La
chiquilla, sarpeta como pocas, iba en busca del baifo, entaliscado en la morra.
Liviana andaba por las chapas, en la seguranza de que el animalillo, trabucado
entre los teniques, se dejaría atrapar. Le había tocado a ella ese menester,
porque el zorullo del hermano se hacía el longui, medio volado después de los
tanganazos del convite, hasta el punto de pegarse un tamborazo cerca del
tanque, cuando fue a revisar la jiñera, por ver si la alpispa había caído al
fin en la trampa, menudo maleta.
Bueno,
tampoco ella se quedaba atrás, se había embostado de queque a tutiplén, mojo
con gofio, carne fiesta y el par de botellines de orange crush que se bebió refistoliando
en el pajero.
Media
zumbada estaba, pa’ qué decir que no, aunque si le preguntaran, diría lo de su
madre: “Bueno, pasaderita”, como si esa palabra lo resumiera todo. Porque a
torrontuda no le ganaba nadie, así iba de morra en morra y con un zangoloteo en
las tripas que la cagalera ya la tenía en puertas. Pero por allí seguía, bien
pareja entre las pencas y el pedrisquero, a punto de esriscarse y que le diera
un paralís.
Texto y foto, Virgi