¡Toca algo más divertido!
¡Nos tienes hartos!
¡Cállate de una vez!
¡A ver si te mudas!
Lourdes no acababa de acostumbrarse a los insultos y gritos de los vecinos. Eran tan opuestos a la delicadeza de las notas, al sonido rumoroso del arco sobre las cuerdas, que no concebía tamaños despropósitos.
Su pecado tenía que ver con el violonchelo y la vecindad se lo echaba en cara una y otra vez.
Acabó yéndose, con ella se fue la Música.
Por si volvía, dejó el instrumento.
Allá toca el oboe.
Texto y foto, Virginia
(Ventana emplomada, Beguinario de Lovaina, Bélgica)