miércoles, 13 de julio de 2022

La gangochera


Desconozco el nombre de esta hermosa mujer de sonrisa radiante, orgullosa como si llevara el mundo sobre su cabeza, y no un ramo de humildes calas. 

Flores elegantes y recias, tal cual la gangochera que he traído de las redes, una foto preciosa en el Tacoronte de los años 50/60. Con la dignidad de quien sabía comerciar con huevos, gallinas, hierbas medicinales, conejos, frutas y verduras, las gangocheras de mi niñez tomaron el genio y figura de la entrañable Lola, la Gangochera.


Pañuelo negro sobre la cabeza, y sobre él, un ruedo que suavizaría la carga, zarcillos colgantes, falda larga y un delantal con bolsillos. De aquí salía el pañuelo anudado donde guardaba las perras (pesetas, medios duros, medias pesetas), caja fuerte casi imposible de asaltar.


Teníamos muchas gallinas en esos años y cada semana aparecía Lola, entrando con garbo por la portada. Abría el canasto de madera con un mantel cubriendo el fondo y dejaba las cuatro puntas colgando. Con tino colocaba los huevos bien protegidos por paja que, a decir verdad, no recuerdo de qué lugar misterioso la sacaba, pero bien por estos cuidados, bien por la sapiencia en el manejo, nunca vi que se le rompiera ninguno. Los movía de cuatro en cuatro, mientras el canasto se llenaba y la torre de huevos crecía por arte de birlibirloque.


Hablaba de otras cosas mientras se oía el susurro del conteo: “ochenta y cuatro, ochenta y cinco, ochenta y seis…” y a buen seguro que no se confundía. Al terminar, cerraba con esmero las puntas del mantel y allí dentro quedaban los huevos, solecillos diminutos reposando en silencio. Aun encima podía colocar algo más, unos pollos o alguna col, y, para no perder el viaje, también un par de gallinas -atadas por las patas- que se colgaba de un brazo, mientras el otro le servía para mantener la carga, la que vendería luego en los mercados de La Laguna o Santa Cruz. 


Así iba hasta La Estación, diligente y sin cansancio a coger la guagua, mientras en el patio yo contemplaba las briznas de paja correteando por la brisa, allí donde Lola la Gangochera, había realizado sus ejercicios de prestigitadora, un recuerdo vívido de las mujeres poderosas de mi infancia. 





Texto, Virginia

Foto sacada de la red, una pena no saber el nombre de ella ni del fotógrafo.