Confiado en sus posibilidades, rodeado de azul y sol, no vio el pez espada enorme que, en un pispás, lo partió en varios trozos. Tan feliz iba el hombre, que los pedazos siguieron nadando, cada uno a su libre albedrío.
Desde la orilla lo esperan, sin saber que la cabeza ya llegó a Brasil, un brazo a Terranova y un pie se acerca a Angola.
Foto y texto, Virginia