté de alegría, sabía de su belleza pero pensaba que estaría fuera de nuestro recorrido.

Dedicado a Adinath, uno de los 24 tirthankaras -maestros modélicos que enseñaron el camino jainista,  simbolizados con distintos colores y emblemas, animales la mayoría- se terminó de construir en 1436. Es el templo más grande del jainismo, planta en cruz (algo inusual en la India) con dos pisos y en algunas partes incluso tres, veintinueve salas, unas ochenta cúpulas. Todo sostenido por 1444 columnas de mármol blanco.



La construcción está decorada sin dejar casi espacios vacíos, un abigarramiento de figuras y personajes tan inmenso y sin embargo, tan logrado, que consigue diferenciar cada columna, ya sea por bases, fustes o capiteles. Elefantes, bailarinas, tirthankaras en su vida cotidiana, símbolos, flores, guirnaldas, serpientes.


Los templos en la India son eslabones de asombro uno detrás de otro,  hasta formar una cadena ante la cual no queda sino el silencio, el respeto, la reverencia, la conmoción. La India tiene mil caras y los templos a su vez, otras mil. No podemos hacer otra cosa que sentirnos pequeños frente a un despliegue tan descomunal de belleza y creencias, en una armonía total.


 Texto y fotos, Virginia