Todo
está bien con tal de llegar a las casas de Teresme, pues cuando alcanzas sus
dependencias asoladas por el tiempo y el descuido, te olvidas de la
lejanía, del calor y las pendientes, las
nubes repentinas amenazando lluvia y el camino a ratos pedregoso.
Sólo tienes
ojos para las tejas y las piedras, el horno medio caído, las hermosas eras,
pacientes, eternas, equilibradas, las higueras y los almendreros, los corrales
y los goros, el estanque rústico, las huertas abandonadas con sus muros aún en
pie. Te recibe un patiecillo empedrado a cubierto de los vientos y das una
vuelta por la cocina oliendo eternamente a humo, para pasar luego a los cuartos
agrietados por donde escurre el agua de la lluvia mezclada con el barro de las
paredes.
Habitaciones con pisos de tierra o cemento batido, pequeños ventanucos
desde donde divisar la nieve cercana, los pinos azotados por el viento o la
costa remota y el horizonte inabarcable.
Teresme es un lugar hermoso y
sugerente, que nos obliga a pensar en la vida y el tiempo, en la supervivencia
y lo superfluo, y en definitiva, en la existencia de los que nos precedieron.
En lugares así no tienes otra opción que reconocer un profundo respeto a todos
ellos, sintiendo que tus pasos pisan pasos anteriores y que son esas huellas
las que nos han conformado.
Texto y fotos, Virgi
Nov. 2016