Había oído hablar de ella a alguna
persona de los alrededores, pero no podía entender bien sus explicaciones, solo
sabía que estaba en los altos de Arico… ¡pero Arico es tan grande!
Con lo camocha que soy cuando algo me
interesa mucho, busqué, leí, marqué, volví a buscar, señalé, apunté…hasta dar
con ella, con la inmensa satisfacción de conseguir el objetivo propuesto.
Después varias horas de caminata,
llegamos a la Piedra de los Valientes, un domingo de otoño, frío al comienzo,
con nubes y claros, algunas noriegas y varios encuentros con cazadores y sus
perros. Precisamente uno de ellos (cuando habíamos perdido la senda que con
mucha dedicación había yo más o menos entrevisto en internet) nos informó de su
situación, gracias a los gritos que nos dimos desde la vertiente de un barranco
a la otra, allá arriba, entre pinos y algunas huertas, y las sempiternas
atarjeas que trazan caminos de agua por nuestro territorio, cantarinas e
indiferentes a los voluntariosos senderistas empeñados en subir barrancos y
bajar veredas medio salvajes.
Tenía en la mente lo que Fray Alonso
de Espinosa cuenta en su “Historia de la Virgen de Candelaria” (s. XVI) y
aunque no he leído sino retazos de su obra, sí tenía conocimiento de lo que cuenta
acerca de la piedra, que según la tradición era levantada por los guanches, acto
también llamado de “darle aire”, término que se usó hasta unos años atrás, pues
no hace mucho murió el último hombre que de joven la levantaba, según también cuentan
vecinos y familiares.
Esto dice Espinosa: “Una piedra está en esta isla, en el término
de Arico, maciza, la cual vide yo y es común plática entre los naturales que
con aquella piedra iban sus antepasados a probar sus fuerzas y la levantaban
con las manos”.
Algunos cronistas opinan que Fray
Alonso habla por boca ajena, pues difícilmente pudo haber llegado hasta la que
aún se conserva, de igual forma que tampoco la llegó a ver Viera y Clavijo –que
también la nombra- ni, al parecer, el investigador Bethencourt Alfonso, aunque
este sí que hace recuento de otras piedras de características y usos similares
(como una que existió en Adeje). Aún así, la tradición se mantuvo un largo
tiempo y la Piedra de los Valientes allí
sigue, serena y escondida, esperando por alguien aguerrido que haga pasar el
aire por debajo, aunque solo fuera levantándola un par de centímetros.
Entre
los pinos y cerca de la cumbre, en un pequeño cerro imposible casi de encontrar
si no se sabe la situación, descansa
rodeada de otras más pequeñas, protectoras quizás de una tradición ancestral.
El rumor del pinar también la acompaña, así como las jaras, las lavándulas y
los escobones, amistad recíproca y soledadosa de un sur que, generoso, siempre me
ofrece algo nuevo.
Texto y fotos, Virgi
19 marzo 2017