Mi madre. Coqueta y valiente; decidida, curiosa por aprender
pero nada interesada en las vidas ajenas, casi que ni en las nuestras.
Mi madre. Con sus zapatos hechos a medida, su bicicleta y sus
pantalones cortos. Lápiz de labios Lancôme, perfume del bueno con rastro leve,
espejitos y pañuelos en todas partes.
Rápida y efectiva, mi madre. Intuitiva, sin rodeos, sin
exceso de ternura, aguda, crítica, espartana ejemplar.
Independiente mi madre,
poco preocupada del qué dirán ni de halagos gratuitos. Tampoco confiada
en las aptitudes de sus hijos, en verdad. Amante de la cinta aislante, un lápiz
y un papel, los libros, las revistas de cine
en su juventud.
Mi madre en el mar, mi madre en el Teide con mi padre, mi
madre sobre la proa de una barquichuela yendo a ver la ballena. Mi madre en
botas de agua. Mi madre y su huella en nosotros, todo un cofre de palabras
canarias, consejos e ideas prácticas. Mi madre, con sus tuppers de croquetas,
arroz de burgados, potaje o el inovidable conejo en salmorejo.
Amante de bolsos, zarcillos y collares, mi madre. Mi madre,
la que quiso hacer farmacia y pudiendo, no le pusieron el asunto debido. Mi
madre, la de las inyecciones de Redoxon, la madrugadora, la de los bailes en el
Camacho con mi padre y las cenas en el Puerto.
Mi madre, a quien hice reír tantas veces y a quien extraño un
día sí y otro también, después de setecientos treinta días sin ella.
Mi madre, hoy y siempre.
Texto y fotos, Virgi
18 octubre 2017