miércoles, 5 de septiembre de 2018

CONCHEROS




Sorprendentes los concheros guanches estén donde estén. 
En Teno o en Rasca, en Buenavista o en Arguamul. Unas masas de tierra con conchas formando un pastel ocre y nácar, menudos caparazones de lapas, burgados y bucios entremezclados al sol. Capas y capas que forman pequeños pero extensos montículos casi siempre al soco de bloques de basalto donde sentarse, o cortos muretes rústicos. 















Asombra pensar cuánta gente se reunía para darse esos banquetes exquisitos, un día en un sitio, más tarde algo más alejado, luego otro más allá, rodando el asentamiento en base a lo que la orilla marina les ofrecía, hasta volver al primero y seguir formando las montañitas que ahora vemos.




Los estudiosos don Elías Serra y don Diego Cuscoy, en un viaje de estudios en el verano del 43 –fueron en barco desde Alcalá- visitaron los de Teno, contando un centenar de ellos, y en alguno, también encontraron restos de cerámica y un par de tabonas (fragmentos de obsidiana, equivalente al sílex). Unos más notados que otros, pero siempre cerca de los riscos, los concheros guanches señalan un hábito que habla de grupos organizados, de conocimiento de la naturaleza, de las mejores épocas para la recolección y sobre todo, de una vida elemental con mínimas comodidades.



Por más que los haya visto o los descubra en algún borde de la marea, siempre me hacen detenerme, reflexionar, asombrarme. En algo se parecen a las eras, pues suelen estar en sitios ligeramente más elevados de los que hay alrededor, como si los guanches quisieran solazarse del paisaje mientras comen, a veces crudos, otras veces pasados por el fuego y siempre con el océano cantando su canción infinita, de mar bravío a oleaje sereno.


























Texto y fotos, Virgi