Según
don Buenaventura Pérez (1930-1997), experto en toponimia guanche, el término
ISERSE corresponde a “morra (usada para sus ritos por los guanches) en Arafo” y
también “zona en Adeje”. En el caso que
me ocupa, Iserse vale como morra, quizás también de ritos, así como de lugar
privilegiado en los altos de Tijoco.
Coge
uno por el barrio adejero hacia arriba, un buen rato entre pinos y algún cedro
señorial, dejando a un lado la “casilla” de Fyffes -con su estilo algo inglés
de habitaciones de madera y porche cubierto, jardines de recorridos marcados y
un lavabo rústico pero hermoso, entre otras curiosidades que se pudieron
permitir en el momento sus poderosos dueños- y según se acerca a la finca de
Iserse, va descubriendo algarrobos, eucaliptos, perales, almendreros, durazneros,
higueras… y allá, en lo alto de una morra (como bien explica su toponimia), una
imponente vivienda que mira al sur. De dos plantas, bien fuertes las paredes,
hasta el punto de tener en uno de sus lados un par de contrafuertes casi
románicos, un horno y la imprescindible era de trazos paralelos en vez de
radiales, corrales y goros, establos con dornajos, piedras esquineras labradas
en esos lugares siempre sorprendentes, graneros, bodegas, huertas y un lavadero
algo alejado de la casa, pero cerca del canal que viene desde la cumbre.
La
construcción impacta no sólo por el lugar que ocupa, desde donde se divisa una
gran parte de la costa, sino también por la amplitud y variedad de sus
estancias, las vigas de los techos, la escalera deteriorada pero por la que me
imagino subiendo a ver el mar y la montaña, como si hubiera yo vivido ahí hace
un siglo o dos, como si fuera también yo la que abría o cerraba las ventanas,
barría el empedrado o estrujaba alguna prenda en el lavadero de piedra, a la
sombra de un algarrobo de alto y compacto porte, al cual seguramente también
trepé de pequeña, en mi afán de subir a todos los árboles posibles, tal cual
una niña como Cósimo, el personaje de Italo Calvino.
Tienen
los lugares de este sur sufrido y airoso, un alma enorme y generosa como sus
gentes, abierta siempre a que le descubras nuevos rincones, callados, humildes,
laboriosos. Ese sur que me fue invadiendo la sangre y que ahora recorro con más
admiración aún de la que tuve cuando empezó a conquistarme, en un tiempo joven
y lejano.
Iserse,
en lo alto de una morra, contempla el paisaje a sus pies y se deja acariciar
por el viento; así yo, que me dejo acariciar por lo que Iserse me regala.
Texto y fotos, Virgi
Noviembre
2016