jueves, 3 de noviembre de 2022

Templos de Gigantes


 

Hace casi seis milenios, los habitantes de Malta y Gozo levantaron unas edificaciones colosales. Una veintena de templos construidos con bloques enormes (muchos pesan entre 20 y 50 toneladas), consideradas las segundas obras más antiguas en todo el planeta, después del yacimiento de Goeble Tepe, Turquía, una maravilla aún no del todo descubierta, con la friolera de diez mil años.





Pero volvamos a los templos megalíticos de las islas maltesas, conocidos como “de Gigantes” o “de Gigantas”. Esto último por algunas leyendas que cuentan acerca de mujeres de gran estatura, además de haberse encontrado numerosas estatuillas identificadas como diosas de la fertilidad, lo que también ha llevado a pensar que se regían por una organización matriarcal.



 



Con forma de trébol, los templos pueden tener varias salas semicirculares o arriñonadas, protegidas por un contorno de pedruscos (unos más labrados que otros) de los que no se sabe cómo y de dónde los trajeron, ni cómo pudieron trasladarlos, alzarlos, modelarlos.

En el interior de las salas, lascas verticales, altares, huecos, agujeros perfectos, losas en el piso. Todo trabajado con instrumentos de piedra muy rudimentarios, dado que aún faltaba mucho para disponer de metales.




El conjunto de estos templos es Patrimonio de la Humanidad desde 1980 y las gentes que los construyeron nos demuestran unos conocimientos inimaginables para aquellos lejanos tiempos. El de Tarxien -en pleno centro urbano, cerca de otro lugar portentoso, el Hipogeo Hal Saflieni- posee variados dibujos en espirales complicadas, así como relieves de animales. En Mjandra se observa la iluminación de dinteles o altares según se alternen equinoccios o solsticios, y muchos más detalles que dejan pasmados a los visitantes. 



Así salía yo de cada uno de los que visité, pasmada y empequeñecida. Tanto por el hercúleo trabajo de nuestros ancestros, como por el respeto ante obras de tal calibre. Cinco o seis mil años es mucho para nuestra corta vida.



Texto y fotos, Virginia